Hasta siempre

Luis Rodríguez Ruano de Andújar
“Descansa en paz, amigo Luis”

Querido Amigo Luis. Como sé que la gente buena se va directamente al cielo, y tú lo eras, quiero, desde aquí, darte las gracias por tu gran amistad, por todo el cariño que me habéis dado tanto tú como tu mujer, porque, cuando más solo estaba, tu casa era para mí un refugio, en la que recibía nada más que muestras de ayuda. Bueno, para mí y todas aquellas personas que aparecían. Fueron tiempos en los que se creó la frase: “¿Dónde quedamos? En casa de Luis”.

    02 jun 2013 / 09:11 H.

    Gracias, también, pues tú fuiste el que nos metiste a todos el “gusanillo” de la cocina y fuiste uno de los pilares más fuertes de nuestra asociación gastronómica “Epicúreos”, allá por mediados de la década de los ochenta, asociación que ya no va ser lo mismo sin ti. Como estos espacios están un poquito limitados no quiero seguir contando anécdotas y momentos vividos, momentos inolvidables en torno a una mesa —nuestra comida de Navidad con tus regalos musicales— o en torno a unas migas o gachas en los Santos o en una cocina como lo de la langosta de Aguadulce. Me dice nuestro común amigo Juanvi, otro Epicúreo, que diga que te casaste con Paqui García, mujer que es santo y seña de la plaza de abastos por sus magníficos productos y su bien comercial, matrimonio en el que tuvisteis dos hijas, Blanca y Maite. Magnífico dibujante y aficionado a la fotografía, realizó el cartel de la Romería de la Virgen de la Cabeza de 1982. También hizo el de la Noche Flamenca de 1981 y el de la Feria de Septiembre del mismo año. En 1983 ganó un accésit del concurso organizado por el Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Jaén y, en 1988, el cartel anunciador del primer Trofeo de Navidad del CB Andújar. Como sé también que tu vida fue un ejemplo de discreción, no quiero seguir contando cosas, pues te has ido sin hacer un ruido y no seré yo el que rompa tu discreto silencio, pero sabes que no podía pasar sin que te diera públicamente las gracias por ser mi amigo, nuestro amigo. Descansa en paz, amigo Luis.
                 
    Por José Luis Prada.

