Hasta siempre
Miguel Cazalla Castellano de Villargordo
Al mejor abuelo del mundo
Miguel Cazalla formaba parte de una familia humilde y trabajadora. A temprana edad contrajo matrimonio con Cristobalina. Fue el primero de seis hermanos en emigrar a Alemania. Este hecho fue como consecuencia de la situación económica que por aquella época acontecía.
Al mejor abuelo del mundo
Miguel Cazalla formaba parte de una familia humilde y trabajadora. A temprana edad contrajo matrimonio con Cristobalina. Fue el primero de seis hermanos en emigrar a Alemania. Este hecho fue como consecuencia de la situación económica que por aquella época acontecía.
Tras un tiempo en soledad, decidió reclamar la presencia de su esposa y los dos hijos que tenían hasta el momento. Vivieron allí durante más de diez años y aumentaron la familia en dos miembros más. Como la estancia de la familia Cazalla Jiménez estaba transcurriendo satisfactoriamente, animaron a uno de los hermanos de Miguel a trasladarse a tierras alemanas.
Sus hijos recuerdan brevemente el trabajo que su padre realizaba. Desempeñó múltiples labores, entre la que destacó el trabajo en una fábrica de pieles. Doce años vivieron todos allí y después se trasladaron a Villargordo, donde continuaron con su vida.
Con los beneficios obtenidos, Miguel adquirió numerosas propiedades de las cuales ha podido vivir toda su familia. Según cuentan sus hijos y nietos, destacaba por su carácter alegre, bondadoso y, sobre todo, muy trabajador.
Sus nietas disfrutaban con él. Pasaban el día en casa del “abuelito Miguel”. De esta manera, Mari Pili, la mayor de todos ellos, recuerda todas las enseñanzas que su abuelo le transmitió.
Ella señala que lo que más le hubiese gustado es que conociese a su hija, ya que su pasión por los niños era vital. La pena ha sido que no pudiese conocer lo que hubiese sido su mayor ilusión: tener dos nietos varones. Y es que, hasta el momento de su fallecimiento, solo tenía “niñas”.
Son dieciocho años los que hace que Miguel se fue de este mundo, pero su familia lo tiene presente cada día. Los primeros años después de su muerte fueron muy difíciles, pero, como dicen sus hijos, a él lo que más le gustaba era verlos felices y así lo recordarán siempre.
Sus nietos, artífices de este obituario, siempre lo recordaran como el mejor abuelo del mundo.
Por Manuel Martos.
Pedro Monje Lara de Lopera
Un artista plástico con una gran sensibilidad
El pasado día 4 de febrero, fallecía, a los 67 años, en Valladolid, el artista loperano Pedro Monje Lara (1945-2012). Luto en el mundo de las artes plásticas por una pérdida irreparable. Se fue una persona de una calidad humana excelente, humilde y de gran sensibilidad, que nos dejó una amplia obra de pinturas, cerámicas y esculturas desparramadas por todo el territorio nacional en museos, colegios y colecciones particulares. A los loperanos en particular nos regaló para siempre una parte muy importante de su obra, que siempre llevaremos con orgullo en nuestros corazones simbolizados con pinturas, cerámicas y con las esculturas en bronce del Cavaor y de los Emigrantes. s.
En esta última, sus amigos Diego, Carmen, Paco, Ani y Antonio depositaron el día de su muerte unos ramos de flores como prueba de su cariño al artista. Ambas esculturas son dos símbolos para la cultura loperana. Una de sus obras cumbres en escultura fue las de bronce que diseñó para la “Fuente de los Colosos”, en la Plaza de la Rinconada, provincia de Valladolid. En este lugar, en el día de su fallecimiento, un grupo de amigos le rindió un cálido homenaje y le dedicaron la siguiente lectura:
“Amigo Pedro, hoy ha llegado la primavera a tu fuente y ya no estarás preocupado porque los desalmados hipócritas manchen sus cuerpos esforzados. Hoy, tu fuente rezuma amor y cariño de cuantos tuvimos la suerte de conocerte y sentir por ti y desde ti este mundo incomprendido del arte en el que centraste tu felicidad para transmitirla a los demás.
Amigo Pedro, llenas de cordura y comprensión los recuerdos de tu persona, pero no sufras porque ya todo está hecho y en tu fuente siempre será primavera y todos lo veremos así cuando acudas a nuestro recuerdo. Hasta luego, Pedro”.
Por José Luis Pantoja.
