Hasta siempre
Eufrasio Sánchez Armenteros de Jaén
“Has sabido pintar con colores tus suspiros”
Mi querido padre, el pasado día 25 de mayo fue tu cumpleaños y, aunque nunca pensé felicitarte de esta manera, he decidido hacerlo porque siento que tú te lo mereces. Sabes que nunca te escribí “un poema” y siempre me decías “y a mí, cuando” y yo te respondía que no te preocuparas, pues siempre te vi tan feliz con nosotros, que no había pena a la que agarrarme para escribir de ella.
“Has sabido pintar con colores tus suspiros”
Mi querido padre, el pasado día 25 de mayo fue tu cumpleaños y, aunque nunca pensé felicitarte de esta manera, he decidido hacerlo porque siento que tú te lo mereces. Sabes que nunca te escribí “un poema” y siempre me decías “y a mí, cuando” y yo te respondía que no te preocuparas, pues siempre te vi tan feliz con nosotros, que no había pena a la que agarrarme para escribir de ella.
Siempre orgulloso de tus siete hijos, tus catorce nietos y tus dos bisnietas —aunque a estas últimas nunca las llegaste a conocer—. Espero que ellas sepan algún día de ti. Hoy te regalo estas palabras llenas de amor para que allá donde estés las lleves contigo:
“¡Feliz cumpleaños, papá! ¡Papá! Hoy soy yo quien te escribe con cariño, recordando tantos momentos vividos contigo.
¿Recuerdas? Padre querido, jugando con mis hermanos una mañana de domingo,
cuando en tu cuarto nos colábamos haciéndote cantar “el submarino amarillo”,
mientras los más pequeños se montaban en tus rodillas y no se bajaban de ellas hasta que les hacías “el caballito”.
Y aquellos viajes que entonces se hacían eternos,
cargado de niños en tu Seat “Seiscientos”.
Endulzabas nuestras vidas
y con el chocolate “Virgen de la Cabeza” nos entretenías.
Era tan recio aquel chocolate que nos duraba viaje y medio.
Y cuando abriste la tienda de “Pingouin Esmeralda”
para mamá fue un sueño en su cumpleaños, para que nunca lo olvidara.
Yo recuerdo lo feliz que se sentía, lo importante y a la vez tan admirada. Nosotras solo éramos unas jovencitas, pero trabajando, hicimos, en aquellos tiempos, una buena labor diaria.
Y tú, papá, como siempre
organizando todo para que no nos faltara de nada.
Recuerdas también cuando vestida de novia me sacaste de la casa, me cogiste del brazo y te paseaste conmigo por toda la calle (qué vergüenza pasé) mientras tú tan ancho y orgulloso me mirabas.
He recordado que me regalaste tu último baile, un mes antes de irte allá donde estés,
el pasodoble era “Suspiros de España” y hay que ver cuánto disfrutamos sin importarnos entonces nada.
Qué recuerdos tan bonitos, que hasta en los peores momentos vividos
has sabido pintar con colores tus suspiros, aprovechando cada lienzo y todo el tiempo del mundo, para cada uno de tus hijos.
Ya has visto, papá, que hoy soy yo quien te escribe,
para decirte al oído que te llevaste contigo la esperanza de volver a verte, dejaste mi alma dolida y mis lágrimas en tu lecho de muerte.
Vaciaste parte de mi vida y mi vida hiere la pena que dejaste en mí, solo la podré cubrir con tus besos de siempre.
Tu hija Estrella”.
Por Estrella Sánchez Jaén
Antonio Hidalgo Hoyo de Lopera
Ha muerto un hombre bueno
Fue Antonio Hidalgo un hombre de pocas palabras al que cabría cualquier calificativo positivo. Fue amable, sencillo, servicial, trabajador, decente, leal, justo, honrado… Todas estas cualidades las practicó con intensidad, aunque ninguna de ellas igualó, ni en cantidad ni en calidad, a su enorme bondad. Fue tan bueno para vivir como lo fue para morir. Estoy seguro de que se fue en silencio para no molestar, de que se fue en solitario para no ser inoportuno y de que se fue de noche para no desvelar. Por eso, en su epitafio no cabría mejor lema que el de “ha muerto un hombre bueno”. Jamás olvidaré el rostro del día de su muerte. La ternura de su expresión era impropia de un cadáver.
