Hasta siempre

Sebastián Almagro Castellanos, de Andújar


Un piloto que voló de la tierra al cielo

Se nos fue Sebastián Almagro. En el mes de agosto hizo cuatro años de su pérdida de este “hombre de altos vuelos”. Y viene bien lo de “altos vuelos” ya que Sebastián era piloto. Había nacido en Lahiguera, pero de muy pequeño se vino a Andújar, ciudad que sintió como suya, falleciendo el 15 de agosto de 2006 en el Hospital Reina Sofía de Córdoba. Muy pronto sintió la vocación por volar, sin antecedentes familiares, y se hizo piloto perteneciendo al Cuerpo de Profesores de Vuelo sin Motor, modalidad en la que fue bicampeón del mundo en este deporte.

Dedicado a la fumigación aérea, se convierte en empresario con un avión modelo Piper, trabajo que alterna con el deporte de  la acrobacia aérea cuyo avión LO-100 se llamará “Virgen de la Cabeza”, modalidad en la que tiene infinidad de trofeos. Circunstancias personales y familiares, un trágico accidente en casa, le lleva a trasladarse a la ciudad cordobesa de Palma del Río a mediados de la década de los sesenta. Fue piloto privado de Manuel Benítez “El Cordobés” en aquellos años que el torero palmeño se cruzaba la península toreando en infinidad de plazas. Allí, en Palma del Río se identificará con su trabajo y con sus gentes, tanto que en el 2001 el Ayuntamiento palmeño lo nombró “Hijo Adoptivo”. En 1966, funda una empresa pionera, Fumigaciones Aérea Andaluza SA. En 1984, se incorporó a la actividad de la lucha contra los incendios forestales, empleando aviones y helicópteros, y se dedicó también a las emergencias por accidentes o catástrofes. En el año 2004, nació la “Fundación Sebastián Almagro”, con el objetivo de formar pilotos. Recibió numerosos reconocimientos. Por Juan Vicente Córcoles. Andújar

 

Francisco Troyano Díaz, de Jaén

Amigo Paco, descansa en paz

La Asociación de Vecinos “Passo” del Polígono de El Valle desea expresar su más sentido pésame a la familia de Francisco Troyano Díaz por su reciente fallecimiento. Francisco Troyano estuvo muy vinculado a esta asociación de vecinos de 1998 a 2002 coincidiendo con las importantes gestiones llevadas a cabo para lograr la mejora de las infraestructuras en el Grupo 328 VPP (Sectores VI y VIII del Polígono de El Valle). Su carácter consistente y decidido le llevaron a encabezar las reivindicaciones planteadas ante las administraciones durante la etapa referida ganándose la confianza de los vecinos. Su capacidad de diálogo y, al mismo tiempo, la firmeza demostrada a la hora de defender las demandas vecinales, fueron, sin duda, un elemento clave en la consecución de las mismas. El sentido altruista de su trabajo dentro de la asociación, pretendiendo figurar siempre lo menos posible, así como la amabilidad y atención que tuvo para muchos, fueron las cualidades más destacadas de su condición humana para quienes le conocimos bien.

Hombre de sólidas convicciones, tenía un elevado sentido de la justicia y de la dignidad humana, lo que le llevaba a percibir antes que nadie la baja intencionalidad de quienes, en provecho propio, buscaron anteponer intereses particulares por encima de las necesidades generales de los vecinos. Francisco Troyano tenía el carisma de las personas que manifiestan lo que expresan, disponen sin imponerse, animan y acompañan cuando surge la duda y saben aconsejar bien, cuando por desgracia la arrogancia no nos permite muchas veces ni escuchar a nuestra propia conciencia. Por tanto, no es casual que su limitado pero intenso paso por la asociación haya correspondido a una época en que se distinguió al colectivo con el máximo reconocimiento institucional otorgado hasta la fecha, que fue la bandera de Andalucía con motivo de los actos conmemorativos del 28 de febrero de 2000. Paco Troyano supo dejar también su impronta haciendo honor a uno de los muchos refranes a los que a menudo solía recurrir: “Que lo cortés no nos quite lo valiente”. De Francisco no olvidaremos nunca el aprecio que tenía por este barrio y hacia esta asociación. Con la desaparición de Francisco Troyano hemos sentido la pérdida de un buen amigo y una gran persona que, sin duda, va a perdurar en nuestro recuerdo. Amigo Troyano, hasta siempre.  Descanse en paz.  Por Ángel Ibáñez, secretario de la Asociación de Vecinos Passo de Jaén. 

