Hasta siempre
José Huertas de la Torres, de Lopera
Detallista, bromista y afable con todos
El pasado día 26 de julio se cumplió el primer aniversario de la muerte del loperano José Huertas de la Torre y no pasa ni un solo día sin que sea recordado por sus familiares y amigos, pues ante todo era una persona querida y reconocida en el municipio, trabajadora y emprendedora que se desvivía por el bienestar de su familia. José fue el mayor de cuatro hermanos. Le seguían Manuel, Nicolás y Carmen y sus padres fueron José Huertas Herrero y Concepción de la Torre Gutiérrez. Los tres años de Guerra Civil Española los pasó con su familia en Úbeda.
Tras la Guerra Civil empezó a trabajar como mecánico y herrero en la fábrica de aceite “La Loperana”, donde pasó gran parte de su vida. Durante un corto tiempo estuvo trabajando con máquinas cosechadoras de trigo en varios cortijos de Montoro, en la vecina provincia de Córdoba. En 1955 se casó con la mujer de su vida, Ana Moreno Moreno, y fruto de su matrimonio nacieron dos hijos, José y Concepción. José fue un hombre muy polifacético y le encantaba trabajar en su pequeño taller donde realizaba, con gran paciencia, manualidades con plástico y madera. Su nieto Salvador, nunca olvidará aquel molino de viento que le hizo su abuelo, que fue uno de sus juguetes favoritos y que aún conserva.
También le encantaba todos los asuntos relacionados con la Guerra Civil. Fue un gran colaborador en el libro “La XIV Brigada Internacional en Andalucía. La tragedia de Villa del Río y la Batalla de Lopera”. Una de sus aficiones era coleccionar bombas ya desactivadas de la contienda bélica, de las cuales aún se conserva una de ellas colgada en el patio de su casa. Era un amante del dibujo y lo practicaba a diario tomando como modelo las imágenes de revistas. Sobre todo, le gustaba mucho dibujar el castillo de Lopera. Siempre se le recordará como una persona muy detallista, bromista y simpática ya que a menudo estaba gastando bromas con todo el mundo. No tenía nada suyo, todo lo compartía. Conoció en vida a sus cinco nietos (José Juan, Alba, Salvador, José Manuel y Ana) con los que le gustaba jugar y pasar buenos ratos. Fue un hombre muy querido y respetado en el pueblo, amigo de sus amigos. Destacaba porque era muy participativo, dispuesto siempre a ayudar dentro de sus posibilidades a todo aquel que lo necesitaba y, sobre todo, muy trabajador y generoso. Su persona permanecerá siempre muy viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes. Por José Luis Pantoja. Lopera
Mercedes Rosales Atienza, de Alcalá la Real
Era un ejemplo de laboriosidad y cariño
Hace algunos años, en muchos pueblos de Jaén y de España, era una ilusión para las familias que alguno de sus hijos fuera sacerdote. Además, a ello se unía que eran los únicos de las clases sencillas y populares que podían alcanzar estudios superiores. Por eso, la nómina de muchos profesionales nacidos en la posguerra se rellenaría, en una gran parte, con personas que acudieron a los seminarios. En la ciudad de Alcalá la Real, muchas calles del barrio de San Juan huelen a bolas de alcanfor que protegían las sotanas de los futuros sacerdotes. Aquellos años pasaron, y ahora que escasean las vocaciones sacerdotales, por el contrario los padres de los sacerdotes, como en los tiempos de abundancia, se sienten gozosos de tener un hijo entregado a los demás en medio de un mundo que no le es tan propicio como acontecía antaño.