Creo que, con ella, quiso todavía decirnos algo. Tal vez expresar la emoción del deber cumplido o mostrar la satisfacción de una vida colmada de afectos o, incluso, aliviar el dolor persuadiéndonos con la hipótesis de la muerte dulce. Si es cierto aquello de que el hombre morirá según lo que su vida en el mundo hubiera sido, me quedo tranquilo, porque su vida, y también su muerte, ha sido para nosotros una lección ejemplar.
Antonio Hidalgo Hoyo fue un autodidacta polifacético y de grandes habilidades manuales (con cariño recuerdo el día que me construyó una guitarra de alambre y cartón piedra para satisfacer mi deseo de ser músico). Curtido en aquellos años difíciles de la Guerra Civil y la dictadura, era uno de los cuatro varones de Rosa “la de Baños” y Martín “el cubano”. El penúltimo de la saga de los cubanos, una casta de hombres y mujeres de pura raza que han trabajado en oficios duros, en jornadas de sol a sol y que han sido capaces aún de añadir un rato de trabajo gratis para beneficio de los más humildes. Un auténtico “albañil de los pobres”, capaz de reciclar —cuando la palabra reciclaje todavía no había cobrado visibilidad en los diccionarios— cualquier material de desecho para ahorrarle costes a la construcción.
Por haber sido encargado del lagar en las Bodegas Sotomayor, encargado ocasional de la fábrica de aceite Carbonel —la que había en la calle Sor Ángela—, encargado de la almazara en la Hacienda Santo Tomás —conocida como Verdejo— y jefe de cientos y cientos de obras, públicas y privadas, diseminadas por todo el municipio, recibió el sobrenombre de “el maestro”. Maestro por la extraordinaria habilidad de la que hacía gala en su profesión, maestro por su capacidad de enseñar y compartir sus conocimientos con otras personas, sus aprendices; maestro, especialmente, porque enseñó a vivir digna y honestamente.
Su escasa formación académica no ha restado mérito a su humildad y a su colosal calidad humana. A mí me regaló el privilegio de pertenecer a su familia, a todos nosotros, a los más cercanos y a los más lejanos, nos ha dado casi 83 años de vida y una gran lección: el hábito del amor desprendido y el significado de la infinita bondad. Por eso me llena de orgullo cuando alguien me dice: te pareces a tu padre, por eso te digo también, con los ojos todavía ajados por las lágrimas, que si vivir en los corazones que dejamos tras nosotros no es morir, tú vivirás mientras soporte latidos el nuestro.
Por Martín Hidalgo
Lopera
Francisco Molina Aranda de Alcaudete
Era, en todo, un deportista de equipo
Aquí me tienes, Paco, sin decidirme a coger el lápiz, en todo este tiempo he tenido la necesidad contraria, la de no escribir para no tener que recordar. ¿Será porque me voy muriendo poco a poco en los amigos, en los compañeros, en cada una de las muertes anticipadas? Para mí las despedidas a los amigos muertos ya no son un adiós, sino un hasta luego.
Ahora toca a deportistas, pintores, músicos, gente de la farándula, medios de comunicación y políticos vivir sin Paco Molina. Estamos condenados a ir desde el corazón a los asuntos, porque el amigo muere y la vida sigue. Y lo peor, la fiesta continúa como si nada hubiera pasado. Había de continuar. Tenía que continuar. El verano llegaba caliente. El otoño amarillo. Y el programa de actividades culturales, con unas ganas inmensas de llorar. Todas han pasado por ti, querido Paco, recordado amigo y de todos conocido. Alcaudete en el corazón, Paco en la memoria. El verso en el alma. La música a flor de piel, más música todavía. Y una mujer “tu Encarna”.
Yo me propuse asistir a todas las actividades, pero ya me conoces, unas veces no pude y otras me olvidaba. Procuré tu presencia en una rosa blanca, aunque no siempre lo hice, por no hacer un duelo de la naturaleza que tú admirabas. Cuando nos veíamos, que no era con frecuencia, Paco, entre media verdad o doble bromilla me decía: “Aquí esta la mujer con más gracia”. Ahora, por las veces que alimentaste mi vanidad, tendré que hacer el esfuerzo de recordar, que es la manera más triste de querer.
A Paco Molina, digo, que se le ha partido el corazón diligente y joven. Paco tenía un corazón todo terreno y lo llevaba por la calle de en medio. El corazón lo ponía en cada rincón de las artes plásticas. En el campo de césped, en la pista cubierta o en la ruta de senderismo. Dentro de aquel corazón tenía un sitio para asociaciones, clubes, comunidades y barrios. Lo paseaba por los despachos políticos, los archivos… y el corazón se le salía por las teclas del ordenador, buscando el rastro de alcaudetenses que, por una u otra razón, tuvieron que abandonar el pueblo. Trabajó sin red y sin horario, su jornada laborar acababa cuando comenzaba a preparar las actividades del día, del mes, del acontecimiento siguiente. Todos pudimos leer en el periódico del que era corresponsal su último artículo, un día después de su último día.
