Hasta siempre

Fernando Arévalo
Suele decirse aquello de “Dios me libre del día de las alabanzas” y se hace tal vez con la ligereza de ignorar o querer ignorar que es un día por el que todos hemos de pasar. Y no es menos verdad que hay también quien pasa por ese día con un equipaje más bien escaso de alabanzas y buenos recuerdos sembrados a lo largo y ancho de su existencia. Sí, Fernando, sí, hoy es para ti el día de las alabanzas y a fe que han de ser abundantes y emanadas de las mejores partes de los corazones de aquellos que te conocimos y gozamos de relacionarnos contigo y de tu amistad.
Han sido muchos los años, desde aquellos comienzos de la Transición, durante los que hemos disfrutado del diálogo y guardando posturas bastante afines. ¿Quién me iba a decir, en aquellos finales de 2004 y siguientes, que sería yo quien te escribiera estas líneas, cuando todo indicaba que más bien lo harías tú conmigo? Fernando, más de una vez te lo he repetido y hoy, que me ves desde las alturas y tal vez te sea dado conocer aún mejor la sinceridad de mi corazón, te sigo agradeciendo el tremendo apoyo moral con que me agraciaste cuando yo estaba cerca de la muerte. Sólo quienes hemos pasado por ese camino sabemos bien la maravillosa bondad de la amistad sincera en esos momentos y tú a mí me la demostraste. Esta mañana he sentido, de nuevo, las lágrimas en mis ojos y los he dirigido hacia tu nuevo jefe directo, sé que estarás ya gozando de su predilección y por supuesto del más intenso recuerdo de los que conocimos al bueno de Fernando Arévalo.
Por Félix Martínez Cantos

En el Vanguard sonaba “Panorama Deportivo”
Un día de mi juventud me regaló mi padre un aparato de radio Vanguard y un reloj Casio. Con el segundo regalo contaba los minutos que faltaban antes de ir al colegio para escuchar en el receptor “Panorama Deportivo”. En un punto del dial, conseguía seguir las evoluciones de “Urbano”, el futbolista de Beas de Segura, fichado por el Real Jaén y que más tarde jugaría en el RCD Español y en el FC Barcelona. El locutor, con una voz difícil de confundir, era Fernando Arévalo. Con el paso del tiempo, llegué a conocerlo en una ruta del Olivo, y, más tarde, la última vez que hablé con él, en el encuentro Real Jaén-Betis, con el ascenso de por medio, en una tarde recordada en el vetusto estadio de La Victoria. En una subida de las empinadas escaleras de hierro, tuvo un resbalón y le ayudé a subir. Una conversación de agradecimiento que hoy viene a la mente, en la despedida de un hombre de radio, nacido para oyentes de la antigua radio, de la que todavía nos prestamos en la Sierra de Segura, a creer, que tiene vida y significado. Hoy toca recuerdo, por una voz y una persona que vivía por las ondas que, seguro, le han transportado hasta un lugar donde suena ahora su voz celestial.
Por Francisco Juan Torres
Sierra de Segura