En los años sesenta del siglo pasado, Mercedes Rosales Atienza, la madre del sacerdote Antonio Pérez Rosales, tuvo la gozosa experiencia de ver cómo su hijo se marchaba al Seminario. La misma sensación que, por aquellos años, le cantaba a su madre, con unos versos aproximados, el jesuita Ramón Cué en su poema dedicado a su madre. “Con lino blanco de bodas/ te han hecho los corporales/ el compañal de la novia/ es hoy lirio en los altares/”. Un poema que los jóvenes seminaristas solían recitar a sus madres, porque aquel autor jesuita había sabido perfectamente captar ese amor intenso, desprendido y apasionado que las madres de los futuros curas sentían por sus hijos. Y Mercedes era un ejemplo de laboriosa costurera que le confeccionaba, con sus diestras manos, a su hijo Antonio todas sus prendas, desde las de vestir hasta los hábitos religiosos de aquella sotana y fajín, que orgullosamente lucía en las calles de Alcalá con motivo de las fiestas que se celebraban, como el Día del Seminario. Mercedes vistió exteriormente a su hijo con decencia y gallardía, como maravillosa artesana del hilo, a la que acudían muchos vecinos de Alcalá la Real para confeccionarle el traje de novio o la prenda de vestir de fiesta, y también, revistió a su hijo con la excelencia de su entrega de amor, con la sonrisa en su cara frente a las adversidades de los demás y con el sentido emprendedor de una inquieta mujer.
En su hogar —unas veces en la aldea de Charilla, luego en la calle del Rosario y, después, en Abad Palomino—, se me simulaba el portal de Belén con la presencia de la buena Mercedes y la de Antonio, el marido paciente y prudente, religioso y sencillo. Siguiendo a Cué, de seguro que estos versos se le vendrán a la memoria al hijo que complementaban la escena, años después, cuando murió el padre: Sin saborear las mieles/ del primer hijo, mi padre/ se marchó una noche al cielo/ sin volver más a besarme. Al bajar del altar iré cantando/ un “Te Deum” filial./ Desde el cielo mi padre irá alternando/ los versos de este cántico triunfal”.
Los padres compartieron la vida sacerdotal con su hijo en distintos pueblos de la provincia y en su presencia durante su cargo de ecónomo de la curia diocesana. Pero Mercedes quedó al final sola como madre fiel y leal acompañante del camino y siempre fue la mujer generosa y amorosa, la de las puertas abiertas, la de la oración compartida cuando acudía a los actos litúrgicos de su hijo. Y, en una simbiosis de vaciamiento amoroso, compartieron entre madre e hijo momentos intensos de ejercicio de las mejores virtudes y de ejemplo a seguir por las generaciones futuras. Por eso, vuelvo al mismo y, en sintonía con el anterior poema, hago mías estas palabras, “rúbrica familiar que se hará muy popular por relacionar tan bellamente a su madre con su ordenación sacerdotal y primera misa, dejará resaltado para la historia no sólo la veracidad de aquella temprana renuncia de su madre a la ayuda que pudiera prestarle él en su viudez, sino que, poética y religiosamente, la va a declarar a ella vinculada ,ya de por vida, al apostolado sacerdotal de aquel hijo único”. Y con las palabras del poeta, me emocionaron las que dirigiste a tu madre al final de la misa, algo así: “Y ahora lo sé yo. Pero ya antes lo sabías tú. Resucitará nuestro destino: Amar. Todo es ya un sí eterno al amor. Saltaremos a la otra orilla de la mano de Jesús”. Ojalá, la semilla germinara en estos nuevos tiempos.
Por Martín Rosales. Alcalá la Real
ANA ANGULO RELOVA de Jaén
“Siempre estarás en el corazón de todos”
El pasado 18 de julio nos dejaste a todos. A tus 96 años, tu corazón cansado dejó de luchar. Estabas en tu casa, tranquila, en tu cama, como tu querías, rodeada del calor de tu familia. Has vivido 96 años (que se dice muy pronto) y en tu vida han pasado muchas cosas buenas y malas. Viviste unos tiempos muy duros, la vida no fue fácil, pero sacaste adelante a doce hijos y formaste una gran familia de las que hay pocas. Has visto a tus hijos casados y felices, formando su propia familia y rodeada de treinta y cinco maravillosos nietos (la mas pequeña acaba de nacer y también la has conocido) y a tus 26 biznietos. Has dejado un vacío muy grande, pues tu casa, “la casa de mama”, como así la llamábamos todos, era el punto de encuentro. Allí siempre había alguien. Nunca estabas sola, sobre todo, los últimos años en los que tu enfermedad no te permitía llevar una vida normal como hiciste durante años, pero ahí estaban tus hijos mimándote día a día. Todos se han portado muy bien, hijos, hijas, nueras y yernos para ellos no hay palabras, pues con su constancia han demostrado ser verdaderos hijos y querer a su madre. Te has ido porque era tu hora pero te has llevado el regalo más grande que hay en la vida, que es el cariño, el amor y el respeto de todos. Sé que estás en el cielo, no hay duda, ahora junto al abuelo Mariano estaréis los dos gozando de la felicidad para siempre. Desde allí seguid cuidando de vuestra familia que nos olvida. No va a ser fácil superar tu ausencia pero nos quedamos con todos los recuerdos y todo lo bueno que nos has dado. Siempre estarás en el corazón de todos, “mama” así te recordaremos siempre. Un beso hasta el cielo. Tu nieta María de los Ángeles Espinosa.
