Hasta siempre

Pilar Cano Fernández de Madrid
Esto no debería estar pasando

Esto no debería estar pasando “cuñaílla”, pero… ¡qué putada! Quiero decir que la fotografía tiene su sentido, fue el momento en que iniciamos nuestro compromiso como cuñadas. Era un 19 de abril de 1980. Habías llegado a Jaén con “tu Pablo” para casarte. Aquí esperábamos “mi Serafín” y yo para celebrar juntos una boda “doble” en La Merced, que ha quedado grabada con la tinta indeleble del amor y el cariño mutuo para el resto de nuestras vidas.

    09 jun 2013 / 09:07 H.

    Desde que te conocí, contaste con mi admiración. Eras una “princesita” que había entrado en el cuento de mi vida. El tiempo consolidó los cimientos de las relaciones familiares a pesar del “charco” que nos separaba en la distancia, pero no en nuestros corazones.
    ¡Cuántas veces hemos comentado el inmenso cariño que estos “primos”, a saber, tus hijas y mis hijos, se han tenido siempre a pesar de la distancia, a pesar del tiempo que tardaban en verse, pero la lección que ambas les inculcamos desde pequeños dio sus frutos muy pronto y se ha mantenido, en constante aumento en el caminar de sus vidas.
    Fuiste un ejemplo de mujer emprendedora y currante, lo mismo servías un café en tu  bar, que vendías una libreta en tu papelería o alquilabas un piso en tu inmobiliaria. Una luchadora nata, valiente, positiva y saliendo siempre al frente de todo.
    Y eso sin contar el cuidado de tus padres, la educación de tus preciosas hijas, la llevanza de la casa y tu compañía y ánimo siempre a tu marido. En suma, pendiente de “toda la familia”.
    Has ejercitado no solo de madre, sino, incluso, de “tía abuela”, pero a esos niños no les ha faltado nunca de nada. ¿Se te puede pedir más?
    Y llegó el día fatídico en que te detectaron el cáncer. ¡Mira que luchaste! ¡Mira que se intentó! Pero nada, venía a por ti y lo consiguió. Tengo que decir, sin embargo, que, a pesar de que llegaste a mi vida como “una princesita”, el cuento tuvo un final hermoso: Te marchaste como una reina.
    ¡Qué trabajo nos cuesta mirar adelante sin ti, sin tu presencia, sin tu carisma, sin tu amor! Pero por tu ejemplo, tenemos una deuda contigo y por ti, lo haremos, aunque es muy duro.
    Como en los cuentos de hadas, la princesita recibe un beso. En este caso, tú, princesita de nuestro cuento, recibes un beso de amor. Es un beso multiplicado por los labios de cada uno de nosotros que hace que tú renazcas a la vida y habites en nuestros corazones. Te quisimos, te queremos y te querremos hasta la eternidad.

    Por Guadalupe Espinosa.