 

El mejor suegro y amigo

Lo conocí en 1984 en su gimnasio de la calle Juan Nogales y fue mi primer profesor. Él ha sido un pionero porque el suyo fue el primer gimnasio que existió en Jaén. Por aquel entonces poner un gimnasio era una aventura muy arriesgada. Él, aunque era de Jaén, había estado trabajando en Granada, pero toda su vida le había gustado practicar culturismo y, aunque ahora se ve como algo muy normal y extendido, por entonces era un deporte algo raro en Jaén. Antes de esta aventura se dedicaba a dar clases como profesor de autoescuela. Él fue quien creo en Jaén la autoescuela Troyano, que lleva su apellido, pero dejó esa profesión para dedicarse a los gimnasios, ya que, tras el de la calle Juan Nogales, en el barrio de la Loma del Royo, creó otro en la calle Segovia de Peñamefécit y en él conocí a su hija Mari, con la que me casé y tuvimos dos hijos. Al poco tiempo de conocerlo lo tenía como amigo y, más tarde, lo tuve como suegro.

Uno de los recuerdos que tengo era un continuo ir y venir, casi todos los fines de semana, a los campeonatos nacionales de culturismo, de los que él era juez, y también acompañábamos a los competidores de Jaén y era un trajín de viajes. Paco tenía un deseo irrefrenable por aprender de todo. Últimamente, por poner un ejemplo de su espíritu inquieto, estudiaba solfeo y cocina. La última titulación que se sacó fue la de reflexología del pie y se dedicaba a dar masajes en los pies, gratuitamente, a todos sus amigos, convencido de que se sentirían mucho mejor. Otro aspecto que pone de manifiesto su afán de investigar y aprender, ahora que está tan de moda el aloe vera, es que él llevaba cerca de treinta años cultivando plantas de aloe vera para hacer jabón, cremas y ungüentos varios. 

Era una bellísima persona, siempre muy servicial, que se preocupaba por los demás. Cuando alguien le contaba un problema, él no dudaba en ayudar de alguna forma. Para sus nietos era el abuelo perfecto. De hecho mis hijos, Paquito y David, lo adoraban y, pese a sus cortas edades, eran sus compañeros de curso, porque han heredado de él la afición por la música y los tres coincidían en los cursos de la Universidad Popular. Paco siempre tocó el acordeón y ahora estaba aprendiendo a leer las partituras. Su muerte nos ha creado un gran vacío. Sólo deseo que sea feliz allá donde esté ahora. Por Francisco Quesada Chinchilla de Jaén


Manuel Criado Toribio, de Lopera


Fue un hombre sensible y cariñoso

El pasado 27 de agosto fallecía el loperano Manuel Criado Toribio. Desde entonces no pasa un solo día sin que sea recordado por sus familiares y amigos pues, ante todo, era una buena persona, trabajadora y emprendedora, que se desvivía por el bienestar de su familia. Manuel fue el mayor de cuatro hermanos (Manuel, Nieves, Julia y Ana) y sus padres fueron José María Criado Navarro y Vicenta Toribio Chueco. Los tres años de la Guerra Civil los pasó con su familia en Jaén. Tras el conflicto trabajó en la fábrica de harinas de Eufrasio Millán y, posteriormente, como oficial de albañil.  En 1947, se casó con la mujer de su vida, Francisca Bruna Cámara, y fruto de su matrimonio nacieron dos hijos, José María y Vicenta. Manuel era muy polifacético y le encantaba trabajar en su casa sita en la calle Duque de la Torre, echándole culos de aneas a las sillas, o haciendo espuertas de esparto para la aceituna y alforjas para las motos. Uno de sus grandes sueños que llegó a cumplir fue el plantarle a su hijo José María 95 estacas de olivo junto a una tierra que tenía cerca de la carretera de Bujalance, llamada Los Carrascales. Le encantaba todo lo relacionado con la Guerra Civil y fue un gran colaborador en el libro “La XIV Brigada Internacional en Andalucía. La tragedia de Villa del Río y la Batalla de Lopera”, en especial, en la descripción de la casería de Coronado donde varias familias de Lopera se refugiaron en la Navidad de 1936, mientras se libraba la Batalla de Lopera. Echaba sus partidas de cartas y dominó con sus amigos Juan Clemente, Francisco Muñoz, Juan Martos y Leonardo Romero. Se le recuerda como una persona muy sensible y cariñosa. Por José Luis Pantoja. Lopera