Cristóbal Barrionuevo Molina, de Jaén
“Tenías por bandera la humildad y la honradez”
Te fuiste casi sin darnos cuenta, sin apenas despedirte, fue tan rápido que todavía no nos lo creemos. Sin hacer ruido para no molestar demasiado, así eras tú, una persona discreta. Tu premisa era pasar siempre desapercibido, llevar la humildad por bandera, la honradez como legado. Con 62 años, tu momento todavía no había llegado, te quedaba mucho por vivir, mucha ilusión por transmitir, mucho cobijo que dar. Nos haces mucha falta y tú lo sabías.
Riguroso, organizado, polifacético y creativo para el trabajo, todo un manitas. Cada cosa en su sitio y a su tiempo, sin “mascar” demasiado. Eso nos lo has inculcado siempre a nosotros.
Buen ciudadano, orgulloso de su tierra, pero a la vez crítico y exigente. Detestabas el vandalismo o aquello que pudiera irrumpir en una buena convivencia. Cómo disfrutabas de tus paseos por el Arrabalejo, cómo te gustaba tomarte una cañita en las tabernillas de tu barrio, ¡ay tu barrio! El mejor barrio de Jaén: céntrico, con tradición y solera y, sobre todo, con buena gente. Defensor a ultranza del tranvía y del progreso en general. ¡Qué lástima que no lo puedas ver!, aunque sabes que ahí estarán nuestros ojos, que serán los tuyos.
Tu pasión por el Real Jaén, ¡cuántas tardes de gloria hemos vivido juntos! Todavía me acuerdo cuando con apenas cinco añitos me llevabas agarrado de tu mano al viejo estado de La Victoria. Y es que los domingos de fútbol tenían algo especial. ¡Cómo los vivíamos! Cómo se te ha resistido el ansiado ascenso a segunda A. Se me va a hacer extraño asistir al estadio sin tu compañía, tus nervios, tu ilusión.
Viviste tu viudez sin llamar demasiado la atención, te rodeaste de las personas justas y no necesitaste más. Encontraste en ellas el cariño necesario para paliar el vacío tan grande que dejó tu mujer. Tenías esa habilidad que se necesita para disfrutar de cada momento de la vida, de cualquier gesto por insignificante que fuera, ¡qué forma tan especial de amar!, ¡qué forma tan especial de motivar! sin parafernalias, sin palabras vacías, pero estando ahí donde hay que estar, dando ejemplo, proponiendo modelos. Y es que tu vida era una constante lección de educación, a veces incluso nos hacías sentir como niños pero ¡cómo nos gustaba aprender a tu lado! porque en el fondo eras un niño, un niño grande: iluso, inocente y divertido. No te hacía falta contar chistes para hacernos reír. El benjamín de la familia, así te llamaba tu hermano Juan, a quién también has dejado “cojo”.
El destino fue caprichoso y quiso que vivieras la dichosa enfermedad desde ambos lados, primero como familiar y más tarde como enfermo. Y es que la vida no te ha tratado bien, no te ha dejado poner en marcha todos tus proyectos, que no eran pocos, porque los cimientos de cualquier proyecto de vida es la salud y sin ella todo se desvanece.
La frase más escuchada durante tu velatorio era: “Qué apañao que era tu padre, cuántos problemas me resolvió, qué buena gente”, porque eras una persona buena, buena de corazón, entregado a los demás. Y es que tenías un sexto sentido para rechazar lo vanal y descubrir lo auténtico y siempre intentabas protegernos. El funeral fue un bello ejemplo de reconocimiento a una persona entregada a su familia, a su barrio, a sus vecinos y a su ciudad.