    Diego López Jiménez de Mancha Real
    Carta a mi padre

    El día 21 de mayo de 1948 nació el hombre más maravilloso del mundo, mi padre. Ya tienes 65 años y dos cumpleaños que no estás con nosotros. Hace ya un año y tres meses que no te vemos, que no te oímos, que no te sentimos, pero aún te estamos esperando.
    Aunque parezca mentira, como siempre, cada noche esperamos que llegues de la salina, pero escuchamos el coche llegar y tú no entras por la puerta.
     En casa hace un frío distinto y es que falta tu calor y la luz que desprendías. Padre hay nada más que uno, pero tú eres especial, un trabajador incansable. No había días de fiesta para ti, todos los días ibas a tu salina, tan humilde, te conformabas con poco. No necesitabas lujos para vivir. Honesto, cariñoso, amigo, luchador, desinteresado, un ejemplo a seguir y nuestro mejor maestro, eres tantas cosas en nuestras vidas… Papá, aún te seguimos necesitando y este dolor que sentimos y el vacío en nuestro interior todavía no se ha calmado.
    ¿Sabes? Ya tienes más nietos ¿Te acuerdas de que te dije en el hospital que quería quedarme embarazada y me dijiste que a lo mejor me ponía de acuerdo con mi hermano? Pues ya lo estaba cuando te lo dije. Al final, tu hijo Cristóbal y yo tenemos dos niñas preciosas, tus nietas. Mi hija se llama Úrsula, como mamá, y Cristina la hija de Cristóbal. Mario, tu nieto, al único que pudiste disfrutar poco tiempo, que era el que te daba la vida, cada noche besa tu foto y se te parece mucho a ti. Sabemos que los estas viendo y protegiéndolos.
    Mamá te necesita y, aunque no lo demuestre, no levanta cabeza, pero no te preocupes, intentamos ser una piña todos los hermanos para protegerla, siempre unidos, como querías.
    Papá, eres lo mejor de nuestras vidas.
    Tanto yo, Catherine, como Esther, Cristóbal, Rebeca, Gisela y mamá no te podemos olvidar, ni lo haremos nunca. Estás presente en todos nuestros días y todavía no nos creemos que no estés aquí. Vemos fotos tuyas y vídeos, para consolarnos y sentirnos más cerca de ti.
    Las palabras no pueden describir el dolor que sentimos y, cada día, se hace más grande. Te fuiste sin cumplir muchos deseos y sin ver terminados muchos de tus proyectos, pero no te preocupes porque, desde donde estés, verás cómo todo se arregla y tu sudor, tu sufrimiento, tu entereza y perseverancia, que han sido claves para llevar adelante a esta familia y negocio, seguirán su camino con nuestro esfuerzo, siempre llevando por bandera tu saber hacer y tus consejos. Hemos intentando hacerlo lo mejor posible para que te sientas orgulloso de tu esposa, hijos y nietos y los hijos de nuestros hijos, que te conocerán. Les enseñaremos todo lo que nos enseñaste a nosotros.
    Papá, felicidades. En representación de todos mis hermanos y mamá, tu hija mayor, Catherine, te escribe estas letras:
    Tu sangre es agua sal, salinero,
    que con tu sudor riegas las pozas
    y con tu esfuerzo y esmero se saca
    la sal más salerosa del mundo entero.
    Propietario de salina “El brujuelo” y salina    “Los Vélez” (salina don Diego).
    En honor a Diego López Jiménez, nuestro padre.
    Por Catherine López Pérez, en nombre de su madre y el resto de sus hermanos.

    TERESA CÁRDENAS GUTIÉRREZ de Los Villares
    No te olvidamos

    Hola mamá. Te saludo porque ahora es más fácil que me oigas y me conozcas que hace unos días. La culpa es de esa maldita enfermedad que tanto está de moda ahora, por desgracia, que empiezas por olvidarte de cosas y que acabas por olvidarte de vivir.
    Has llevado tu ausencia con mucho coraje, luchando día a día con ella, aunque, al final, te ha vencido a ti, una mujer muy fuerte que siempre has estado ahí, luchando por tu familia, disfrutando con pequeñas cosas —que tú hacías muy grandes—, arropando a tus hijos, educándonos y, a la vez, enseñándonos esos grandes valores que tú tenías.
    Con tu esposo fuiste ejemplar. Esos años de cadena perpetua que lo tuvieron encamado los llevaste como si nada ocurriera, al menos, eso nos dabas a entender. Fueron muy duros para ti y te han pasado factura, pero sé que lo hiciste por amor y, sí, así cuesta menos.
    Con nosotros siempre has sido dialogante. Nos has enseñado a respetar a todo el mundo y, a veces, a poner la otra mejilla. Tú nos decías que Dios no se queda con nada de nadie y así es.
    A tus nueras las considerabas como a tus hijas, esas hijas que Dios no te dio y, ¿sabes por qué? Porque te tenía guardadas unas nueras muy especiales. Los nietos fueron para vosotros una inyección de vida y lo poco o mucho que los habéis disfrutado, lo habéis hecho muy intensamente.
    Tus vecinos eran como parte de tu familia. Has estado igual para todos, igual que ellos han estado para ti.  Has hecho de todo, desde ser la enfermera de la calle a pasar por hacer gusanillos y empanadillas para medio barrio porque, también, eras una gran cocinera.
    ¿Sabes? Todos te han acompañado en tu último día y todos han coincidido en lo mismo: En lo grande que eras, madre.
    Bueno, mamá, espero que estés muy a gusto junto con papá. Ahí, los dos juntitos, como tú querías. Gracias por habernos dado la vida. Has sido siempre un ejemplo a seguir. Intentaremos hacerlo como tú, aunque has dejado el listón muy alto.
    Decirte un beso es una ridiculez, porque tú te mereces todo nuestro cariño y te lo enviamos. Dale un fuerte abrazo a papá. 
    Por Miguel Ángel Cañada, tus hijos y nietos. 

