Hasta siempre
FRANCISCO AMATE SÁNCHEZ de Valdepeñas de Jaén
“Tenía una salud envidiable”
Francisco Amate Sánchez nació el 24 de octubre de 1907, por lo que le faltaron sólo veintiséis días para cumplir ciento dos años de vida. Falleció el día 28 de septiembre de este año. Su corazón dejó de latir y se fue en paz, desgastado. Tal vez, lo más destacable de su larga vida es que, hasta el 31 de agosto, Francisco salía a diario a la calle a dar su “paseíto”. Eso sí, en los últimos tiempos, siempre iba acompañado, pero se valía por sí mismo, algo que, al fin y al cabo, era lo más importante. Dios le regaló una salud envidiable durante mantuvo su existencia y, hasta el final, Francisco mantenía intactas sus facultades mentales.

“Tenía una salud envidiable”
Francisco Amate Sánchez nació el 24 de octubre de 1907, por lo que le faltaron sólo veintiséis días para cumplir ciento dos años de vida. Falleció el día 28 de septiembre de este año. Su corazón dejó de latir y se fue en paz, desgastado. Tal vez, lo más destacable de su larga vida es que, hasta el 31 de agosto, Francisco salía a diario a la calle a dar su “paseíto”. Eso sí, en los últimos tiempos, siempre iba acompañado, pero se valía por sí mismo, algo que, al fin y al cabo, era lo más importante. Dios le regaló una salud envidiable durante mantuvo su existencia y, hasta el final, Francisco mantenía intactas sus facultades mentales.
Francisco fue un hombre que dedicó toda su vida laboral a la construcción. Se convirtió en un maestro albañil de prestigio desde muy joven hasta su jubilación. Se casó con María del Carmen Escabias Montes cuando tenía 28 años. Fruto de esta unión nacieron sus dos hijos, Carmen y José, quienes les dieron cinco nietos (dos varones y tres mujeres). Además, tuvo ocho biznietos (seis niñas y dos niños). Fueron un matrimonio ejemplar y lo demostraron durante muchos años.
Su descendencia vive y es feliz. La única que se marchó, hace ya veintiún años, fue María del Carmen, su esposa. Falleció y dejó a Francisco con sus hijos, nietos y biznietos. Desde entonces, vivió con sus dos hijos, unas temporadas con José, en Jaén, y, otras, con Carmen, en su Valdepeñas natal.
Los últimos años los pasó Francisco Amate con su hija Carmen, siempre en su pueblo. Aunque conservaba sus facultades mentales y físicas en muy buen estado, pensaba que la capital no era para un hombre con tanta edad y que siempre vivió apegado a su “terruño”.
Así, Carmen y su esposo Manuel le cuidaron con mucho mimo hasta el último momento. Era un hombre a la antigua usanza: el patriarca de la casa. Tanto su hija como yerno disfrutaban de él, de su sabiduría. Tenía una memoria impresionante. Recordaba viejas vivencias, por su profesión, se enfrentó a muchas historias de toda índole, tristes y alegres. De todas se acordaba. En las veladas al abrigo de la mesa camilla, disfrutaba contándoselas y ellos le escuchaban encantados. A buen seguro que le echarán mucho de menos.
Cuando cumplió los cien años, el 24 de octubre de 2007, el centro de día de mayores del que era socio organizó una fiesta para tan grandioso acontecimiento. Francisco asistió acompañado por toda su familia. En el acto, todos los socios asistentes participaron en la felicitación y compartieron la tarta y una merienda. No faltó el cumpleaños feliz, interpretado por la rondalla del centro y el baile final de la fiesta. Francisco agradeció el gesto y se le preguntó más de una vez cuál era su secreto para llegar a los cien años. Él respondió que eso sólo Dios lo sabía.
De Francisco aún viven dos hermanos longevos. Una mujer que, el día 2 de noviembre, cumplirá los cien años y otro varón a punto de cumplir los noventa y ocho.
Francisco Amate fue un hombre muy conocido en Valdepeñas, tanto en su vida laboral como en su jubilación. Durante sus paseos, hablaba con todo el mundo.
En los últimos años de su vida, llamaba mucho la atención su longevidad y el buen estado físico que disfrutaba. El día de su sepelio la iglesia parroquial se quedó pequeña para albergar a tantas personas que quisieron despedir para siempre al valdepeñero centenario y mostrar su condolencia a los familiares. Lo que está claro es que en su municipio natal nunca olvidarán a Francisco Amate Sánchez, un hombre que derrochó alegría, saber estar y, sobre todo, vitalidad. Descanse en paz.
Juan Antonio Cabrera.Manuela Martínez Muñoz de Jaén
“Hoy hace cuarenta días”
Hoy hace ya cuarenta días. Cuarenta días sin contarte nuestras cosas. Cuarenta días sin verte, sin
reírnos juntos, sin poder abrazarte. Cuarenta días sin ti. Sin embargo, si hace cuarenta y un días alguien nos hubiese dicho que hoy íbamos a estar escribiéndote esto con tanta serenidad, con tanta paz, no lo habríamos creído. Y no es que no hayamos notado tu falta cada día, cada minuto, cada segundo de estos cuarenta días. No es que no tengamos nuestros días tristes cuando cualquier cosa cotidiana nos recuerda que tú ya no estás. No.