El único consuelo que nos queda es la tranquilidad de saber que te has ido rodeado de tus seres queridos, rodeado de mucho cariño. La satisfacción de que todo el tiempo invertido en ti, sobre todo en los últimos años, ha sido el mayor regalo que nos podemos llevar.
En verdad te decimos que siempre vivirás con nosotros. Tus cenizas descansan ahora en un sitio especial para ti. Tus hijos que no te olvidan. Por Cristóbal, Rosa e Inma Barrionuevo de Jaén
José Martínez Sánchez “TETE”, de Jaén
“Cuesta levantarse y descubrir que faltas”
Ya ha pasado casi un año y la verdad es que se hace muy duro estar sin ti “Tete”. No pasa un día sin que pensemos en todo lo que hiciste durante tu corta vida, que por cierto era todo bueno. Espero que nos estés viendo desde donde descanses, por cierto si tienes al abuelo cerca dale recuerdos. Siempre, todas las personas buenas son las que faltan en los momentos más imprescindibles. “Tete”, eras el ejemplo para todo el mundo, un tío noble, sano, activo e inolvidable. Ahora hubieras terminado tu primer curso de Universidad y pasarías a segundo, porque estoy seguro de que lo ibas a aprobar todo. Eras el espíritu de la perfección, por eso, como te he dicho antes, eras el espejo de mucha gente. No te preocupes por nosotros, salimos adelante como podemos, aunque cuesta levantarse y descubrir que falta la persona más completa que teníamos. Quizás, todas estas palabras no te las dijéramos en su momento, pero tú lo sabías. Te escribo esta carta para que la leas desde donde estés, porque estoy seguro de que estás protegiéndonos a todos los que te queríamos. Por cierto, dale muchas fuerzas a tus padres y sobre todo a tu hermano, que te adoraba. Tus primos Alberto y David te han puesto una cancha de fútbol en la “play” con tu nombre y han creado un jugador muy completo, como tú eras, aunque el fútbol no era tu fuerte. Lo único que pido, desde aquí, es que todo el que te conocía nunca te olvide y que seas el reflejo de mucha gente por tu forma de ser. Seguro que estarás amenizando tu lugar de descanso con tu buena música. No dejes de tocar la guitarra y que tus notas musicales nos sirvan como aliento para seguir viviendo sin ti. Hasta otra, aunque tú sabes que te hablo todos los días. Tu tío José Alberto Sánchez.
El pasado día 26 de julio se cumplió el primer aniversario de la muerte del loperano José Huertas de la Torre y no pasa ni un solo día sin que sea recordado por sus familiares y amigos, pues ante todo era una persona querida y reconocida en el municipio, trabajadora y emprendedora que se desvivía por el bienestar de su familia. José fue el mayor de cuatro hermanos. Le seguían Manuel, Nicolás y Carmen y sus padres fueron José Huertas Herrero y Concepción de la Torre Gutiérrez. Los tres años de Guerra Civil Española los pasó con su familia en Úbeda.
Tras la Guerra Civil empezó a trabajar como mecánico y herrero en la fábrica de aceite “La Loperana”, donde pasó gran parte de su vida. Durante un corto tiempo estuvo trabajando con máquinas cosechadoras de trigo en varios cortijos de Montoro, en la vecina provincia de Córdoba. En 1955 se casó con la mujer de su vida, Ana Moreno Moreno, y fruto de su matrimonio nacieron dos hijos, José y Concepción. José fue un hombre muy polifacético y le encantaba trabajar en su pequeño taller donde realizaba, con gran paciencia, manualidades con plástico y madera. Su nieto Salvador, nunca olvidará aquel molino de viento que le hizo su abuelo, que fue uno de sus juguetes favoritos y que aún conserva.