Martín Muñoz, de Albanchez

 
Siempre estamos a tiempo de reconocerte
Llevaba tiempo rondando mi cabeza el hecho de pensar que tenía una deuda con Martín y de cómo poder satisfacer la misma. Llegué a la conclusión de que la mejor manera era hablar un rato con él como en tantas ocasiones he hecho.

Hola amigo Martín: ¿Cómo va todo por ahí? Lo de amigo te lo digo porque es una palabra que tú conoces muy bien, yo también quiero ser hoy uno más de los muchos, muchísimos amigos que tenías. Se me hace muy complicado escribirte hoy, porque voy a hablarte de aquella noche tenebrosa y de aquel incierto lugar, donde una sombra vasta y fría, hizo que el tiempo se muriera en una amarga pirueta.

 Tu muerte, tan trágica como incomprensible, dejó aún más desconsuelo si cabe en tu familia más cercana, y a los demás, un nudo en la garganta que cargó de dolor y rabia nuestra despedida. No creo que a nadie que te conociera le quede la duda de que hemos perdido a una persona buena y generosa como pocas. Cofrade incansable, hemos podido apreciar como en cada procesión ibas derramando a borbotones tu ayuda desinteresada. Nadie como tú ha presumido tanto de su pueblo, y nadie volvía con el entusiasmo y la inquietud que tú lo hacías. Qué lástima que en ese Ayuntamiento estén tan ciegos, porque tendrán que pasar muchos cientos de años para encontrar a una persona que aglutine tanto amor y tanto bien y, aun así, no han movido un dedo para que seas santo y seña donde se miren futuras generaciones. Nadie ni nada va a mitigar el profundo dolor y la angustia del alma que deben sentir. La sentencia es demasiado dura: vivir sólo de tu recuerdo. Un abrazo y hasta siempre. Por Carlos Aranda. Albanchez         


Francisco Zafra Parrilla, de Alcalá La Real

Una gran labor sacerdotal
En la primavera de 2006, murió el antiguo capellán  de la Hermandad del Cristo de la Salud de Alcalá la Real y sacerdote  Francisco Zafra Padilla. Ejerció como tal desde los años ochenta y dio continuas muestras de cariño, dignas del más alto encomio hacia todos los miembros de sus cofradías y feligreses. Coincidieron sus años con los que las hermandades tuvieron un enorme crecimiento en número de hermanos, se ampliaron en grado sumo la organización cofrade y se acrecentaron muchos bienes muebles e inmuebles de la hermandad. Pero, sobre todo, Francisco reanudó la práctica dominical en la iglesia de San Juan, donde acudieron las personas sencillas del barrio de San Juan y muchos hermanos que lo tomaron como una  práctica imprescindible para su vida. Además, siempre atendió a la hermandad en todas las actividades religiosas que se emprendieron los años de su capellanía, siempre con una actitud abierta y participativa, que era digno ejemplo de imitación en el pueblo de Alcalá la Real.
 
En su persona, se conjugaba la tradición —lo que era perdurable y eterno— con  los nuevos reglamentos y órdenes que emanaban de las instituciones diocesanas, dando muestras de una fina sabiduría, una perspicaz intuición de acercarse al pueblo y una aptitud continua de servicio, que logró que aquella hermandad sanjuanera fuera la primera que se erigiera canónicamente y se aprobaran sus estatutos en 1986. Como buen párroco, alentó a los feligreses en la empresa de la fábrica de la parroquia de Santo Domingo de Silos, renovándola en la reconstrucción de todas sus dependencias y cambiando todos los bienes muebles —bancos, vidrieras, altar, atril— siempre de acuerdo con los buenos consejos artísticos y no sólo nos implicó en el templo de San Juan, sino también en la reconstrucción de la iglesia de las Angustias. No se puede olvidar su mejor empresa y de gran envergadura que tuvo lugar, durante su tiempo, con la reconstrucción de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Angustias, a la que se aplicó una gran partida de los organismos oficiales para afianzar a la techumbre, obra de carácter vital para su futuro y el del patrimonio local de Alcalá la Real. También, implicó a los fieles y cofrades en otras dependencias de la parroquia.