“ADIÓS A PEDRO MONJE”
Te criaste en la calle Pilar/
buen chico y obediente/
has sido hombre famoso/
y querido por mucha gente/
Emigraste siendo joven/
como un pajarillo/
tu madre con mucha pena/
viendo a su hijo emigrar./
A cuántos vimos marcharse/
con la lengua siempre fuera/
buscando la liberdad/
buscando una carrera./
Mirándote tus hermosos ojos/
se pudo leer un día/
en tu bello corazón/
y en tu grande simpatía./
Nuestro divino Señor/
mandó un ángel del cielo/
para llevarte con él/
con el más dulce consuelo./
Con un tierno sentimiento/
vimos cómo tu alma volaba/
te vimos marchar, Pedro Monje/
y todos te contemplaban./
Y así tus divinos lazos/
de penas y sufrimientos/
de amor y caridad/
y tus buenos sentimientos./
Con el corazón de ángel/
y el alma de un gran hermano/
ligó tu santa piedad/
cogidito de la mano./
Piedad para este amigo/
pero mucha piedad querida/
viven en tu santa gloria/
vive tú tranquila vida./
Acuerdáte de este viejo/
que con esta alma mía/
te llevaste mi amistad/
y mi recuerdo en poesía/.
Por el poeta loperano Juan Clemente Cámara.
Aurora Rosales Pérez de Alcalá la Real
Un año ya sin escuchar a la tita Aurora
El paso del tiempo hace que la vida acelere y, al mirar hacia atrás, notamos que es cada vez más fugaz. En la niñez los años resultaban eternos y ahora son un suspiro. Esta reflexión viene a cuenta del recuerdo de Aurora Pérez Rosales, la tía de mi madre, con la que compartía nombre de pila. Parece que fue ayer cuando murió la tita Aurora y ya han pasado doce meses —hace unos días se celebró una misa en su recuerdo—. Era una mujer noble que dejaba huella.
Me vienen a la cabeza como momentos entrañables la frecuentes visitas a mi madre. En ellas, las dos charlaban largo y tendido de muchas cosas. Siempre locuaz y expresiva, la tita Aurora era como un periódico de carne y hueso, que daba noticia de lo que había sucedido en los últimos tiempos. También tenía memoria para otros acontecimientos que se remontaban a años o décadas atrás. De pronto un día, una llamada desconcertante comunicó que la tita Aurora se había ido sin dar ruido. Costaba creer cómo una mujer tan locuaz y vitalista se había extinguido, casi sin poder despedirse.
Aurora procedía de una amplia familia de abolengo alcalaíno, la de los Rosales, que hoy cuenta con una prolífica descendencia. De orígenes humildes, trabajó con ahínco por mejorar. Estaba muy unida a su marido, Juanito Fernández, “Borondo”, y a sus tres hijos, Angelita, Juan Manuel y Miguel, así como a sus nietos y sobrinos. En los últimos años, vivió en la céntrica calle Obispo Ceballos —en el Paseo de los Álamos—. Hacía un esfuerzo para subir a visitar a mi madre cuando podía. Parece que fue ayer, pero lo cierto es que hace un año que la tita Aurora se marchó para siempre.
Por Juan Rafael Hinojosa Hidalgo
Mercedes Piñas pérez de Alcalá la Real
Una mujer que sobresalía por su generosidad
Casi siempre que paso por el final del segundo tramo de la calle Veracruz de Alcalá la Real, y doblo la esquina de la calle Llana, me huele a pan de horno de leña. Todavía contemplo, en la amplia sala de aquel establecimiento de barrio, un conjunto de mujeres que, con canastos de mimbre, acudían a cocer frutas para llevarlas como cocina exquisita de su casa o meter en el horno una menestra de cocina especial de carne al horno para celebrar un acontecimiento importante de su familia. Especialmente, me llamaban la atención los días anteriores a la Semana Santa y Navidad, cuando se preparaban aquellos deliciosos polvorones de almendra y chocolate o los mantecados con aliños de limón y canela.
Casi siempre que paso por este lugar, instintivamente, me fijo. Tras sus renovadas rejas, se encuentra esa mujer que sobresalía a todas las vecinas por su estatura y peso y, sobre todo, por su generosidad y afabilidad en relación con todas las que acudían a su comercio. Era Mercedes el prototipo de la matrona romana a pesar de que recuerdo que solo había mantenido bajo su tutela y cariño a sus padres. Compartía la familia con su hija Mercedes y su marido, mi pariente Juan Gámez. Y no podemos olvidar aquel grandullón inocente que era Niceto, cuando nos enseñaba las primeras y pequeñas travesuras en los comienzos de nuestra adolescencia.
