Hasta siempre

Antonio Palomares de Jaén
“Espero que el Señor te haya concedido un buen sitio”

¡Qué muerte tan trágica! Tú que fuiste una persona siempre tan vitalista y tan alegre con tus chascarrillos y costumbres y tus comentarios. Estoy con mis ojos en lágrimas.

    07 mar 2010 / 11:35 H.

    Es el impacto tan grande que he recibido y la conmoción que sufrió mi corazón —ya con un año de enfermedad— al leer la noticia en nuestro querido Diario JAEN; un periódico que todas las mañanas me trae mi querida amiga María del Mar, que atiende a los clientes en el quiosco y, además, tiene la delicadeza de que, todos los días, me trae la prensa local y nacional y, así, al menos, me entero de las cosas que ocurren.
    Sin duda, los años de estudio, en concreto, doce, en el seminario, y después, los bastantes años que he estado en la ciudad renacentista como párroco de la iglesia del Salvador y como compañero crearon fuertes lazos de amistad y de cariño.
    Por este motivo, una muerte tan desgraciada y dolorosa sobrecoge y apena mucho más en todos los municipios a los que acudió para cumplir su ministerio pastoral y parroquial. No hubo lugar en el que no dejase buenos ejemplos.
    Querido amigo Antonio, que el Señor, Nuestro Padre del Cielo, te haya concedido, como buen siervo y fiel sacerdote ejemplar y santo,  un buen sitio donde mereces. Te mando un fuerte abrazo.
    Por Vicente
    Moreno Rodríguez.


    Isabel Juana López Blanca de Mancha Real
    “Las personas pasan, pero los recuerdos perduran”

    En una nublada mañana del domingo 7 de febrero en un hospital cerca del castillo de Jaén, cuyo nombre no quisiera recordar y cuya imagen no quisiera ver en los próximos setenta u ochenta años, nos dejó Isabel Juana López Blanca, a los 72 años de edad. Después de dos meses, uno, en el mencionado hospital, y el otro mes, en otro de la capital, no pudo salvar la vida. Madre de tres hijos, toda la vida ha estado luchando para que, cuando a ella le pasara algo, ellos estuvieran lo mejor posible. Y lo ha conseguido.
    Era la segunda mayor de once hermanos y, si repasamos su vida, podemos decir que, desde que era un niña, estuvo trabajando, ya sea vendiendo fruta, verdura o pescado con sus hermanas o “rebuscando” aceituna una por una y depositándola en un “cevero”. Tras llenar uno, había que ir por otro, como ella siempre contaba. Ya que, por aquella época, la necesidad apretaba.
    Desde que tengo uso de razón, la he conocido en la acogedora plaza de abastos de Mancha Real, vendiendo toda clase de fruta y verdura. Aunque parezca que este trabajo no requiere mucho esfuerzo, yo les digo por experiencia que sí. Había que levantarse a las 3 de la mañana para ir a Jaén a comprar, en el mercado mayorista, la fruta y la verdura que, más tarde, sería vendida en la mencionada plaza. Así ha estado durante muchos años, de lunes a sábado.
    En torno al año 2001, entre su edad y la entrada de la nueva moneda monetaria, llegó el momento de su jubilación. Todo el mundo pensó que le quedaban muchísimos años debido a su gran salud, ya que era muy persona muy sana, como todas las de su edad. Pero el destino, desgraciadamente, estaba escrito. ¡Qué lástima, abuelita! Nos tuvimos que despedir en una cama del hospital. Lo suyo hubiera sido despedirse de aquí a unos años más, en tu casa, rodeada de todos, incluidos tus perros Luna y Negra. Quizás, los últimos años de su vida no han sido como todos los hubiéramos deseado.
    Se dice que todo el mundo tiene lo que se merece, pero, en mi modesta opinión, la vida ha sido muy injusta con esta mujer. Después de toda la vida trabajando por los suyos, terminar de esta manera. No voy a decir en estas líneas lo típico de que era buena, trabajadora, cariñosa, porque esto lo saben los que realmente han tenido el privilegio, porque ha sido un privilegio, de convivir con ella día a día. Lo dice alguien que ha pasado gran parte de su infancia con ella.
    Muchos de los lectores que vean estas líneas, pensarán que era mujer “sin más”, es decir, normal y corriente. Pero yo les digo que, para ustedes, habrá personas que dejan huella y no se olvidan en la vida, y para mí —y para mucha gente— esta mujer lo ha sido, pase el tiempo que pase.
    Hasta que no dejas de disponer de alguien, no eres consciente de lo mucho que te importa. Añoro aquellas madrugadas en las que íbamos a por la fruta y verdura y, después, te ayudaba a colocarla en tu puesto en la plaza ¡Qué buenos momentos! Desgraciadamente, ya nunca viviremos los dos juntos.
    Ahora estoy contento por dos simples e importantes razones. Una es porque a ti te gustaría verme feliz y, otra, al pensar que te he llegado a conocer. Pero me da miedo pensar lo que me hubiera perdido si no hubiéramos coincidido en la vida.
    Como hemos dicho anteriormente, el pasado 7 de febrero, subió al cielo y se reunió con su marido Pedro, que se nos fue hace ya más de 19 años. Para despedir estas líneas, sólo quiero decir que las personas pasan, pero los recuerdos perduran para siempre y que, estés donde estés, siempre estarás con nosotros. Te queremos, abuelita, D. E. P.
    Por tu nieto Bartolome Valero Otiñar.