“¡Llena Ezequiel, que nos vamos!”
Encabronat tancó juliol. ¡Vaya con el compadre!. Vía Málaga me enteré que te habías largado. No me diste el resquicio de vernos a la vuelta de mi devenir valenciano, aunque ya estaba por Jaén. Siguiendo tus doblajes del detective Areta, andé el camino para darte el último adiós. De tus achaques ya sabía, pero en un tipo tan hipocondríaco como tú, no esperaba que al leer tu último artículo, remataras el mismo, con tu testamento. Así lo vi una vez que rescaté el diario de la hemeroteca, por ende estaba fuera. Encajonado, con la mirada fija que te eché, comprobé cómo me hacías un guiño cómplice de tantas y tantas cosas como hablábamos. Más de treinta y cinco años de conocernos, compartiendo micrófono tardes y mañanas, incluidos esos domingos donde tu voz barría en el programa “Deportivo”, que por entonces marcó época. ¿Y los inigualables fines de año que nos montábamos? Tu voz de caverna, como más de una vez te dije, atronará en los confines de la geografía jaenera. No hubo pueblo que no recorriéramos bajo el enigmático “Provincia”, ni titiritero que no tuviera su sitio, vieja que nos contara sus vivencias o alcalde que no llorara mejoras.
Por necesidades del guión, estuvimos algún tiempo sin vernos, aunque retomamos hace unos años el reencuentro, donde parecía que la vida de una u otra manera, poco menos nos había puesto en paralelo. Siempre achacabas a mi memoria de elefante el recordar con regusto algún pasaje de aconteceres vividos. Desde que te dejaste el mostacho mejicano, eras bastante más amigo de hacer balance, como si dieras a entender que el tiempo pasado fue mejor. Te enrocabas a esa vieja FM de lámparas precursora en Jaén y al tufillo de la Quinta Planta de La Voz de Jaén. Otros, por el contrario, te recordarán como ese atleta de las ondas, que un día curtido por la experiencia, aparecía tan repeinado, luciendo entradas, larga cabellera y pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, en las televisiones locales.
 A nadie se le escapa que capeabas todos los palos: fútbol, flamenco, eclesial, ciudadano y toda la remesa que da el roce diario con el paisanaje. Quizás y creo que de lo poco que me faltó por ver a tu vera, era el narrar una pelea de gallos. De verbo fácil, en la escritura, de la que llegaste a sentar cátedra, tu pluma nos dejaba algunas lagunas al leer palabras muy refinadas y que aunque de mí —y de ello me vanaglorio—, llegaste a decir que era un alumno aventajado, me costaba llegar al fondo de la cuestión. Como ves, la perra vida no te dio esa tregua de septiembre. Yo para terminar, no quiero hacerlo con tu recuerdo a Casablanca, mejor queda: ¡Llena Ezequiel, que nos vamos!
 Por Nicolás Ortiz Bueno

“Su voz era el paradigma del oficio”
Le escribí una columna y, no contento con leerla, la guardó. Se reconoció en el retrato lo mismo que le reconocí siempre por esa voz de claustro que retumbaba en la radio cuando se ponía al micrófono. Era, probablemente, el paradigma del oficio. Se ganó, como poco, el respeto de los que pertenecemos a  esa variopinta caterva de colegas de profesión, y un lugar de privilegio entre los grandes de la radio jiennense. Fernando Arévalo se ha muerto sin el reconocimiento expreso de su profesión, pero esa radio legendaria que sorteó la dictadura y arrimó el hombro para reconstruir la democracia, en la que era uno de los últimos de su estirpe, sigue aún viva y se resiste a que la entierren, a pesar de los agoreros que sólo proclaman los malos tiempos, el apocalipsis, ajenos a la tropa que se bate en las trincheras cada día, pase lo que pase y pese a quien pese, para mantener viva la magia de las ondas, la seducción de las palabras, los códigos de este oficio, con mayor o menor fortuna, pero con determinación.
 Por Miguel Ortega

ROSA BUENO COBO Monte Lope Álvarez
“Alegre y trabajadora... Le sobraba cariño”

“¿Quién anda ahí?”, gritaba nuestra abuela desde la cocina, cuando sus nietos íbamos a visitarla a su casa. La puerta ya estaba entreabierta, como siempre, para nosotros y para cualquier vecino de Martos, propio de la hospitalidad que derrochaba su persona. Ya sea en Martos o en su cortijo (en Mingo Yuste), cabeza que asomaba por la puerta, raro era que no se tomara una cervecilla acompañada de unos alcaparrones, incluida la Guardia Civil.
Alegre y trabajadora. Alegre porque nunca se cansaba de cantar mientras cocinaba… ¡y cómo cocinaba! Paparajotas, pipirrina, gachas, migas y un arroz con conejo “a la lumbre” que quitaban el sentío. Trabajadora, porque, como se suele decir en Andalucía, “lo llevaba ‘tó’ palante”. Y sin quejarse, propio de una auténtica ama de casa andaluza. Era, ante todo, religiosa, muy religiosa. Muy mal se tenía que encontrar ese día para no ir a misa y hablar con el Señor. Algunos de nosotros le acompañábamos cuando éramos pequeños y siempre se confesaba, que pensábamos: “¿De qué coño se confesará si no ha hecho ‘ná’ malo?”. Ya en nuestra adolescencia, volvíamos de salir por la noche y siempre te la encontrabas rezando el rosario, venga rezar y venga rezar… Vamos, que si existe el cielo, mi abuela está con San Pedro en la puerta esperándola.
Le sobraba cariño y generosidad, si hacía unas “natas” había que repartir para todos, pa mí, pa ti, pa su hermano, pa su hija, pa su vecina, pal perro… vamos, que si hacía falta, ella no comía.
El tiempo pasaba y ya veíamos la vejez en sus ojos. Lo único que deseaba por entonces era el no pasar a mejor vida sin ver a alguno de sus nietos casarse. Y lo vio. Vio al mayor de ellos, al “Campas”, en el altar. Hasta estos últimos años, unos años de angustia, entre que piensas que no quieres verla sufrir y no quieres que se vaya. Así, el pasado lunes dio su último suspiro. Al día siguiente, ella pudo comprobar cuánto se la quería, cientos de personas fueron a darle su último adiós. Luchadora, fuerte, honesta, cariñosa y como siempre te llamamos tus nietos “mami”, nunca te olvidaremos. Tus nietos (Manolo, David, Raúl y José María). 