    José Pérez Navarro de Jaén
    Estoy orgullosa de ti

    Se cumple un año desde que te fuiste y, más que nunca, te tengo presente. Trato de llevar tu ausencia, de asimilarla, cuesta demasiado. Qué difícil es creer que ya no estás aquí, hermano. Sigues en mi corazón y tu imagen sigue siendo demasiado impresionante y nada ni nadie puede obligarme a dejar escapar las imágenes que protagonizaste en las grandes etapas de mi vida.
    Desearía que me hubieras dejado tus grandes historias por escrito. Ahora intento recordarlas y solo aparecen lágrimas y no logro recordar tus palabras, porque un año sin ti es toda una eternidad. Ojalá estuvieras aquí. No sé, estoy deseando que se acabe junio. Cada día me levanto. Pienso que estos días han sido una pesadilla y que voy a ir a cualquier sitio y que tú vas a estar ahí.
    Te me fuiste sin avisar. Cómo iba yo a saber que, tal vez, tu mirada era un adiós. Sin embargo, llegó el día en el que te marchaste, mirando cómo, poco a poco, se iban tus fuerzas y, a la vez, las nuestras.  Me vengo abajo acordándome del momento, porque el destino pudo contigo y, en tu vuelo, encontraste sufrimiento y dolor. Y tuviste que volar con alas rotas. Y te llevó. Pero estoy orgullosa de ti porque luchaste hasta el final, siempre con una sonrisa.
    Vi cómo querías regresar y pensaste: “Estoy muy lejos para regresar”. Ahora solo sé que ya no estás y, lo que es peor, no volverás. Yo te extrañaré siempre, tenlo por seguro. Es lo que me invade mi mente al recordarte.
    Ojalá pudiera devolver el tiempo para verte de nuevo, para darte un abrazo y nunca soltarte.
    Mas comprendo que llegó tu tiempo, que Dios te ha llamado para estar a su lado. Así él lo quiso.
    Pero yo nunca pensé que doliera tanto. Cómo pensar que la vida puede terminar en un segundo.
    Quiero que sepas que todos estamos bien, extrañándote y  apenados porque ya no estás aquí. Pensamos en lo injusta que es la vida, pero si Dios decidió eso era porque no te quería ver sufrir, al igual que nosotros.
    Te echamos mucho de menos y, por mucho tiempo que pase, siempre firmarás parte de nosotros y siempre tendrás un especial hueco en nuestros corazones.  Siento la necesidad de que, allá donde estés, lo sepas. Mi tristeza y mi dolor es el mismo. Qué difícil es creer que ya no estás aquí, pero pienso que estarás bien, en un lugar lleno de luz, donde existe la paz, donde puedes descansar o, al menos, intento creerlo así.
    Recuerda que la verdadera lágrima no es la que cae de los ojos y resbala por la cara, es la que duele en el corazón y resbala por el alma.
    Por último, quiero que sepas que una persona no muere si hay alguien o algo que la recuerda día a día.
    Todos seremos fuertes por ti. Contigo te llevaste un pedacito nuestro.
    Siempre has valido demasiado. Espero que, desde arriba, nos cuides como lo hacías en vida. Se te quiere, campeón.
    ¡Qué grande eres! ¡Y qué orgullosa estoy de ti, hermano!
    Por tu hermana Mari Mar.

    Casilda Vera Bejarano de Arjonilla
    Un hito en Aprompsi

    Con fecha 12 de este mes de mayo, fallecía en nuestra ciudad doña Casilda Vera Bejarano, que fue una ejemplar presidenta de Aprompsi, pero, sobre todo, una excelente persona adornada con muchas virtudes, por lo que siempre será recordada con admiración, afecto y gratitud en nuestra asociación y, por extensión, en la sociedad jiennense, donde era muy conocida y valorada.
    Nos produce una especial emoción glosar la figura entrañable de Casilda Vera Bejarano que fue, durante muchos años, parte muy esencial de la gran familia de Aprompsi. Nacida en Arjonilla, en el seno de una familia muy apreciada, hija de un ilustre veterinario, don Jesús Vera Guijosa, Casilda fue funcionaria muy efectiva en los Registros de la Propiedad de Jaén, en los que se jubiló después de una larga y brillante actividad profesional en la que puso de manifiesto su espíritu de trabajo bien hecho y su generoso servicio a la sociedad. Tenía un hermano con discapacidad intelectual al que se entregó con cariño especial. Consiguió para él una cierta autonomía y una vida digna. Se llamaba Pepe y era muy conocido y querido, admirado por su participación en numerosas pruebas de atletismo con el sobrenombre de “Senior”.
    Casilda fue su gran hermana y su madre hasta que, un día triste, se fue de esta a la otra orilla. Llevada por su dura experiencia personal, y por sus virtudes solidarias, se vinculó a nuestra asociación en la que, a partir de 1975, fue miembro de nuestra junta directiva. Realizó una gran labor como secretaria durante veinte años y como presidenta durante dos largas legislaturas. Muy amiga de nuestra actual vicepresidenta, Ana María Quílez García, y de su mano en muchas iniciativas, había de ser un activo sobresaliente en el movimiento asociativo en favor de las personas con discapacidad intelectual y sus familias.
    Razones de una salud quebrantada, en los últimos años, nos han privado de su presencia activa en Aprompsi. Pero, aun así, la hemos tenido con nosotros hasta el último momento.
    Alegre, sencilla, trabajadora, llena de nobles inquietudes y de justas aspiraciones, con una generosidad sin límites, siempre abierta a una actitud solidaria con los más desfavorecidos, “nuestra” Casilda es un hito glorioso en la historia de nuestra asociación. Descanse en la paz del Señor quien ha sido un modelo ejemplar entre nosotros, una persona que, por sus virtudes, será siempre recordada. Su marcha definitiva ahonda en nosotros el profundo dolor que nos produce su ausencia, pero, también, la enorme alegría de haberla tenido como miembro excepcional de nuestra institución.
    Texto extraído de la página web de Aprompsi.
    Por Felipe Oya, presidente de Aprompsi.

