Hasta siempre

Fernando García Ramírez de Jaén
“Un día que quedará señalado para toda la vida”

Nos dejaste el 17 de mayo, a las ocho de la tarde, un día que quedará señalado para toda la vida. Te marchaste una mañana, como de costumbre, diciendo a tu mujer que ibas a hacer un “chapu”, pero no dijiste que continuarías con otro  en un lugar muy lejano, por lo que aún te seguimos esperando, sobre todo, tus hijos, tu esposa y padres. Te fuiste sin despedirte de nadie porque el segundo contrato te vino rápido y tenías prisa por hacerlo.

    05 jun 2011 / 10:36 H.

    Tus hijos preguntan por ti. Dicen que cuándo vas a venir del trabajo. Tu esposa Lourdes les dice que fuiste al cielo y que tardarás mucho en venir. Se despidieron de ti el último día como si fuera un día más. Tu esposa aún no sale de su asombro, espera que vuelvas porque no es justo que te marches tan lejos sin despedirte.
    Querido sobrino Fernandi, como todos te llamamos, tú  estás en el reino de los cielos porque Dios ha querido llevarte ante él para que pulimentes parte de ese cielo con tus generosas manos y ese trabajo bien hecho que tu hacías. Al terminar, te recreabas viendo si podía quedar alguna falta para repasarlo. Desde el cielo,  pide a la Virgen de la Capilla  por tu familia. Tú sabes que es muy querida por todo nosotros. Tú que la tienes a tu lado pídele que le dé fuerzas a tu padre. Cuando te estaba viendo encima de esa máquina electrocutándote, quiso, sin mirar el peligro que el corría, abalanzarse hacia ti para bajarte de la misma. Se lo impidieron familiares y amigos que estaban en ese momento allí, como locos sin saber dónde tenían que desconectar el dichoso aparato eléctrico. Cuánto sufrimiento de ver a su hijo electrocutándose y no poder hacer nada. Reza por tu madre, que no pudo resistir el que te fueras para siempre y tuvieron que ingresarla con un   estado de gravedad. Gracias a la Virgen de la Capilla, a la que tanto queremos, hoy se encuentra fuera de peligro.
    Tú que estás cerca del Todopoderoso, pídele por todos los que estamos aquí para que nos dé fuerza para soportar esta pérdida. También quiero decir que el día de tu entierro se personaron en el tanatorio una inmensa cantidad de gente, familiares y amigos que colapsaron toda el ala derecha, la entrada y la capilla.
    Ha sido un golpe duro para tu esposa, hijos, padres y demás familia. Tu madre ya no será la misma Isabel de antes, donde todo era alegría. Nunca se quejaba de nada. Lo que más apreciaba, y tú lo sabes, es tener a toda la familia junta. Eso ya no lo veremos. Se ha ido su Fernandi, te has ido sin tan siquiera verte en el tanatorio, ya que ella se encontraba en el hospital desde la tarde en que tú nos dejaste.
    A tus 35 años, ha decidido Dios llevarte a su lado, porque en el cielo se estaba apagando el brillo de las estrellas. Hasta siempre. Nunca te olvidaremos.

    Por  tu tío Félix Ramírez Alcázar.


    FRANCISCO VÍBORAS CASTILLOde Alcalá la Real
    Fue fuerte y valiente ante los avatares y aventuras que le lanzó la vida