Acontece con aquellos hornos de pan como con las barberías de los barrios. Con Mercedes y su establecimiento nos topamos con las primeras noticias del vecindario y de la sociedad alcalaína: el difunto del día, las peticiones de manos, los matrimonios por el sindicato de la prisa, la caída por enfermedad de algún pariente, las desgracias de nuestros convecinos, la novedad de un producto en la gama del consumo que se iniciaba en los años sesenta, la programación de una serie radiofónica o de una noticia televisiva, etcétera. Los hornos eran como las agencias de noticias, pero, también, un vademécum para los remedios caseros, una enciclopedia de la mundología popular, una farmacia para las enfermedades comunes, una sección de anuncios para las ofertas del mercado, un lugar tan vital como podía ser la presencia o visita diaria a una iglesia, porque con pan y vino se hace y hacía el camino.
Con Mercedes compartíamos todo eso cada día de la semana porque ir a su casa con la bolsa de tela, en la que no cabía más que un pan molinero y algunas barras, era una ceremonia del protocolo cotidiano del imperio matronal, y, con la paciencia de Job, teníamos que apostarnos en aquel cañón francés que servía de pilar para esperar el pan que salía caliente del horno. Tan caliente como aquel candor y cariño que expandía de las manos de Mercedes mientras nos daba siempre alientos en nuestros estudios, consejos en las amistades y algún que otro rosco de San Antonio para paliarnos nuestro instinto goloso.
Recuerdo muchas historias de aquel horno, de los atrevimientos de su hermano Niceto, de su estanque donde aprendí a bañarme en la quinta del Llano de las Aves Frías. Recuerdo cuando su marido Juan fue hermano mayor del Cristo de la Salud y la colaboración que le prestó su primo Antonio. Recuerdo tanto calor humano, el día que marcharon a Granada, su regresos y venidas, la inmensa dedicación de su hija Merce con su madre, tantos momentos de un pasado que se nos fue… Que el calor de aquel Cristo que paraba ante su casa te haya recogido como esa mujer de corazón grande que eras.
Por Francisco Martín Rosales.
BARTOLOMÉ LANZAS MARTÍNEZ de Linares
“Nos dejaste lo más hermoso”
Padre, ya va para once años que te fuiste. Para tus hijos parece que fue ayer. Te llevaste tu ciudad de Cástulo, la que tanto querías, pero dejaste recuerdos e historias por muchos sitios, por ejemplo, en el Museo de Linares, donde tú figuras en muchas piezas, y en el de Albanchez, que lleva tu nombre, Bartolomé Lanzas. Porque tú querías tanto a tu Albanchez que hasta decías que era tu pueblo, aunque tú naciste en Linares.
Tenías el corazón partido entre tres pueblos: Linares, donde naciste; Mengíbar, donde te casaste y pasaste los años de la guerra y de la posguerra, y Albanchez,“ de tu amores”, el que tú decías que era tu pueblo, donde ibas siempre que podías.
Hasta el Ayuntamiento te dejó una casa para que te fueras cuando quisieras porque todo el pueblo era tu amigo. “El abuelo Bartolo”, como te decían cariñosamente siempre. Fuiste un hombre bueno y honrado y lo mismo te querían los de la clase alta, los de la media y los más pobres. Y lo mismo en Linares que en Albanchez y en Mengíbar, fuiste dejando huella por donde pasaste y grandes amigos.
En Linares tenías varios, entre ellos don Manuel de la Rocha, ese gran médico. En tu Cástulo criaste a tus siete hijos en los años difíciles de la posguerra junto a tu gran esposa, Ana Criado Bruno. No nos dejaste fortuna ninguna, pero dejaste lo más hermoso que un padre puede dejar a sus hijos: amigos por todos lados. ¡Qué satisfacción para tus hijos que todo el que te ha conocido nos diga: “Tu padre era una gran persona”. Cuando te fuiste te llevaron coronas de tu pueblo, de Albanchez, y los más humildes de Linares te llevaron flores al tanatorio. Siempre estaremos contigo tus hijos Narciso, Ana, Sebastián, Soledad, Lola y el que te escribe, Juan. Que descanses en la paz del Señor para siempre.
Por tu hijo, Juan Lanzas Criado.