    Luis Velasco de la Coba de Mengíbar
    Un ministro del Señor, un hombre sencillo y libre

    El pasado 25 de mayo de 2013, nuestro hermano presbítero Luis Velasco de la Coba era llamado a pasar de este mundo al Padre. He de reconocer que la personalidad de Luis Velasco siempre me ha prendido. Su vida, sencilla y sin fingimientos, ha sido un misterio. La conoce sobre todo Dios. Su ordenación presbiteral, en 12 de junio de 1993, en Sevilla, de manos del beato Papa Juan Pablo II, marcará un antes y un después en la vida de Luis.
    El antes de su vocación, de la llamada al ministerio presbiteral. Ese periodo de su vida que solo Dios conoce y que fue un don. Toda una experiencia que vivió como un gran regalo y que estoy seguro de que se sintió indigno de ello. Bien sabía él que el Señor lo había llamado a una vocación tan grande por pura gracia y así lo vivió. Fue la suya una vocación madurada y acrisolada, pues el Señor quiso probarlo, primero de niño y, después, de joven y adulto. No fue fácil su vida. Pasó por varios periodos.
    La preparación para el ministerio presbiteral, recibida en nuestro Seminario y en la que tuve la suerte de tenerlo como alumno, fue precedida por la que le ofrecieron sus padres, Julián y Pura, con su vida y su ejemplo, en el seno de una familia sencilla y muy trabajadora, formada por el matrimonio y cuatro hijos: Carmen, Luis, Juan Vicente y Julián. Su padre, dedicado al trabajo en el campo y, su madre, a las labores de la casa. Por ello, Luis, siguiendo el ejemplo de sus padres, como buen hijo, compaginaría el estudio con el trabajo en verano y en Navidad, para ayudar en casa. Fue siempre un niño muy responsable y, con las personas mayores, muy detallista. En ese ambiente del trabajo bien hecho, de su valor humano y de su dignidad, nació y se forjó la vocación de Luis. Fue ahí donde maduró su decisión de ingresar en el Seminario. La familia fue su primer seminario, que lo marcaría toda su vida. El verano pasado, pude comprobar el afecto y el recuerdo de aquellos antiguos compañeros de sus trabajos temporales con motivo de la copa en su pregón de las fiestas patronales de nuestro pueblo.
    El después de su ordenación presbiteral en Sevilla, en el marco del Congreso Eucarístico, sería el punto de partida de veinte años de ministerio al servicio de la Iglesia, en un dilatado y arduo quehacer pastoral, primero en Torredelcampo, después en Montizón, Aldea Hermosa, Venta de los Santos, Torreperogil, Cabra del Santo Cristo y, los últimos seis años, en Lopera. Veinte años vividos con un don y como un misterio. 
    En este mundo donde tanta gente buena nos acoge, también sentimos la tragedia del día a día, que hace que nuestra vida sea don y misterio, donde también apreciamos que muchos de los que nos rodean aún siguen buscando en nosotros influencias terrenas, honores y reconocimientos, donde continúan poniéndonos falsas etiquetas, pero solo Dios nos conoce. Luis Velasco fue nada menos y nada más que un ministro del Señor y eso fue todo. No hacía falta más. Un hombre sencillo y libre, con una fuerte personalidad. Ahí residía su grandeza, en su sencillez no fingida ni afectada, en su gran humanidad, en la grandeza de ser un pastor sencillo y bueno, en ser un instrumento en manos de Dios, evangelizando e iniciando en la fe, bautizando, confesando, celebrando la eucaristía todos los domingos con sus feligreses, casando y ungiendo a los enfermos. Porque fue sencillo y libre, permitió que Dios actuase por medio de él. Qué más se puede esperar de un ministro del Señor. Esa y no otra fue su misión, su tarea. No buscó nada más.
    Hay siempre una cara oculta de las personas que no conocemos y que la mayoría no alcanza a ver, ni los de arriba, ni los de en medio, ni los de abajo, pero Dios sí. Luis Velasco nos ha dejado, en silencio, que es una forma especial de lenguaje: la del Espíritu. Y, como siempre, todo pasa, pero solo Dios basta. Su vida fue un don para aquellos que supieron verlo, la gente de buena voluntad y un misterio para todos, pero no para Dios.  
    Por Antonio Lara.