    Pedro Castillo torres de Andújar
    Un alfarero con un gran corazón

    Hace ya veinte años que se nos fue el insigne alfarero Pedro Castillo, después de ochenta y ocho años modelando cacharros y modelando su vida. Siendo muy niño, se vinculó a los alfareros Fernando Carrasco y Antonio Mezquita para aprender un oficio del que llegó a ser maestro. En 1930 formó su propio taller en la calle que hoy lleva su nombre, y que antes se llamaba Rosalejos, el nombre que a él le gustaba.
     Casado con Antonia Ruano, el matrimonio tuvo tres hijas, Dolores, Ana y Antonia. Fueron tiempos duros aquellos de la guerra y de la posguerra para rehacer una vida y una España que se había roto como un cacharro de arcilla. Recuerdo muy gratamente los ratos de charla que mantuve en su taller. Siempre estaba subido sobre su torno o en el patio de baldosas viejas, con muchas macetas, con un pozo con pretil encalado.
    Era un hombre intuitivo y muy cordial, inquieto, pues no paraba ni un momento. Me dijo cuáles eran los cacharros de alfarería y de cerámica típicos de Andújar, algo que pude reflejar en mi guía sobre la ciudad. El trabajo de Pedro Castillo es fundamental para estudiar la cerámica de Andújar en el siglo XX.
     Sus paredes estaban llenas de estanterías con cacharros, como botijos de erizo, jarras grutescas, jarras estudiantes, especieros, caballitos y albarelos que dejaban ver diplomas, nombramientos y distinciones de tantos años de trabajo. Tal vez, el mayor reconocimiento fue ser nombrado Hijo Predilecto de la ciudad de Andújar, el 28 de octubre de 1982 entonces era alcalde Pedro Calero. Han pasado veinte años y su figura humilde quedó llena de humanidad en el recuerdo
    Por Juan Vicente Córcoles.

    Francisco Muriel Gila de Jaén
    “Un hombre noble y limpio de corazón”

    Amado esposo:
    Por más que me quiero hacer a la idea, tengo que reconocer que, cuando se han compartido 49 años de tu vida junto a una persona tan noble y limpia de corazón, incapaz de hacer daño a nadie y siempre dispuesto a perdonar y sembrar la paz entre todos los que te rodeaban, es difícil olvidar.
    De ti se podía aprender mucho bueno, pues, cuando algo se torcía, tú quitabas fuego a las cosas de la vida y, con tu peculiar paciencia y serenidad, nos enseñabas que, en los momentos malos, sólo el amor de corazón hacia los menos sensibles curaba los rencores y se encontraba la paz para el alma.
    Fuiste un buen padre, un buen hijo y un maravilloso esposo. Gracias por todo lo que me has enseñado. Recuerdo cuando la muerte se acercaba a ti. Si te daba agua o te secaba el sudor frío, me decías: “Gracias”. Fuiste siempre un caballero, hasta en el momento de la agonía, cuando me dijiste: “Abrázame Lola, que tengo frío”. En ese momento, te colmé de amor del puro y, estrechándote contra mi pecho, quería darte todas mis fuerzas para ayudarte a morir bien y a darte todo el amor que nunca nadie te había dado.
    Desde muy pequeño, estuviste sin padre y, apenas, veías a tu madre, porque tenía que trabajar.
    A pesar de todo, supiste ser bueno y nunca le causaste problemas a tu madre. Ella siempre me decía que eras un santico. Yo, por mi parte, que he tenido la inmensa suerte de convivir contigo todos estos años no tengo más que decir, simplemente, que has sido, eres y serás la persona a la que tanto yo como estos dos hijos que me diste, María y David, adoramos por bueno, sencillo y puro de corazón.
    Siempre estarás presente en nuestras vidas.
    Por otro lado, también sé que, desde el cielo, estarás dando las gracias a tu amigo Lucas Ramírez, que te llevó en su hombro con David, tu hijo.
    Gracias también a todos los compañeros del Excelentísimo Ayuntamiento que se acordaron de ti.
    Por tu esposa
    Elena López Maldonado.


