Hasta siempre

Margarita Córcoles Aldehuela de Andújar

“Su objetivo fue lograr la felicidad de sus vecinos”

Cuando ya se oían los bostezos de la inminente primavera, a la edad de 87 años falleció Margarita Córcoles Aldehuela. Una mujer entrañable, muy unida a su pueblo, a sus gentes y a sus tradiciones. Se caracterizaba por su entrega a los demás, sobre todo, con los más necesitados. Intentaba poner una nota de optimismo en sus vidas. La felicidad de los niños y de los ancianos fueron uno de sus objetivos.

    22 mar 2009 / 11:27 H.

    Estuvo  cerca de los que tenían problemas, sin distinción, ahí radicaba su popularidad. Juan Carlos Toribio la calificó como “colorido primaveral por el amor a su pueblo y a la Morenita”. Margarita se nos fue con una sonrisa, como rubricando un final, transmitiéndonos tanto el valor de la vida como lo apasionante que es vivir, ratificando así las palabras de mi amigo Gabriel Ureña en estas mismas páginas hace unos días. La vida ejemplar de Margarita ha sido valorada por todos. El Ayuntamiento de Andújar, siendo alcalde José Antonio Arcos, le concedió en 1994 la Medalla de Oro de la Ciudad por sus “relevantes méritos y servicios prestados”, y más tarde, en 2002, el Ayuntamiento, presidido por Antonio Cuenca, le concedió el título de Hija Predilecta de la Ciudad de Andújar, título avalado por un gran número de personas y de asociaciones vecinales. También fue galardonada con el título “Romera de Oro” en 2000. En la Casa Municipal de Cultura, un aula-taller lleva su nombre. “Margarita Córcoles” figura en el callejero de su ciudad. La última distinción llegó de los anderos de la Virgen de la Cabeza, en 2008, por ser una mujer muy vinculada a la Romería y al fervor mariano de la Virgen de la Cabeza. Y todo en vida. No hay lugar para distinciones ni homenajes póstumos, solo hay lugar para el recuerdo y, si es posible, con una sonrisa. Juan V. Córcoles

    Un hombre que tuvo gran afán de superación

    Se cumple casi un mes desde que Juan de Dios Megías llegó al reino de los cielos. Era un hombre con un gran afán de superación, ya que durante los últimos años de su vida, antes de cumplir los noventa, fue incluso alumno de los Cursos Universitarios de Verano Intendente Olavide de La Carolina en cuatro ediciones. Puso especial atención a la docencia relacionada con las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, donde pasó la mayor parte de su vida. Megías Cano nació el 28 de marzo de 1918 en el seno de una familia muy humilde de Jaén. Comenzó su andadura profesional impartiendo clases a los niños que había en el antiguo Reformatorio carolinense, a finales de los años 40, cuando ya era titulado en Educación General Básica. Posteriormente, marchó de nuevo a su ciudad natal y preparó oposiciones para funcionario de prisiones. Así, aprobó el examen realizado en la Dirección General de Seguridad de Madrid, y fue enviado a la cárcel de Jaén en calidad de funcionario. También fue secretario local de los antiguos sindicatos CNS en La Carolina y, posteriormente, llamado por los directivos de la Caja de Ronda debido al buen trabajo que venía realizando en la corresponsalía del Banco Popular Español, cargo que compartía con el de secretario de la cooperativa olivarera San Juan de la Cruz. Su mente fue muy abierta. Por eso se adentró en el mundo político. Fue concejal del Tercio de Cabezas de Familia con Ramón Palacios ya de alcalde. Además, durante tres lustros se mantuvo como edil y primer teniente de alcalde de La Carolina. Fue nombrado Caballero de la Orden de Cisneros y condecorado con la medalla de la Vieja Guardia. En aquellos tiempos, ejerció de titular de la corresponsalía de Diario JAEN, teniendo al gran Higinio Vilches como fotógrafo, que se desplazaba desde la capital en un Seiscientos, según cuenta su hija Julia. En su currículo destaca haber sido miembro de la directiva fundacional del Hogar del Pensionista y socio, durante muchos años, del Real Jaén Club de Fútbol y muy devoto de Nuestro Padre Jesús Nazareno, “El Abuelo”.
    Entre sus aficiones estaban la filatelia, la pintura y las manualidades. Tanto era su afán de aprender que hace unos seis años se apuntó a clases de guitarra en la Casa de la Juventud, para “matar el tiempo libre”, a pesar de contar ya con más de ochenta años. Y es que Juan de Dios Megías fue una persona muy querida por todos los que le rodeaban y un apasionado de amor con su familia. Servicial como nadie, honrado en todos los aspectos de la vida, Megías era una persona entrañable.
    Por Silverio Fernández
    La Carolina