    Blas Moreno García de Huelma
    Dejó una gran huella por su simpatía y entrega

    Blas Moreno García falleció hace alrededor de dos meses, con 76 años. Dejó una gran huella entre sus familiares, amigos y vecinos. “El Quinto”, como era conocido, era un hombre muy trabajador. Con solo 6 años ya cuidaba cerdos en el campo, un periodo “de mucha hambre” que recordaba continuamente. También hablaba con mucho cariño de la etapa de juventud en la que emigró a Barcelona y donde trabajó en una fábrica de vigas.
    De regreso a Huelma lo hizo en otra de baldosas. Pero también vivió de la construcción y, durante muchos años, de su trabajo en la cooperativa en las campañas de aceituna. Todo lo compaginó con el campo. Sus “olivillas”, su hortaliza y sus animales, a los que cuidaba con mucho cariño, eran su pasión. En todas sus funciones fue feliz, porque esa era una de las cualidades que lo definían, su alegría. Aunque hubo una con la que se divirtió mucho. Fue la época en la que trabajó como portero de la discoteca Epsilon, en sus inicios. Relacionarse con la gente joven le encantaba. Quizá por eso se animó a abrir, en los 80 del pasado siglo, el Bar Menchi, un local familiar muy popular en el que compartió muchos momentos con los vecinos del municipio.
    Hijo de Pedro e Isabel, vivió su infancia, en la que destacó por ser un niño muy despierto y travieso. La pasó en la calle Primero de Mayo con sus hermanos Salvador, Melchor, Úrsula, y Carmen, que aún vive. Tenía otros dos hermanos que fallecieron de tosferina una Navidad cuando eran muy pequeños. Se casó con Pepa Marín, una mujer a la que siempre admiró y con la que tuvo cuatro hijos: Melchor, Isabel, Mari Tere y María del Mar. Ellos, su familia, eran su gran pasión, a la que se entregó por completo. Sobre todo, a sus nietos, que le aportaban ilusión y felicidad. Ana, Mireia, Ángel, Victoria, Noelia y los pequeños Lucía y Nicolás lo hicieron tremendamente feliz en los últimos años de su vida. Y todos recuerdan divertidos una de las frases que siempre repetía, refiriéndose a ellos: “Sí, sí, sí. Me río yo de que haya otro mejor”.
    Aprendió a leer y a escribir yendo a clases nocturnas cuando era joven, algo de lo que se sentía muy orgulloso. Y si algo lo entristecía —un poco— era no haber podido estudiar Matemáticas, que le encantaban. Siempre que hablaba con niños y jóvenes los animaba a que estudiaran mucho, ya que él no había podido.
    No recorrió mucho mundo. No lo necesitó. Fue inmensamente feliz entre los suyos. Dejó muchos amigos y todos destacaban su personalidad, lo sociable y cariñoso que era con todo el mundo, no importaba edad o condición. Todos reseñaban lo dispuesto que estaba siempre a echar una mano, y siempre con una broma o chascarrillo con los que hacer sonreír a alguien. Durante su velatorio y funeral, numerosos vecinos transmitieron a la familia lo mucho que sentían su muerte y cómo lo iban a echar de menos, ya que siempre se preocupaba por los demás. Por eso será recordado, por su calidad humana y por su entrega a los demás.
    Por Teresa Guzmán.