    “Me hacías reír y jugabas conmigo”
    A mi abuelito Paco le dedico esta carta en el día de mi cumpleaños.
    Abuelito Paco: Hoy he cumplido ocho añitos. Tú no sabes cuánto te he echado de menos. Es el primer año que no estás conmigo. Hace ocho meses que no te veo y no te pudiste comer mi tarta, aquella que tanto te gustaba y, tampoco, cantarme el feliz cumpleaños.
    Este año no he tenido los globos que tú me echabas por el balcón y que, a mí, me hacía tanta gracia e ilusión.
    Abuelito, yo pensaba celebrar una fiesta con mis queridos amiguitos y compañeros del colegio, pero ni tú estabas ni mi papá, que estaba trabajando muy lejos. No le dieron permiso y, aunque él me llamaba y me decía que vendría, al final no pudo estar.
    Entonces, mamá, que es muy buena, me cogió en sus brazos, me colmó de besos y me dijo: “Israel, el abuelo no está, ni papá tampoco, pero ellos te quieren mucho desde donde están. El abuelo, desde el cielo, y papá con el corazón”.
    Mi mamá me dice que como el cielo está un poquito lejos, al abuelito no le ha dado tiempo a llegar, pero me asomó a la ventana y me dijo: “Mira, Israel, esa estrella tan grande es el abuelito que, junto a su ángel de la guarda, que se llama amor, te está ayudando todos los días”.
    Al oír esto, yo le pregunté: “Mamá, ¿ya no vendrá más a mi cumpleaños?”. Ella me respondió que el abuelo estará siempre con nosotros, ya que él era todo amor y corazón, al igual que mi mamá nena, a la que quiero tanto como a mi mamá. Bueno, a mi madre más.
    ¡Qué suerte tengo, Señor! Pues aunque no hayan venido el abuelito y papá, he tenido a mis dos mamás: Mi abuela mamá nena y mi mamá.
    Abuelito, me estoy esforzando mucho en el cole para sacar buenas notas y mis compañeros me hacen muy feliz. Además, tengo una profesora “chachi”, a la que quiero mucho, aunque todavía me acuerdo de doña Elvira, que era muy cariñosa.
    Bueno, abuelito, como te has ido tan deprisa al cielo, quiero decirte que te echo mucho de menos. Cuántas veces me decías. ¡Ay, mi chiquitín! ¡Cuchi, cuchi! Siempre me hacías reír y jugabas conmigo.
    Ahora yo estoy también solico y juego con el balón que me regalaste, pero ya no me enseñas a meter goles. Te quiero, abuelo Paco, y te voy a hacer una poesía:
    A ti Virgen María,/ yo te quiero ofrecer/ mis mejores oraciones
    y ponértelas a tus pies./ Y tú, Virgen María,/ nos ayudes con tu bondad/ a mi profesoras y abuelitos /y también a mis papás/ y a todos mis amiguitos / que en mi colegio están.
    Ah, se me olvidada. Estoy en el cole más chachi que hay: La Purísima, de las hermanas Carmelitas.
    Por Israel García Muriel.

    Fernando Gallardo de Jamilena
    Contagiaba a todos su fervor y entusiamo

    Siento un especial cariñoso recuerdo de su persona. Le debo los hechos más importantes de mi vida, como invitarme a las peregrinaciones a Roma con los obispos Romero Mengíbar y Santiago García Aracil. Con ellos logré lo más hermoso de mi vida cristiana, lo más espléndido al tener la oportunidad de saludar a nuestros muy estimados obispos y de conocer a Juan Pablo II.
    El motivo de este artículo, —que espero que mi querido director, Juan Espejo, a quien felicito muy cordialmente por sus acertados y amenos escritos del final de la semana— es recordar emocionado al que fue uno de mis mejores amigos: Fernando Gallardo, que tantos favores me hizo, como ya he dicho anteriormente: visitar dos veces la sagrada Roma, para mí, la cuna memorable de los santos pontífices que ha habido en la historia milenaria de nuestra Iglesia.
    Fue sacerdote y canónigo de nuestra hermosa y renacentista catedral, obra del arquitecto Andrés de Vandelvira. Será nombrada, si Dios quiere, gracias al esfuerzo de nuestros políticos que trabajan con entusiasmo, Patrimonio de la Humanidad. Es un título que merece ya por su insuperable belleza arquitectónica, completa en su estilo y que sirvió de modelo a las catedrales del nuevo mundo, nuestra cristiana Hispanoamérica.
    Sus amigos le recuerdan, sobre todo, a la hora del mediodía, cuando se reunían en el bar de costumbre a tomar una “copichuela”. Era ejemplar. Dotó a las reuniones de gran alegría con sus chistes de última hora.
    Los devotos de la Virgen del Rocío le recordarán de una forma especial. Fue un fervoroso e incasable capellán durante muchos años.  Ponía Fernando tal fervor y entusiasmo que a todos conmovía de una forma extraordinaria.
    Pronto será su día y todos los devotos lo recordarán. Hace unos días, salió una nota en Diario JAEN sobre el aniversario de su muerte. Parece que fue ayer, qué pronto pasa el tiempo, pero el recuerdo será imborrable e imperecedero.
    Su presencia tan vital y tan cristiana no se puede olvidar, porque a todos nos hizo bien. Querido Fernando. Los que en vida te amamos, no podríamos olvidarte. Que el Señor te tenga cerca de Él, en un puesto escogido en el cielo, y te recompense por lo buen sacerdote y apóstol de su mensaje que siempre fuiste.
    Por tu amigo
    Vicente Moreno.