    Hay personas que identifican a un pueblo, a un grupo social o a una familia. Francisco Víboras Reyes es la historia viva de uno de los barrios alcalaínos; me refiero al barrio de las Cruces o del Calvario de Alcalá la Real. Allí pasó muchos años de su tránsito por este mundo (por el barrio de la Verónica jugó, tuvo su casa y su familia, se encerró en los momentos de la incomprensión sin sentido). Aquellas calles, de dura roca y de solarines con frontales de los tajos, le hicieron fuerte y valiente ante muchos avatares, porque compartió el calor de su familia con la miseria del duro subdesarrollo de la posguerra encarnado en su entorno familiar. Sus huesos y carnes tuvieron que afrontar miles de aventuras contra la naturaleza para poder sobrevivir —y lo hizo hortelano de secano y de tierra arrendada—, pero siempre salió triunfante, en medio de esta lucha de titán humano y de “Roberto Alcázar y Pedrín”, como muchos de los de su generación; y, aún más, siempre aquella masa tectónica de los Llanos le surtió de un venero de alegría envuelta de sonrisas atipladas, que se contagiaba en el continuo contacto con los grupos humanos.
    Fue jovial, hombre de tertulia de pueblo y saludador de toda persona de bien. Siempre su gracejo le convertía en el hombre de consenso y de razonamiento, de buena persona, como hombre que podía compartir el acta de sociedad en pertenecer a dos peñas tan dispares, como la del Madrid y la del Barcelona.
    Como prototipo de los albañiles alcalaínos, Paco nos recordaba a aquellos famosos miembros de la sociedad obrera de primero del Siglo XX. Sabía pertenecer a un oficio, cuidar la profesionalidad de la paleta y ser solidario con los que trabaja y a los que se trabaja distinguía a todos los trabajos que dejaron su la huella en muchas casas de familia de las clases populares. Por eso, no podemos olvidar nunca el orgullo que sentía por sus atrevimientos constructivos. Cuando edificó la casa de su hija Mercedes en las faldas del Cauchil, aquel arco del que presumía siempre que hablábamos con él. Y como albañil, el remate de los edificios era un final obligado de un rito protocolario de los que siempre ejercía de cocinero, como abundan en las tierras alcalaínas (dándonos muestras de su buen saber, guisar y familiaridad en muchos guisos que compartimos).
    Paco disfrutaba de que los demás se sintieran felices con sus aderezos, el sabor especial de la carne de choto con tomillo o el caldoso alcalaíno. Nos adentraba al aprendizaje de una madre que cocinaba en la tradición de la gastronomía andaluza. Paco era ingenioso, como aquel que inventó la secretaria alcalaína; hubo un guiso en el que suplió el vinagre con las uvas verdes de la parra de un pórtico de una casa de campo.
    A Paco lo recuerdo siempre con sangre reivindicativa, acompañándonos a muchos actos públicos a favor de los más excluidos, portando la bandera de su pasión entre muchos pueblos que no querían que Andalucía se avasallara más. Ahora que corren otros vientos, este hombre es una pérdida, un testigo de los que saben lo mucho que se ganó, se conquistó y pudo disfrutarlo, porque podía comparar el sol con la luna, más bien el desierto con el oasis, lo que les falta a muchas generaciones, la técnica del contraste por estar repletos de la vivencia de la abundancia y la intensidad de la manipulación de lo mismo. Creo que su familia debe recordarlo siempre con esa sonrisa generosa, porque dio mucho por cada uno de sus hijos —a cada uno de lo suyo— y, sobre todo, podemos recordar cómo vivía entre sus venas el paso por el Ayuntamiento alcalaíno de algunos miembros de su familia, entre ellos, su hija Mercedes. O sus primos Casiano o Elena. Era feliz porque se sentía miembro de una familia, que había dado mucho por los demás altruistamente. Su perfil físico y humano representó a nuestro pueblo en algunos foros y él se sintió siempre feliz por ello. Descanse en paz, como el guerrero de la Iliada tras la dura batalla en tierras troyanas.

    Por Francisco Martín.