Se quedaba en vela para darnos a los demás lo que él mismo se negaba, propuestas para hacer en nuestro tiempo de ocio. Su vocación fue el deporte y el arte, entendido como un desafío a la capacidad de trabajo, para él y para los demás. Y aquel día, ¡maldita sea!, bendita sea la bicicleta. Quiso hacer el más difícil todavía, convaleciente de un esguince y sin embargo no faltó a la cita: la “V Ruta Cicloturista“ con su club MTB Alcaudetense.
Quienes lo conocían saben que Paco nunca abandonaba lo que hacía. El reto era superarse a sí mismo. No es de extrañar que momentos antes del accidente respondiera a un compañero de ruta “estoy bien”, mientras haciendo lo que más le gustaba, se moría. Su raza de deportista tenaz con él se extingue. Para Paco Molina, la vida fue como un pedal y siempre le quedaban fuerzas para seguir pedaleando. Del diccionario: Pedal—Cada una de las palancas (...) que se acciona para producir matices—. Paco no te enfades, pero con la ayuda de Dios te habías reinventado a ti mismo. Dejaste de ser administrativo en Productos Mata. Podías haberte dedicado a la enseñanza. Y has sido ese profesional que todos desean tener como técnico de Actividades Culturales en su Ayuntamiento.
Sin ser un político de primera línea, un deportista de élite, conocido autor de libros, ni reconocido como el mejor fotógrafo cronista del entorno. No es de su popularidad o de su fama de lo que hablo. Sin embargo, él entraba y salía por todas puertas de todos los sitios en los que Alcaudete fuera noticia. Por las cocinas donde se cocía una idea rara o maravillosa. Traía y llevaba exposiciones, películas, teatro, conciertos… Organizaba conferencias, mesas redondas, cursos, presentaciones de escritores noveles. Le quedaron dos asignaturas pendientes: el Teatro de Alcaudete, que ya es una realidad, y poner en marcha una Escuela de Música, que sigue siendo un sueño. De toda esa diligencia, capacidad de trabajo, se puede prescindir, lo que no puede sustituirse es la sabiduría hecha a pie de calle y su carácter abierto y cercano. Nunca le vi ningunear a quien pensaba de manera diferente. Ni le sorprendí en un gesto aireado. Ni le pillé en un desmayo de pereza.
Sin embargo, en más de una ocasión tuvo que resolver problemas que no eran suyos, —“vamos al mejor arreglo”—, decía. La última vez que hablé con él estaba preocupado. Nunca voy a olvidar la reflexión que hicimos: es más noble, más exacto, reconocer que nos equivocamos; nuestros errores admitidos no nos destruyen, más bien nos perfeccionan siempre. Y yo añadía: querer prevalecer a pesar de…, negar la evidencia, hacer difícil lo fácil. No tiene sentido, ¡¡qué tonto es pasarlo mal!! Cuando lo nuestro es pasar. Pasar haciendo caminos… No sé si estoy escribiendo o cantando, a veces es lo mismo: “Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y al volver la vista atrás… (acaba la estrofa tú).
¡¡Qué ley más oscura, Señor, la ley de la muerte!!¿Y la luz, la luz? La Biblia explica a Dios como: “La luz de luz”. Cuando Paco muere, Encarna se pregunta ¿dónde estabas, Señor? Yo pregunto, ¿por qué, si Dios existe, por qué no evita que se apague anticipadamente la luz de una vida? Buscamos respuesta en la ciencia que exige pruebas, cifras al abismo. Y, ¿cuando la ciencia se niega y la razón no alcanza?, ¡Dios, siempre Dios! Y… no lo veo. Se dice que ojos que no ven, corazón que no siente. ¿Sentir? Eso es otra cosa.