José Barranco de Torredonjimeno
“Era un profesional de un oficio noble”

Ha tenido que ser en los días de nuestra feria. No podía ni debía ser en otras fechas. José el de “El Chupeteo” se nos fue para siempre, cuidado, durante los últimos años, por su cuñado Pedro
—un héroe anónimo—.
Para los que no lo conocían diré que era el dueño de una caseta ferial de tiro al blanco, que siempre instalaba al final del margen derecho del paseo central del parque. En los no mucho más de cuatro metros cuadrados que ocupaba, sostenía una atracción ferial pasmosa y plena de ingenio. Con muelles y gomas de caucho bien tensadas de distinto calibre y procedencias armaba un artilugio que, mediante el impulso de un certero disparo del balín de plomo, liberaba una fuerza capaz de hacer representar una divertida escena en un salón del oeste americano. Todos los blancos acertados ofrecían distintas suertes de sorpresas. En una de ellas, si atinabas, bajaba bruscamente un pesado brazo enguatado que, a poco que no te apartaras, te aporreaba con fuerza. A los novatos y  forasteros les guardábamos ese lugar y, lógicamente, nos “tronchábamos” de risa. José, con su bigote de galán de cine y su media sonrisa, se encargaba de suavizar la situación si alguien se “picaba”. Por algo era profesional de uno de los oficios más nobles que existen: el de divertir.
Me agradecía mucho el hecho insignificante de guardarle los plomos de precintos que fundía. Fabricaba con ellos los balines para su artillería de feria. Era un hombre autosuficiente, con un señalado barniz de personaje de Ramón Gómez de la Serna. Quien lea “El rastro” de este autor, en sus páginas encontrará a José. En fin, querido amigo, la Gloria es ahora más Gloria, pues quiero pensar que el Señor te habrá permitido instalar tu caseta “El Chupeteo” en algún rincón del cielo.  Patricio Pérez. 