    Juan sánchez Alonso de Jaén

    “Para un buen padre y una mejor persona”
    Esas Navidades que reúnen familias y que todos esperamos juntarnos llegaron, nos juntamos pero, con tu callar, aun estando ya enfermo y sin saberlo, nos mirabas sin decirnos nada, posiblemente porque tu pensamiento estaba en que sería la última Navidad que pasaríamos juntos. Cuando te preguntábamos: ¿Cómo estás?, acababas diciendo con esa frase tuya y con esa alegría: “Estoy vivo”.
    Para ti, ese buen padre y buen hombre, te escribimos estas palabras llenas de gran sentimiento y agradecimiento: “Esos ojos azules, que de niñas tanto nos quisieron. Esos ojos azules, que tanta bondad y generosidad nos dieron y que sólo languidecieron hace diez años al morir mamá, como tú la llamabas ‘mi compañera de cuarenta y cinco años’. Esos ojos que tanta alegría de vivir y felicidad desprendieron. Se apagaron y se asustaron, pero tanto y tanto nos quisieron que será imposible no recordar y no verlos. Esa voz llena de alegría, imposible no reconocer a lo lejos y que ya no escucharemos. Esa sonrisa, ese callar, pareciendo no escuchar para ser tu libre y feliz, dándonos a nosotras libertad, paz, felicidad y hacernos grandes con tu buen ejemplo, cuánto amor, cuánta bondad y generosidad desprendías que no hacía falta ni darnos muchos besos, porque fuiste de esa “buena gente”, que nunca pensó en recoger todo lo que fuiste dando. Siempre te querremos y no te olvidaremos porque el sello que imprimiste en nosotras son de los que dejan huella para seguir tu ejemplo y tu legado”. De tus hijas Pilar y Consuelo Sánchez Ramos.

    Juan “Reche” Santiago de Linares

    “Sirvió de ejemplo dentro y fuera del fútbol”
    El linarense Juan “Reche” Santiago falleció a los 55 años, el pasado 10 de marzo, después de una larga enfermedad. Ejerció como profesor modelo en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (Safa) de Linares, durante muchos años. Durante este tiempo fue un profesional que sirvió de ejemplo para sus alumnos y, a la vez,
    muy amigo de sus compañeros por la simpatía y amabilidad que derrochaba.
    “Reche”, nombre de batalla con el que se le conocía en el mundo del balompié, tenía muchos amigos dentro de este deporte. Todos ellos han demostrado su cariño y respeto en el día de su despedida con un tanatorio lleno durante todo el día de idas de amigos y compañeros que quisieron darle el último adiós. La céntrica iglesia de San Francisco se quedó pequeña para despedir a este gran amigo y mejor persona que fue Juan “Reche”.
    Este linarense empezó a jugar al fútbol, allá por los años sesenta, en el equipo del Santa María del señor Viciana, en los campeonatos que organizaba la OJE Demostró ya por esos tiempos su calidad en el centro del campo.
    Pasó, seguidamente, al Linares CF que dirigía Camacho de los años setenta. Posteriormente llegó su época en el San Fernando y en el Portuense. En estos equipos estuvo varias temporadas hasta que regresó, de nuevo, a Linares, para fichar por el Úbeda. De este llegó a ser también entrenador como, un poco más tarde, del Mancha Real.
    Juan “Reche” ha dejado muchos amigos en Linares y en toda la provincia de Jaén, que lo recordaremos siempre por su calidad humana. Desde arriba, si es verdad que existe algo, nos verá y animará para que lo hagamos lo mejor posible. Antonio del Arco.