También le encantaba todos los asuntos relacionados con la Guerra Civil. Fue un gran colaborador en el libro “La XIV Brigada Internacional en Andalucía. La tragedia de Villa del Río y la Batalla de Lopera”. Una de sus aficiones era coleccionar bombas ya desactivadas de la contienda bélica, de las cuales aún se conserva una de ellas colgada en el patio de su casa. Era un amante del dibujo y lo practicaba a diario tomando como modelo las imágenes de revistas. Sobre todo, le gustaba mucho dibujar el castillo de Lopera. Siempre se le recordará como una persona muy detallista, bromista y simpática ya que a menudo estaba gastando bromas con todo el mundo. No tenía nada suyo, todo lo compartía. Conoció en vida a sus cinco nietos (José Juan, Alba, Salvador, José Manuel y Ana) con los que le gustaba jugar y pasar buenos ratos. Fue un hombre muy querido y respetado en el pueblo, amigo de sus amigos. Destacaba porque era muy participativo, dispuesto siempre a ayudar dentro de sus posibilidades a todo aquel que lo necesitaba y, sobre todo, muy trabajador y generoso. Su persona permanecerá siempre muy viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes. Por José Luis Pantoja. Lopera
Hace algunos años, en muchos pueblos de Jaén y de España, era una ilusión para las familias que alguno de sus hijos fuera sacerdote. Además, a ello se unía que eran los únicos de las clases sencillas y populares que podían alcanzar estudios superiores. Por eso, la nómina de muchos profesionales nacidos en la posguerra se rellenaría, en una gran parte, con personas que acudieron a los seminarios. En la ciudad de Alcalá la Real, muchas calles del barrio de San Juan huelen a bolas de alcanfor que protegían las sotanas de los futuros sacerdotes. Aquellos años pasaron, y ahora que escasean las vocaciones sacerdotales, por el contrario los padres de los sacerdotes, como en los tiempos de abundancia, se sienten gozosos de tener un hijo entregado a los demás en medio de un mundo que no le es tan propicio como acontecía antaño.
En los años sesenta del siglo pasado, Mercedes Rosales Atienza, la madre del sacerdote Antonio Pérez Rosales, tuvo la gozosa experiencia de ver cómo su hijo se marchaba al Seminario. La misma sensación que, por aquellos años, le cantaba a su madre, con unos versos aproximados, el jesuita Ramón Cué en su poema dedicado a su madre. “Con lino blanco de bodas/ te han hecho los corporales/ el compañal de la novia/ es hoy lirio en los altares/”. Un poema que los jóvenes seminaristas solían recitar a sus madres, porque aquel autor jesuita había sabido perfectamente captar ese amor intenso, desprendido y apasionado que las madres de los futuros curas sentían por sus hijos. Y Mercedes era un ejemplo de laboriosa costurera que le confeccionaba, con sus diestras manos, a su hijo Antonio todas sus prendas, desde las de vestir hasta los hábitos religiosos de aquella sotana y fajín, que orgullosamente lucía en las calles de Alcalá con motivo de las fiestas que se celebraban, como el Día del Seminario. Mercedes vistió exteriormente a su hijo con decencia y gallardía, como maravillosa artesana del hilo, a la que acudían muchos vecinos de Alcalá la Real para confeccionarle el traje de novio o la prenda de vestir de fiesta, y también, revistió a su hijo con la excelencia de su entrega de amor, con la sonrisa en su cara frente a las adversidades de los demás y con el sentido emprendedor de una inquieta mujer.
En su hogar —unas veces en la aldea de Charilla, luego en la calle del Rosario y, después, en Abad Palomino—, se me simulaba el portal de Belén con la presencia de la buena Mercedes y la de Antonio, el marido paciente y prudente, religioso y sencillo. Siguiendo a Cué, de seguro que estos versos se le vendrán a la memoria al hijo que complementaban la escena, años después, cuando murió el padre: Sin saborear las mieles/ del primer hijo, mi padre/ se marchó una noche al cielo/ sin volver más a besarme. Al bajar del altar iré cantando/ un “Te Deum” filial./ Desde el cielo mi padre irá alternando/ los versos de este cántico triunfal”.