Lo que sucede es que no nos has dejado solos. Siempre quisiste una familia unida y eso es lo que hemos sido. Ahora lo somos aún más. Nos pasamos el tiempo pendientes los unos de los otros y haciendo nuestra tu frase más repetida, nos decimos: “Si todos estáis bien, yo estoy bien”. Además de esto, notamos el consuelo que tú nos envías desde donde estás y la fuerza que supone el saber que, cuando nos vaya tocando a cada uno, volveremos a encontrarnos todos juntos otra vez.
De tu vida podríamos decir muchas cosas, pero todo puede resumirse en una frase muy corta, aunque envidiable. Tuviste una vida en la que conseguiste ser feliz con tu marido, tus hijos, tus nietos y toda tu familia y tu muerte ha sido rápida, en paz y rodeada de tus seres queridos. Va a ser verdad aquello que tanto nos repetías: “Dios me ha querido mucho al darme lo que ahora tengo”, refiriéndote a nosotros. Ahora puedes darle las gracias personalmente. Y ya puestos, transmítele también nuestro agradecimiento por haberte puesto a ti en nuestro camino. De esta forma, has podido transmitirnos y compartir con nosotros tu amor, tu alegría y tu felicidad. Ha merecido la pena vivir esta aventura juntos.
No te preocupes por nosotros (conociéndote, seguro que habrás estado dándole la tabarra a Dios, preocupada por el mal rato que “nos habrás hecho pasar” muriéndote así, sin avisar ni nada). Disfruta de la paz y del amor en el que ahora estás y no te olvides de seguir mandándonos fuerzas a los que aquí estamos para que nuestro dolor sea siempre menor que nuestra esperanza.
Recibe ahora el beso que te enviamos todos los días. Hasta que volvamos a encontrarnos.
Tu marido José Muela Sánchez,
tus hijos José Antonio, Capilla Eva y Mercedes de la Paz Muela Martínez y el resto de la familia Muela Martínez.Juan Antonio García Soria de Villanueva del Arzobispo
Un buen hombre que no olvidó sus raíces
El pasado mes de agosto, perdía la vida en Vilaseca, como consecuencia de una grave enfermedad pulmonar, el villanovense Juan Antonio García Soria. Tenía 64 años. El fallecido era muy conocido tanto en Villanueva del Arzobispo, como en Vilaseca, lugar en el que llevaba residiendo más de cuarenta años y donde tenía formada su familia.
Estaba casado con Cristina, también villanovense. Juan Antonio García dejó aquí a sus tres hijos, Miguel, Juan Antonio e Iván, así como a tres nietos. Juan Antonio comenzó sus estudios en su Villanueva natal, donde se matriculó en la rama de electricidad en el colegio de la Sagrada Familia.
Más tarde, se marchó a Vilaseca y, en principio, se empleó, durante varios años, en la fábrica alemana Bayer. Después, formó su propia empresa junto con otro socio. La compañía era de distribución de bebidas y abarcaba varias poblaciones de Tarragona. Ahora, después del fallecimiento de Juan Antonio, el puesto en la empresa lo ocupa su hijo menor, Iván.
Este villanovense, siempre que podía realizaba una escapada para ver a su familia en la ciudad de las cuatro villas, sobre todo, en la época de Semana Santa. Era uno de sus fieles seguidores. Le faltaba menos de un año para su jubilación, a la que esperaba con verdaderas ganas, pero, desgraciadamente, en poco más de un mes desde que le diagnosticaron la enfermedad pulmonar, esta dolencia fue capaz de acabar con su vida.
Era un hombre muy querido y sobre todo muy bromista. Tenía un gran grupo de amigos, la mayoría villanovenses, también residentes en Vilaseca, que se juntaban de vez en cuando para echar sus partidas de “Garrafica”. De hecho, a la misa de entierro celebrada en la parroquia de Vilaseca fueron cientos de personas los que arroparon a la familia en su último adiós a Juan Antonio. La familia García Soria ha recibido en poco más de diecinueve meses la pérdida de cuatro seres queridos. Primero, el padre, en enero. A este le siguen un hermano en abril, la madre en junio y, ahora, el otro hermano en agosto. Sólo queda de esta familia la hermana Carmen García Soria, que reside en Villanueva del Arzobispo. Juan José Fernández.José Díaz Jiménez de Villacarrillo
“Con la docencia, se abrieron horizontes”
Había nacido Pepe Díaz en Villacarrillo, en 1934. Era hijo de familia numerosa. Fue un niño aplicado y obediente que pronto ingresó en el Seminario. Lo conocí a comienzos de los años 70, cuando era párroco de la iglesia de Cristo Rey de Andújar. Yo cursaba, en aquel entonces, mis estudios primarios en el colegio homónimo. Él acudía al centro cada semana entre cánticos y chascarrillos a hablarnos de Dios con vehemencia y con alegría. Los chiquillos lo recibíamos nerviosos, y le dábamos la bienvenida: “¡Don José!, ¡don José!...”.