Encarna, ¿has visto un atardecer? Cuando el sol duerme más allá de la Sierra Orbes. En el cielo todos los azules, violeta, naranja, grana. O en esos otros atardeceres, mezcla de nostalgia y esperanza que a mí me gustan especialmente. Mis ojos son el corazón y con el corazón siento que puedo ver el alma. Tienes que vencer el orgullo de mujer dolida. Asómate a tu interior… verás su rostro. Dios está en ti misma. Qué más quisiera yo que tener noticias de la inmortalidad de la muerte. Escribo lo que me dicta el corazón y el corazón no miente. Imagino a Paco, inagotable, organizando con todos los deportistas que le precedieron un partido de balonmano. Sin duda tenemos el mejor equipo del Cielo. Han pasado muchos años desde que se fue mi alumno primero, mis alumnas de después, mis amigos, compañeros, paisanos y por siempre… Mi niña. A modo de elegía, a pesar de la muerte, les he hecho unos versos. Son asuntos del corazón que solo con el corazón mueren.
Un suspiro profundo me devuelve al sitio, he caído en una especie de rapto, ¿habrá sido Paco? Ni siquiera le gusta estar solo en el cielo. A él le gustaba estar entre los demás. Así vivió su vivir y hasta la muerte la ha vivido compartida. Paco ha muerto como lo que era, un deportista de equipo. El latido del corazón de cada ciclista latía por el corazón de Paco, querían hacer latir… el último aliento de sus pulmones, queda… para alimentar el ciclismo alcaudetense. Y antes de cerrar los ojos ¡un suspiro! Para besar con la mirada la Sierra Ahíllos, su otra pasión, “La pasión de la tierra”. Allí por donde cada día se hace la luz, él está quedado para siempre. Paco, tú ya eres sierra en esencia, gesto pacífico, esperanza segura, rama de olivo. Presumía de ser andaluz y de querer al pueblo más, mucho más… Seguro que le ha propuesto una carrera a San Pedro, para venderle la marca Alcaudete. Nada más que decir. Un abrazo. Y paz. Con toda el alma.
P.D. Encarna, Javier, todo este sentir… palabras escritas, se las dedico a “su chico”, “su rubio”, a Carlos Molina Castro y, a modo de Maillot Blanco, al Club MTB Alcaudetense.
Por Gracias Morales Luque
Alcaudete
Rafael Conejo Luque de Jaén
“Nos queda el mejor regalo”
Desde muy joven la vida te ha golpeado cebándose contigo injustamente.
Con trece años conociste a Carmen, tu amor, tu vida, tu alma gemela, tu amiga y compañera, siempre juntos, envidia de muchas parejas. Tú para ella y ella para ti.
La enfermedad te la arrebató hace tres meses y medio. Sumiéndote en una profunda tristeza que solo el pequeño Rafa podía consolar, ese pequeño que con apenas tres años de vida ha perdido lo más grande que una persona puede tener, sus padres.
Empezabas a remontar gracias al amor y al apoyo incondicional de tus hermanas y hermano junto con tus cuñados (“chapó por ellos, ejemplo de familia unidos en lo bueno y en lo malo”). Te ibas a incorporar al trabajo con tus compañeros, esos que ahora te lloran y echan de menos recordando más de once años de buenos y malos momentos, tus bromas, tus chistes, tu enorme felicidad al saber que ibas a ser padre. Ese compañero y amigo que, como cada Miércoles Santo, esperaba verte mientras soportaba el peso, dulce peso del Cristo de la Buena Muerte para arrancarle un clavel y dártelo, sin ni siquiera poder imaginar que, a pesar del profundo dolor que has dejado entre tu familia y amigos, queremos pensar que también tú tuviste una buena muerte sin más dolor ni más sufrimiento, tu gran corazón (física y humanamente) se paró en el sopor del sueño, sueño eterno.
Tú solo fuiste a ver a “El Abuelo”, ese “Abuelo” que nos ayuda a soportar las cruces que cada uno llevamos y que las convierte en flores.
Esos amigos que no damos crédito, que nos parece mentira, que teníamos la esperanza de que algo bueno te depararía el destino, después de tanto dolor con algunas pinceladas de felicidad. Cuando este 12 de mayo apenas empezando nuestra jornada laboral íbamos a recibir semejante mazazo.
Nos queda el mejor de los regalos que podías hacernos, tu pequeño, que, con el amor y el apoyo de la familia y amigos, se convertirá en una imagen y semejanza, un hombre de bien, de provecho, honesto y ante todo buena persona, que en estos tiempos tanto escasea. Y que siempre tendrá vivos el recuerdo de su papá que se fue a dormir con su mamá.
Rafa, nos has dejado terrenalmente pero siempre vivirás en nuestro recuerdo y corazones. Descansa en paz y junto a Carmen y desde el cielo vela por ese pedacito de cada uno que es vuestro hijo que tanto amábais. Te queremos, amigo.
Por Juan Hernández y Encarni Martínez de Jaén