    Carmen Liébanas Sánchez de Jaén
    Luchadora hasta el final

    Hace un mes que te fuiste y qué vacía se encuentra la casa sin ti, pero qué llena de recuerdos has dejado nuestra memoria. Tengo tantos que no sabría por cuál empezar. Cada uno de ellos me hace sentir cuánto nos querías y protegías. Tú fuiste una trabajadora nata, que trabajaste hasta enfermar por sacar a tus cinco hijos adelante sola, debido a la enfermedad de tu marido, que te separó de él, y al que nunca olvidaste. Sé por lo que me han contado que, a pesar de todo, él te quiso muchísimo y que te habrá estado esperando con los brazos abiertos para bailar ese tango que tú me decías que bailabais tan bien.
    ¿Y qué decir de tus nietos? Cada uno de nosotros tiene recuerdos muy especiales tuyos. De eso estoy segura. Yo los tengo a millares. Me acuerdo de cuando ibas a recogerme al cole y gritabas: “¡Ya sale la más guapa de colegio!” Qué vergüenza me daba, pero cuánto me gustaba. También recuerdo las tardes de cartas en la terraza de casa, las tardes en el campo, cuando hacíamos moñas de jazmines, o de cuando decías que mi mano te calmaba los dolores; incluso, alguna manía más reciente que tenías, como que yo te hiciera las tostadas porque decías que te las dejaba muy crujientes. O cuando Juan Carlos y yo te bromeábamos. Cuánto nos reíamos de todas las cosas que decíamos para chincharte, o de las tardes viendo “Pasapalabra”, cuando alguien se llevaba el bote parecía que lo habías ganado tú. Aún no he conseguido ver el programa desde que te has ido, y es que te echo mucho de menos a lo largo del día. Y no solo yo, sino todos tus hijos, nietos y biznietos. Tu nieto más pequeño no sabe qué hacer en algunas ocasiones y sé que es porque echa de menos ese rato por las tardes, cuando jugabais a las batallas con los “playmobil”, y a las que tú le dejabas ganar. Tenías 89 años, pero un espíritu tan alegre y joven que jamás pensamos que estaría tan cercano ese día.
    Lo último que te dije fue: “Te quiero, abuela”. Estabas tan débil, pero te incorporaste y yo me acerque a ti. Apoyaste tu frente sobre la mía como cuando era pequeña, y me sonreíste, y eso me lo dijo todo. Fuiste una madre y un padre para tus hijos, una madre y una abuela, para tus nietos y una abuela-mamá (como ellos te llamaban) para tus biznietos. En cada uno de nosotros has dejado una huella muy grande, la de una mujer de carácter fuerte, con un corazón inmenso, que nos ha dejado físicamente, pero que continúa con nosotros en todo momento.
    Dios te cogió de la mano y no la soltó en ningún momento, hasta el final, y ahora compartes con Él la eternidad. Por último te aviso de una cosa, abuela, ten claro que el que manda ahí arriba es Él, ¿eh?, que te veo venir. Cuida de todos nosotros como lo has hecho siempre. Te queremos.
    Por tu nieta Ana María.


    PEDRO PÉREZ CASTELLANO de Jaén
    A nuestro amigo, que está en una soñada Habana