En cuanto al culto, la liturgia y la pastoral, se mostró siempre sencillo y humano, recogiendo las iniciativas del fervor popular e impartiendo la doctrina con grandes muestras de generosidad pastoral. Visitó enfermos del barrio, atendió a los familiares de los fallecidos y cooperó espiritual y materialmente con los más desvalidos. En su tiempo, de nuevo volvió a realizarse el sacramento del matrimonio en la iglesia de San Juan, atendiendo las peticiones de los vecinos y hermanos del Cristo de la Salud, al mismo tiempo que se rezaron misas por el alma de los difuntos entre los devotos y hermanos; también se renovaron todos los ornamentos, objetos y vestidos sagrados, así como libros de liturgia. Siempre que se le reclamaba, acudía a las citas de las juntas, sobre todo, a las juntas generales de carácter ordinario y extraordinario, como cuando hubo que resolver momentos difíciles y conjugar las nuevas directrices de la Diócesis con la renovación de las cofradías. No olvidó su labor ministerial asistiendo a los actos religiosos de las fiestas de sus dos hermandades parroquiales (Nuestra Señora de las Angustias, Cristo de la Misericordia y Cristo de la Salud): el primer y segundo domingo de septiembre, vía crucis, procesiones, Navidad, fiesta de San Juan Bautista, quinario, triduos, y misas dedicadas por los hermanos fallecidos. Con su espíritu generoso y su buen talante, supo distensionar las desavenencias entre hermanos, como el buen pastor que conocía a sus ovejas. Sabía dar confianza a los suyos, aconsejar en el momento oportuno y dar ejemplo en las circunstancias pertinentes. Comprometió a sus hermandades en las labores de la parroquia y siempre su huella estuvo presente, tras marcharse de la ciudad. Fue un excelente párroco que siguió a Cristo. Por Francisco Martín Rosales. Alcalá la Real           

Juana Josefa Armenteros, de Torredelcampo

A la abuela Juana que se fue como vivvió
Se fue el 3 de agosto de 2010, sin hacer mucho ruido, de forma silenciosa, como ella vivió, la abuela Juana, a sus 96 años cumplidos, descanse en paz. Para mí era “la abuela”, para ella su madre que le dio la vida hace 68 años, que la educó en el respeto hacia los demás, en la caridad y ayuda a los más necesitados, en las formas y maneras de ser, de saber estar, del trabajo y la constancia hacia otros incluso sin merecerlo a mi modo de ver, por aquello de guardar las formas. Yo conocí a las dos a la vez, a la abuela y a su hija. La abuela, a pesar de tener una constitución física más bien pequeña, era grande, percibí su poderío, su autoridad, su influencia, sobre quienes les rodeaba y, por supuesto, en sus hijos. Un tiempo tan largo como 96 años da para mucho. Yo sólo quiero, mediante la presente, rendir un pequeño homenaje al que estoy seguro que se unirán muchas personas que lean este escrito y sobre todo personas de buena voluntad. Pero mi homenaje es para ella, su hija, a la que sí he podido ver

feliz, con su madre, cuando esta no sufría, no padecía, vivía y aún era consciente del amor y respeto que le profesaba su hija y resto de su familia. Y también he percibido esa angustia, pesadumbre, ansiedad y tristeza en su hija, de ver que su madre no era la Juana-madre de siempre, con quien mantener una conversación, y no ser autosuficiente para alimentarse, asearse, moverse, sino que padecía día a día la cruel realidad de verla consumirse como si fuese una lámpara de aceite. Dichosa esa madre que ha tenido ese amor de esa hija y enhorabuena a esa hija, Juanita, que lo ha dado todo por su madre. Por Ramón Moral Cuéllar. Torredelcampo
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    18 sep 2010 / 22:00 H.