Los padres compartieron la vida sacerdotal con su hijo en distintos pueblos de la provincia y en su presencia durante su cargo de ecónomo de la curia diocesana. Pero Mercedes quedó al final sola como madre fiel y leal acompañante del camino y siempre fue la mujer generosa y amorosa, la de las puertas abiertas, la de la oración compartida cuando acudía a los actos litúrgicos de su hijo. Y, en una simbiosis de vaciamiento amoroso, compartieron entre madre e hijo momentos intensos de ejercicio de las mejores virtudes y de ejemplo a seguir por las generaciones futuras. Por eso, vuelvo al mismo y, en sintonía con el anterior poema, hago mías estas palabras, “rúbrica familiar que se hará muy popular por relacionar tan bellamente a su madre con su ordenación sacerdotal y primera misa, dejará resaltado para la historia no sólo la veracidad de aquella temprana renuncia de su madre a la ayuda que pudiera prestarle él en su viudez, sino que, poética y religiosamente, la va a declarar a ella vinculada ,ya de por vida, al apostolado sacerdotal de aquel hijo único”. Y con las palabras del poeta, me emocionaron las que dirigiste a tu madre al final de la misa, algo así: “Y ahora lo sé yo. Pero ya antes lo sabías tú. Resucitará nuestro destino: Amar. Todo es ya un sí eterno al amor. Saltaremos a la otra orilla de la mano de Jesús”. Ojalá, la semilla germinara en estos nuevos tiempos.
Por Martín Rosales. Alcalá la Real
El pasado 18 de julio nos dejaste a todos. A tus 96 años, tu corazón cansado dejó de luchar. Estabas en tu casa, tranquila, en tu cama, como tu querías, rodeada del calor de tu familia. Has vivido 96 años (que se dice muy pronto) y en tu vida han pasado muchas cosas buenas y malas. Viviste unos tiempos muy duros, la vida no fue fácil, pero sacaste adelante a doce hijos y formaste una gran familia de las que hay pocas. Has visto a tus hijos casados y felices, formando su propia familia y rodeada de treinta y cinco maravillosos nietos (la mas pequeña acaba de nacer y también la has conocido) y a tus 26 biznietos. Has dejado un vacío muy grande, pues tu casa, “la casa de mama”, como así la llamábamos todos, era el punto de encuentro. Allí siempre había alguien. Nunca estabas sola, sobre todo, los últimos años en los que tu enfermedad no te permitía llevar una vida normal como hiciste durante años, pero ahí estaban tus hijos mimándote día a día. Todos se han portado muy bien, hijos, hijas, nueras y yernos para ellos no hay palabras, pues con su constancia han demostrado ser verdaderos hijos y querer a su madre. Te has ido porque era tu hora pero te has llevado el regalo más grande que hay en la vida, que es el cariño, el amor y el respeto de todos. Sé que estás en el cielo, no hay duda, ahora junto al abuelo Mariano estaréis los dos gozando de la felicidad para siempre. Desde allí seguid cuidando de vuestra familia que nos olvida. No va a ser fácil superar tu ausencia pero nos quedamos con todos los recuerdos y todo lo bueno que nos has dado. Siempre estarás en el corazón de todos, “mama” así te recordaremos siempre. Un beso hasta el cielo. Tu nieta María de los Ángeles Espinosa.
Te fuiste casi sin darnos cuenta, sin apenas despedirte, fue tan rápido que todavía no nos lo creemos. Sin hacer ruido para no molestar demasiado, así eras tú, una persona discreta. Tu premisa era pasar siempre desapercibido, llevar la humildad por bandera, la honradez como legado. Con 62 años, tu momento todavía no había llegado, te quedaba mucho por vivir, mucha ilusión por transmitir, mucho cobijo que dar. Nos haces mucha falta y tú lo sabías.
Riguroso, organizado, polifacético y creativo para el trabajo, todo un manitas. Cada cosa en su sitio y a su tiempo, sin “mascar” demasiado. Eso nos lo has inculcado siempre a nosotros.
Buen ciudadano, orgulloso de su tierra, pero a la vez crítico y exigente. Detestabas el vandalismo o aquello que pudiera irrumpir en una buena convivencia. Cómo disfrutabas de tus paseos por el Arrabalejo, cómo te gustaba tomarte una cañita en las tabernillas de tu barrio, ¡ay tu barrio! El mejor barrio de Jaén: céntrico, con tradición y solera y, sobre todo, con buena gente. Defensor a ultranza del tranvía y del progreso en general. ¡Qué lástima que no lo puedas ver!, aunque sabes que ahí estarán nuestros ojos, que serán los tuyos.