    Mi maestro murió (homenaje a Jesús Zafra)

    Mi maestro es mi referencia vital. En el trabajo, con la familia, con mis amigos. Lo que soy se conmueve y resiente. Nada tangible, todo interior en el alma. Gran parte de nuestras vidas las dedicamos al mismo objetivo, hacer rentable el negocio de la noche. Estamos aprendiendo continuamente, se sienten a maestros a diario y sólo hay uno que te quiso hacer suyo, moldearte, prepararte, dándote por entero su confianza. Mi maestro murió con 55 años; me da rabia.
    Me resigno porque no pudo hacer otra cosa bien, escribir y recordar que fue el hombre que cambió mi vida. Nada, nada sería igual si no lo hubiese conocido; doy gracias por ello. Mis aciertos son suyos y mis errores míos. Con él sentí el arte en mi trabajo, sentí el poder de la sonrisa, el poder de la música, el crear un ambiente, el ser invisible y ver. Con él reconocí la gran tolerancia desde el respeto. Nuestro trabajo es teatro, nada es lo que parece, y todo está establecido para sacar lo más intrínseco que llevamos, los camareros, actores haciendo de tripas corazón y los clientes, público que paga por sentirse el pulso. Vertederos de amor, necesarios en esta sociedad hipócrita. Todos los sabemos. Conocí a mi maestro el invierno de 1987. Él llevaba ya casi diez años siendo príncipe de noche. La noche emerge en Jaén al finalizar el antiguo régimen: Pirámide, Inn, Índalo, London, Bianco. Mi maestro se corona rey al explotarle la movida madrileña con cuatro años de retraso. (¿Globalización?) y la apertura sexual —en este tiempo la libertad llegaba y la descubríamos bailándola y bebiéndonosla—. Nadie era consciente, ya éramos outsider. Mi maestro tenía el Alfil, dos barras, dos ambientes. En la barra exterior, política y medios. Y en la barra interior, gays, lesbianas y seres vacíos con ganas de llenarse. Era redondo, para llegar a la libertad en moda, sexo y música había que pasar por la libertad política y los medios de comunicación.
    Como en la última película que vi, hay muchas personas que influyeron de alguna manera, que siempre están contigo y no te acuerdas de su nombre. Me apetece recordar a algunos, que están vivos porque me acuerdo: Juan “Llamas” y su séquito; Javier, “El Peluquero”; Estrella y su hermano, Gonzalo, “El Estanquero”. Esos besos entre ellas y ellos, que a mis compañeros y a mí nos hacían un daño moral indescriptible. Les llamábamos la atención (“estaban en un sitio público”, “por favor”) y sólo eran besos.
    El mejor, Francisco Romacho, que entonces era director del JAEN, un fuera de serie; de periodismo no tengo ni idea, pero sé que Jaén necesitaba un director como él. Su hermano Fernando ya era listillo. Triviño disfrazado era para morirse. Avendaño, el hombre lobo del que se enamoró y casó mi compañera Margarita. Chus, qué borde era, creo que ya se calmó. Pintores como el “Chupes”, que tiró copas a sus pinturas en la inauguración. Carmelo Palomino me traía a mi actual socio, Rafa, con 12 años, en sus inacabables noches hablando con su Lola. Recuerdo a Tomás Fernández e Isabel, que eran familia, y al hermano de Ángel Millán. A los Apache, Luismi y su novia increíblemente grande, finlandesa. A Antonio, “El Pollo”, a los de Alfa Romeo y Fiat. Los hermanos Peláez, unos fenómenos. A mis maestros en la barra, Joaquín y José Peragón. A mi compañero de fatigas, Juanito. A la primera camarera de copas en Jaén, Juana Postiguillo, que me vino a trabajar el primer día con jersey de cuello vuelto y falda hasta los tobillos (menos mal que al tercero cambió). A José “Yonojuego”, a su cuñado Miguel. Al incitador Julián Rojas y su inseparable Juan, al inamovible Codina. Y a miles de personas sin nombre que me cruzo de vez en cuando por las calles de Jaén.
    Mi maestro tuvo su clímax con La Luna, un sitio a 5 kilómetros de Jaén donde se metían dos mil personas y se acababa la fiesta con el sol. Tengo recuerdos de poner copas con las gafas de sol puestas. Tenía primero a “Yonojuego” y después a Benjamín, de discsjockey. Benjamín, fichaje de la “Oh Madrid”, fue el primero en todo y pocos dj’s ha tenido Jaén desde entonces; bueno, por no decir ninguno. La Luna se fue al carajo por su carretera porque es incompatible el coche y el alcohol y hay gente que todavía no se entera. También se quedó con la Taberna del Pilar del Arrabalejo y ahí me quemó un poco con tanto trabajo. Y yo me casé. A los cinco años volvió a ofrecerme un proyecto de trabajo nuevo; sólo pondríamos blues y soul. Siempre innovando, ofreciendo a la vez treinta tipos de cafés diferentes. Se llamaba Confesionario, tardó un poquito, pero estuvimos hasta 2001. Seis años empapándonos de toda la música ya hecha y muy poco de la nueva, descubriendo lo que pocos musicalmente saben. Y funcionó, muy bien, siendo y sintiéndose outsider. Llegaron luego tiempos de crisis amorosas y decisiones atrasadas por hacer. Ahora suena Tom Waitts y borro un número de la agenda.
    Gracias, maestro, porque yo soy tú y te siento conmigo. Sé que mi proyecto actual es muy tuyo y que los que vengan también lo serán. Gracias, esta noche lo celebraré.
    Por Cristóbal Martínez Cárdenas
    (Outside) Jaén