    Se fue Pedro, nuestro amigo, y lo hizo al alba. Se fue uno de los últimos “quijotes” que hemos conocido —magro y enjuto, siempre dispuesto a desfacer los entuertos de las injusticias y desigualdades—. Preparar el viaje fue duro. Iniciarlo fue aún más. Tu compañera de toda tu vida, Ana, lo ha vivido con tus hijos en silencio y con amor, más intensamente quizás que tú. Ella te buscaba la esperanza debajo de una montaña y, aunque tú te enroscaras en el desaliento, ella iba para adelante con su paciencia, su desesperanza silenciosa oculta tras mil capas de amor.
    Extraño “quijote” en los tiempos que vivimos. Y te fuiste al alba, la mejor hora para iniciar ese último viaje buscando la luz del paraíso interior —ese que tú esperabas— donde nunca se pone el sol, donde los bosques y los ríos albergan los espíritus libres de las ataduras del dolor que rasga el cuerpo y hace añicos el alma.
    Quienes te hemos querido y te hemos conocido sabíamos que eras un niño grande que creía que la lealtad, la generosidad, la solidaridad y la justicia deberían ser el cimiento sobre el que se erigiría un mundo nuevo, diferente. Porque tú, Pedro, nuestro querido amigo, siempre afincado en la dialéctica ideológica contra los poderosos, contra los corruptos, contra la injusticia, contra la ignominia que unos hombres infligían a otros, contra la pobreza, supiste ser generoso, solidario, con esa voz ronca que oiremos guarnecida en el corazón, en nuestras casas, en el barrio, en el hospital, en Jamilena. No desaprovechaste ni una ocasión para demostrar quién eras y cómo eras, qué pensabas y en qué creías: la lucha final…
    La realidad, como a Don Quijote, se fue imponiendo sobre tus sueños. Descubriste el silencio de la ausencia, lo que es el olvido, lo que es la deslealtad, y también lo que es el dolor, el miedo a la enfermedad de aquellos a quienes más quieres.
    Y ahora estás escuchando en la más alta esfera la “música extremada” (Oda a Salinas, de Fray Luis de León) que traspasa el aire todo, tu trova cubana, el “Despertar” de Pablo Milanés; o la “Calle salud”, de Compay Segundo, el ritmo de Juan Guerra…, ese universo latino que te hacía evocar y te llevaba a las calles de La Habana, al “Habanecer” de tu gran amigo, el poeta y escritor cubano Luis Manuel García, esas calles que, como peregrino místico, recorrías día a día y que siempre iban contigo. Y nuestras juergas familiares, los bailes, las risas ya a la madrugada y Sabina (“mucha. Mucha policía…”). Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó parar…
    Se nos fue al alba nuestro amigo Pedro, cuando los cerezos de la nuestra Mágina estaban floreciendo: como un ensueño, en la hora más triste, como el milagro de otra primavera que ya tú no verías. Pero quedarás en nosotros en estos días azules, y en el calor del estío, y en las frías mañanas del invierno al amanecer. Como en el poema de Ángel González, “No hay prisa. Deja que pasen estos días/ deja que pasen estos años,/ son pocos ya,/ sé paciente y espera/ con la seguridad de que con ellos/ habrá pasado/ definitivamente todo”.
    Se nos fue, sí, Pedro, pero quedará en nosotros su sonrisa tan clara, su alegría perenne y tan efímera: el silencio sin ti y la sonrisa de tu recuerdo.

    Por María Teresa Ocaña Ocaña.


    Enrique Castellano Delgado de Jaén
    Costará mucho olvidarte

    Un año ha pasado desde que nos dejaste y parece que fue ayer. Difícil es relatar a una persona con palabras, mejor conocerla, pero contigo es fácil por cómo fuiste, cariñoso con todo el mundo.
    Estoy seguro de que no pasa un solo día sin que tus hijos y mujer Juani se acuerden de ti, porque, en cuanto a mí, lo hago constantemente. Fuiste una persona que nos marcaste y será muy difícil olvidarte.
    Me acuerdo de ti cuando bajo al campo y recuerdo esas charlas que echábamos juntos hablando sobre tu “cuñao” Joaquín y de lo mucho que lo echabas de menos.
    Costará mucho olvidarte. No puedo dejar de lado los consejos que me dabas, siempre con la sonrisa en tu cara.
    Aunque siempre es pronto cuando una persona, como tú lo eras, se va, hazlo tranquilo que lo hiciste con los compromisos hechos: Tu gran familia, a la que supiste infundir lo mejor de ti. Tiene que presumir de esposo, padre, hermano y abuelo que fuiste con ellos. Has dejado un gran vacío  en los que te queremos por ser como eras, sencillo, humilde, servicial y con un gran corazón.
    Duro golpe fue para todos nosotros cuando llegó tu hora. Dejaste un nudo en la garganta que llenó de dolor y rabia tu despedida, pero has sabido trasmitirnos las fuerzas necesarias para seguir acordándome de ti; algo  bueno harías.
    Gracias “Tito Enrique” por cómo eras y por lo que nos cediste. No hay mejor premio para la persona que nos abandona que el poseer un buen recuerdo de ella y tú lo tienes. Estoy seguro de que desde allí arriba nos llevas a todos en el corazón. Finalizo estas sinceras y cariñosas líneas para que recibas un  abrazo y un beso de tu sobrino.
    Por Juan Carlos Berrios.