Manuel Alamedas González: miembro de una estirpe de artesanos

No sé por qué, pero el mundo de las personas que se han dedicado a modelar el hierro me provoca un sentimiento de afecto especial. Parece como si  fueran personajes épicos forjados por el duro trabajo de Vulcano; el yunque, el fuego y los monótonos golpes del martillo sobre la plana del tas artesanal han modelado sus recias virtudes y han aplastado cualquier intento de instintos impuros.
Manuel Alamedas González fue miembro de una estirpe de artesanos provenientes de la ciudad granadina de Santa Fe. Allá por los albores del siglo XIX se afincaron en Alcalá la Real. Fueron maestros sublimes de oficios varios y hombres que, a su vez, trajeron aires de libertad e iniciativas de ciudadanía abriendo las puertas de la participación en los momentos olvidados de las páginas de las historias. Muchas rejas y barrotes de balcones, cierres, chaflanes y  balaustradas se vieron moldeados por los antecesores de su familia y, así, Manolo los aprendió en su infancia y en la  adolescencia. Su ambiente le llevó al mundo cooperativo de la metalurgia, donde supo formar compañerismo y fraternidad en los duros tiempos de la penumbra laboral. Como compañero, repartió rosas de afabilidad y cercanía y, como maestro,   transmitió su sabiduría y buen hacer a muchos discípulos del arte férreo con pacientes modales y consejos certeros. Clara muestra de ello fueron sus últimos años en la Escuela Taller de Recuperación del Patrimonio de Alcalá la  Real. Su huella se manifiesta todavía en el vía crucis de forja del Arrabal Viejo.
Pero, para muchos alcalaínos, Manolo, junto con su esposa Encarnita Alcalá, se manifestó siempre como el matrimonio ideal y el modelo de los fieles esposos, que aprendieron de las fuentes del  Evangelio —claras fueron las huellas de la amistad de su amigo el sacerdote Miguel Vallejo—; la entrega y el amor por los demás, como juramento del vínculo de amor perenne, supieron estar en todos los momentos de la felicidad y en la adversidad; en su renovación interior y su religiosidad sincera, en  la defensa y la lucha por los excluidos y los más desfavorecidos. Siempre subieron los peldaños de la entrega hacia los más débiles y, cuando la vida nos deja débiles, Manuel se convirtió en el maestro sublime de paliar la dependencia. En su rostro y en su alma, nunca la alegría le faltó ante los encontronazos con la fragilidad inesperada. Al final de su vida, porfió por su necesidad ineludible de la presencia en la tierra, y su semilla supo dar el  fruto de la amistad que había regado en las mañanas agosteñas; y, por eso, el amor compartido lo recibió con creces: Tuvo una muestra clara de lo que significa tener buenos amigos, aquellos que saben estar en los momentos justos; aquellos que se cementan en el fuego del amoroso candor. Allí se encontró a Pedro Mesa y Mari, Antonio González y María Luisa Romero, a Rosi Collado, Pepi Campanario y a Antonio, y … a tantos más que, junto con  su familia, acudieron a ayudarle (también mermada por la muerte repentina de muchos de sus miembros), cuando el hilo de su último  tramo del camino le sorprendió. No le defraudaron, fueron los suyos de siempre, sabían que debían estar para aliviar el sudario de una persona que había dado mucho por los demás y, sobre todo, había forjado el pozo de la verdadera amistad. Aún más, todavía siguen regalando sus dones de generosidad como muestra de que el reino se hace en la tierra.
Por F. Martín.

Sebastián Almagro de Lahiguera
Un piloto con un firme carácter solidario

Se nos fue Sebastián Almagro en el mes de agosto del año 2006. Le faltaba muy poco para cumplir los 83 años. Murió en Córdoba, un 15 de agosto. Era un “hombre de altos vuelos”. Y viene bien utilizar esta expresión, ya que Sebastián fue piloto. Hijo de una maestra, Sebastián nació en Lahiguera, pero cuando era aún muy pequeño, se trasladó a Andújar, ciudad que sintió como suya. 
Muy pronto, y sin antecedentes familiares, sintió el deseo y la vocación de volar. De esta manera se hizo piloto y formó parte del Cuerpo de Profesores de Vuelo sin Motor, modalidad en la que se proclamó bicampeón del mundo en este deporte. Dedicado a la fumigación aérea, se hizo empresario con un avión modelo Piper. Este trabajo lo alternó con el deporte de la acrobacia aérea, con un modelo LO-100 al que bautizó con el nombre “Virgen de la Cabeza”. En esta categoría obtuvo varios trofeos.
Circunstancias personales familiares le obligaron a trasladarse a Palma del Río a mediados de  la década de los sesenta. Sin embargo, nunca perdió el contacto con Andújar y su Romería. De hecho, siempre volvía a echarle flores a la Virgen en su paseo matinal, los últimos domingos de abril. Fue piloto privado de Manuel Benítez “El Cordobés”. En la tierra cordobesa se identificó con su trabajo y con sus gentes, tanto que, en 2001, el Ayuntamiento palmeño lo nombró Hijo Adoptivo. En 1966 fundó una empresa pionera, Fumigaciones Aérea Andaluza S. A. En 1984, trabajó en la lucha contra los incendios forestales, para lo que empleó aviones y helicópteros. Se dedicó, además, a las emergencias y catástrofes. En 2004, nace la “Fundación Sebastián Almagro” para formar pilotos y dar a conocer el mundo de la aviación. Juan Vicente Córcoles.

    09 ago 2009 / 10:10 H.