Tu pasión por el Real Jaén, ¡cuántas tardes de gloria hemos vivido juntos! Todavía me acuerdo cuando con apenas cinco añitos me llevabas agarrado de tu mano al viejo estado de La Victoria. Y es que los domingos de fútbol tenían algo especial. ¡Cómo los vivíamos! Cómo se te ha resistido el ansiado ascenso a segunda A. Se me va a hacer extraño asistir al estadio sin tu compañía, tus nervios, tu ilusión.
Viviste tu viudez sin llamar demasiado la atención, te rodeaste de las personas justas y no necesitaste más. Encontraste en ellas el cariño necesario para paliar el vacío tan grande que dejó tu mujer. Tenías esa habilidad que se necesita para disfrutar de cada momento de la vida, de cualquier gesto por insignificante que fuera, ¡qué forma tan especial de amar!, ¡qué forma tan especial de motivar! sin parafernalias, sin palabras vacías, pero estando ahí donde hay que estar, dando ejemplo, proponiendo modelos. Y es que tu vida era una constante lección de educación, a veces incluso nos hacías sentir como niños pero ¡cómo nos gustaba aprender a tu lado! porque en el fondo eras un niño, un niño grande: iluso, inocente y divertido. No te hacía falta contar chistes para hacernos reír. El benjamín de la familia, así te llamaba tu hermano Juan, a quién también has dejado “cojo”.
El destino fue caprichoso y quiso que vivieras la dichosa enfermedad desde ambos lados, primero como familiar y más tarde como enfermo. Y es que la vida no te ha tratado bien, no te ha dejado poner en marcha todos tus proyectos, que no eran pocos, porque los cimientos de cualquier proyecto de vida es la salud y sin ella todo se desvanece.
La frase más escuchada durante tu velatorio era: “Qué apañao que era tu padre, cuántos problemas me resolvió, qué buena gente”, porque eras una persona buena, buena de corazón, entregado a los demás. Y es que tenías un sexto sentido para rechazar lo vanal y descubrir lo auténtico y siempre intentabas protegernos. El funeral fue un bello ejemplo de reconocimiento a una persona entregada a su familia, a su barrio, a sus vecinos y a su ciudad.
El único consuelo que nos queda es la tranquilidad de saber que te has ido rodeado de tus seres queridos, rodeado de mucho cariño. La satisfacción de que todo el tiempo invertido en ti, sobre todo en los últimos años, ha sido el mayor regalo que nos podemos llevar.
En verdad te decimos que siempre vivirás con nosotros. Tus cenizas descansan ahora en un sitio especial para ti. Tus hijos que no te olvidan. Por Cristóbal, Rosa e Inma Barrionuevo de Jaén
Ya ha pasado casi un año y la verdad es que se hace muy duro estar sin ti “Tete”. No pasa un día sin que pensemos en todo lo que hiciste durante tu corta vida, que por cierto era todo bueno. Espero que nos estés viendo desde donde descanses, por cierto si tienes al abuelo cerca dale recuerdos. Siempre, todas las personas buenas son las que faltan en los momentos más imprescindibles. “Tete”, eras el ejemplo para todo el mundo, un tío noble, sano, activo e inolvidable. Ahora hubieras terminado tu primer curso de Universidad y pasarías a segundo, porque estoy seguro de que lo ibas a aprobar todo. Eras el espíritu de la perfección, por eso, como te he dicho antes, eras el espejo de mucha gente. No te preocupes por nosotros, salimos adelante como podemos, aunque cuesta levantarse y descubrir que falta la persona más completa que teníamos. Quizás, todas estas palabras no te las dijéramos en su momento, pero tú lo sabías. Te escribo esta carta para que la leas desde donde estés, porque estoy seguro de que estás protegiéndonos a todos los que te queríamos. Por cierto, dale muchas fuerzas a tus padres y sobre todo a tu hermano, que te adoraba. Tus primos Alberto y David te han puesto una cancha de fútbol en la “play” con tu nombre y han creado un jugador muy completo, como tú eras, aunque el fútbol no era tu fuerte. Lo único que pido, desde aquí, es que todo el que te conocía nunca te olvide y que seas el reflejo de mucha gente por tu forma de ser. Seguro que estarás amenizando tu lugar de descanso con tu buena música. No dejes de tocar la guitarra y que tus notas musicales nos sirvan como aliento para seguir viviendo sin ti. Hasta otra, aunque tú sabes que te hablo todos los días. Tu tío José Alberto Sánchez.