    Francisca López Rodríguez de Jaén

    “Mamá, te queremos con todo nuestro ser”
    Francisca López Rodríguez nació el 4 de agosto de 1930. Por eso, su infancia estuvo marcada por la Guerra Civil y la posguerra. Aún hoy, mucha gente recuerda, por lo trágico de lo acaecido, la muerte de su madre y dos de sus hermanas, en alrededor de una semana, aquejadas de una epidemia de tifus en el barrio de San Ildefonso, y lo duro que fue para mi abuelo Damián seguir adelante con cinco hijas más, entre ellas mi madre, que tenía ocho años. Ella nos contaba cómo buscaban refugio en la iglesia y en “la huerta baja” cuando sonaban las sirenas anunciando la caída de bombas y cómo desde la casa de un primo, cerca del cementerio viejo, se podía ver por la noche a los que llegaban tras “el paseíllo” y luego eran fusilados en los paredones. Fueron tiempos de sufrimiento y horror. La vida de la gente que la vivió de cerca quedó, como decía, “marcada para siempre”. Creo que por eso a mi madre le bastaba muy poco en lo material y valoraba lo afectivo. Esas carencias las cubrió con el cariño de sus hijos a los que adoraba y que tanto sufrimos su pérdida. Mi madre nos dejó en un día soleado, el 9 de marzo, no pudo más, el cáncer no le dio más tregua. Sentía ahogarse, le faltaba el aire, ni las hospitalizaciones, revisiones, tratamientos, nada pudo paliar el sufrimiento de sentir que la vida se le iba; sus últimos días los pasó en su casa rodeada de todos sus seres queridos. Siempre quiso pasar por el mundo de puntillas, sin molestar a nadie, nunca se quejó de nada. Nos enseñó a no ser soberbios, a ser humildes, como ella lo fue siempre. Y, ahora, cuando en estos tristes momentos pensamos que la vida es insípida y vacía, sus palabras y su amor nos dan fuerza para seguir. Mamá, te queremos, tu recuerdo y tu cariño estará siempre con nosotros, descansa en paz. Tus hijos