    Baldomero Martín Arévalo de Alcalá la Real
    Toda una vida llena de anécdotas y recuerdos

    Le hice hace ya ocho años una semblanza a modo de autobiografía con el título de “De niño Mero a Baldomero Martín, el otro Niño del Coro”. Teclado en ristre y la  palabra  “delate” en prevenga frecuente por su dilatada vida, me pongo a resumir. Sobre su familia, así describía su árbol genealógico: “Mi padre Antonio Martín Montenegro gozaba de una excelente reputación en el pueblo. Desde pequeño, era su encargado de la familia Abril. Tenía la obligación de cumplir todo lo que le mandaban el señorito y la señora. Y, también, acatar las órdenes de los hijos mayores. Lo mismo cuidaba de las obras de la casa que limpiaba las pozas del molino de aceite. Mi madre respondía al prototipo de las matronas romanas. Dio a luz a seis hijos. Tres machos, mi hermanos Juan, Antonio, mis hermanas María, Luisa y Concepción y yo”. 
    Sobre su infancia, me comentó varias anécdotas: “No  recuerdo nada de mis primeros años. Tan solo, algunas travesuras y mucha hambre. Y eso que nací un día de Santa Ana, del año 1930, cuando gobernaba en Alcalá el alcalde Benavides. No vivieron mis padres momentos trágicos en la Guerra Civil. Pero, a mí, me impresionó un día que nunca olvidaré [...]. Fue el 30 de septiembre de 1936, día de la toma de Alcalá la Real, en la que se vio envuelto en huir de Alcalá hacia la zona republicana, pues me quedé sin padres y me alojé como un niño de refugiados en Jaén”. No puedo pasar por alto la descripción de la segunda anécdota: “Fue una mañana en la que apareció un camión donde me montaron junto con mis compañeros. Yo, al principio, no sabía nada de aquella nueva aventura que me esperaba. Pero, por los gestos de los chóferes y los milicianos, debíamos emprender camino hacia el Levante, para ser embarcados a Rusia. Pude ser un niño de Rusia que, ahora, tendría una subida especial de paga.  Pero mi tío Bernardo, por aquel tiempo teniente de una de las compañías del Frente Sur, vino a visitarme y se presentó, de inmediato, ante los organizadores de la marcha. Detuvo el camión. Me bajó y acudió al estado mayor, donde hizo valer su prestigio militar para que me quedara en tierras jiennenses […]. Unos meses después, me trasladaron a un cortijo cercano de Murcia. Mi vida cambió totalmente en estas tierras. Hasta en las temperaturas. Pues, frente a los crudos inviernos de Jaén, en la vega murciana el sol me aliviaba las penas, que eran muchas”.
    De su adolescencia, era un pintor de cuadro viviente de aquellos tiempos: “En estos años estuve, por la noche, en la escuela del Manquillo, en la que apenas aprendí a leer y escribir. Era una escuela de maestro garrotero situada en la calle del Pintor. Por las mañanas, iba a los cortijos del derredor con un amigo y cambiábamos tazas y platos de cerámica de Baltasar por suelas, calderas y objetos de cobre y albarcas. Parecía que habíamos vuelto a la prehistoria y ello fue muy bueno, porque se agudizaba el ingenio”.
    Sobre sus primeros oficios, de cabrero a albañil: “Mi padre, cuando creía que podía asumir responsabilidades, me recomendó a su señorico para que cuidara sus cabras en la Camuña. Un paso más en responsabilidad alcancé cuando mi padre me enseñó los primeros pasos de albañilería en las cámaras de la fonda del Cigarrito, situada en la Tejuela”. Como soldado en Ceuta, logró pasar uno de los mejores años de su vida, mensajero del coronel y del general alcalaíno Martínez. Posteriormente, con el albañil Juanito López, marido de las Jaras, aprendió muchos trabajos: “Me inicié en pequeñas chapuzas. Tras este aprendizaje, me incorporé a la cuadrilla de mi hermano Juan. Allí conocí buenos profesionales de la albañilería. Primero como empresa y, después, como Cooperativa Alcalaína de la Construcción —los Góngora, los Melicos, los Bergillos, los Daza, Roda, etcétera—, nos vinieron y vivimos los años del desarrollismo salvaje. Muchos bloques de pisos de la Huerta de Capuchinos, de los Álamos y del Llanillo son el exponente de una arquitectura de los años sesenta. Lo mismo construíamos las Escuelas del Coto o cambiábamos el Parque Cinema por viviendas en las que hicimos nuestros pinitos en restauración en La Mota, readaptando parte de las Casas de Cabildo de La Mota. Poco a poco, fui alcanzando peldaños en mi oficio, pasé de oficial a maestro y, luego, a encargado de obras. Como alcalaíno marcado por el dios Mercurio, me busqué la vida de arrendador de maquinaria y andamios”.
    De su familia hablaba con orgullo: “También tuve mis tres hijos, Juan, Merce y Encarni. ¡Mi ilusión era que estuvieran bien colocados con su trabajo y formaran una familia! Así lo han hecho.”
    Su pasión en los últimos años: “Y me apunté a la hermandad del Cristo de la Salud, por los años sesenta. Guardo muy buenos recuerdos de toda la vida de hermandad. Ejercí, durante dos años, de hermano mayor, pero eso ya está escrito en el libro de la hermandad. No olvido que procuré el voluntariado de los demandantes. Mis amigos de aquella época, los que viven y los fallecidos, me marcaron enormemente en la pasión por la imagen del Cristo de Martín Simón. Como albañil, comprometí a muchos en las obras de restauración y conservación de la iglesia... ¡Hasta la iluminamos! Fui costalero hasta que pude y tuve edad. De seguro, que no fallo a todas las citas del primer domingo de septiembre”. Sobre su último oficio, me decía que era el de simpático mandadero, lo que asumía con mucha gracia con respecto a los encargos familiares. También me recordaba los viajes en los que compartíamos ágapes de carne de choto y vino tinto de la zona. Siempre con la sonrisa en los labios, como cuando lo invité al próximo viaje: No lo esperaba. Era el definitivo a la aldea grande del Cristo de la Salud.
    Por Francisco Martín.