En 1973, comenzó a impartir clases en las Escuelas Profesionales Sagrada Familia (SAFA-Andújar). Allí me reencontraría con él años más tarde. Y al cura la sotana se le quedó pequeña. Con la docencia se abrieron para él nuevos horizontes. A la Licenciatura de Teología, con la que ya contaba, le sumó la de Ciencias Políticas y Sociología. Le gustaba enseñar pero, más aún, le gustaba aprender. Inquieto, lleno de curiosidad. Se enfrascaba en sus lecturas e intentaba transmitir a los alumnos su ilusión por las cosas, su firme creencia de que sólo los libros nos enseñan a vivir. Los chavales lo escuchaban a veces perplejos, a veces burlones, casi siempre, sin entenderlo. Le desbordaban los innumerables documentos que hoy en día un enseñante está obligado a cumplimentar. No sabía de reformas educativas. ¿Qué lugar había para Cicerón y San Agustín? ¿Dónde ubicar a Santo Tomás y a Horacio? ¿Qué hacer con la filosofía y los relatos hagiográficos; con el griego y el latín? ¿Cómo echar por tierra siglos de conocimiento acumulado gracias a los cuales somos quienes somos?...
Aún así, nunca perdió su alegría y su vitalidad. Le gustaba disfrutar de pequeños placeres cotidianos, “peccata minuta” de los que casi se disculpaba. La buena mesa, la conversación, algo de deporte. Recuerdo cuando regresaba, colorado y exultante, de sus largas caminatas en las tardes, ya más largas, de la primavera.
Después de su jubilación, se trasladó a Granada. Entró en contacto con diversos grupos cristianos y ONG que le ayudaron a oxigenarse, a liberarse de viejas ataduras. Granada Acoge, El Teléfono de la Esperanza, Moceop (Movimiento pro celibato opcional)… Sin olvidar su vuelta a las aulas —de nuevo como alumno— en la Universidad de Mayores de Granada. Otra vez el cambio, la ilusión de principiante, aunque nada comparable con un encuentro que lo renovaría para siempre. En Granada conoció a María Ángeles Garrido, una mujer inteligente, serena y generosa que supo entenderlo. Con ella se casó en Málaga, en una ceremonia austera, sin boato y sin invitados. Ella lo acompañó la última década de su vida hasta que la muerte, obstinada, se lo arrebató el pasado 15 de julio. “Placide quiescas, terraque securae sit super ossa levis”.
Purificación Ruiz Jiménez
Enrique Martínez Pestaña de Jaén
“Te desbordaban los deseos de vivir”
Querido amigo: Acaban de comunicarme tu muerte. Esa muerte que tú ya esperabas y que los que te queríamos nos negábamos a aceptar. Por eso, te regañábamos cuando tú querías vivir la vida a tope en vez de cuidarte.
Personas como tú son las que han hecho que yo estuviera al frente de la Asociación La Vida Sigue durante tantos años. Cuando tú viniste a vernos, no nos importaba la edad, la clase social ni el dinero, porque nuestro lema era que para la soledad no existe la edad ni las condiciones. Tú, como tantos y tantas personas que llamaron a la puerta de la asociación, necesitaban una segunda familia y nosotros lo éramos.
Por ello, cuando la gente de ahora exige tantas y tantas cosas sin dar nada a cambio, la verdad es que me causa pena porque no valoran lo bonita que es la amistad sin condicionamientos.
Ojalá que la gente joven que menosprecia a las personas de edad avanzada tuvieran la vitalidad y la alegría que tenías tú. Aún recuerdo tus bailes de Nochevieja, pues eras el primero en empezar y el último en acabar, porque, entonces, te desbordaban los deseos de vivir y las ganas de compartir tu alegría con los que éramos tus amigos y amigas. El otro día, mientras hacía una reflexión sobre mi marcha como presidenta de “La vida sigue”, pensé que estos 17 años habían merecido la pena por haber conocido a personas como tú.
Pero, por las paradojas que tiene la vida, ya no estás. Recuerdo también que tú me decías: “Yo no me iré de la asociación mientras tú sea la presidenta” y, mira por dónde (yo no sé si la casualidad o el destino), que sólo unos días después de yo dejar la presidencia, tú también te marchaste. Por eso, pienso que no sólo he cerrado una etapa, sino que tú la has cerrado conmigo.
Los que iniciamos este camino en la asociación nunca olvidaremos al “cascarrabias”, como yo te llamaba cariñosamente con mi mayor aprecio, porque tú, a pesar de tu diferencia de edad con algunos socios y socias, fuiste de los pocos que comprendieron el verdadero sentido de la asociación. Hasta siempre, querido Enrique. Nani Gutiérrez, presidenta en funciones de la Asociación La Vida Sigue.