    José martínez y Juan Antonaya de Vilches
    Dos grandes pérdidas para el Círculo Cultural La Peña

    En días pasados, tuvieron lugar los muy luctuosos hechos de los fallecimientos de nuestros queridos y admirados socios, señores don Juan Antonaya “El Panadero” y don José Martínez “El Maestro”.
    ¿Qué decir de estos socios y buenos amigos? Los dos, veteranos en esta sociedad, habían ocupado cargos de responsabilidad, concretamente, el cargo de presidente, dentro de la junta directiva de nuestro colectivo. Don Juan, gran aficionado al deporte de la caza, era asiduo a jugar la partida de cartas con sus compañeros socios en los salones de nuestra sede. Don José, por su parte, era un gran aficionado a la pesca y un asiduo lector de la prensa, sobre todo, del “Abc” en el salón de lectura. Ambos eran dados a disfrutar de la tradicional “postura” vilcheña —el aperitivo— en el bar de la sociedad. Amigos de la charla y las tertulias cotidianas, analizando, día a día, la actualidad informativa en todos los niveles.
    Don José había sido obsequiado recientemente con el diploma de Socio Octogenario, reconocimiento que nuestro colectivo ofrece a los señores socios mayores de ochenta años. Poco tiempo le faltaba a don Juan para recibirlo.
    Ambos seréis recordados siempre en esta peña vuestra como excelentes personas y amigos de los amigos.
    Don Juan y don José, descansen en paz.
    Por Alfonso Rubia López, presidente del Círculo Cultural “La Peña”.