Hasta siempre

A Fernando Gómez Romero

Te has ido, Fernando. Te has ido tal vez porque la caverna negra tiró de ti y te hipnotizó con la tentadora gruta de los sueños o tal vez porque la dama del alba desplegó sus envenenados encantos para seducirte o trastocar la selección del elegido. O tal vez te has ido porque el camino se volvió oscuro y te enredó la hiedra entre las infranqueables paredes del foso desbordado.

    22 feb 2009 / 10:56 H.

    Para serte sincera, como te decía algunas veces, no me importa. No me importa el motivo. Me importa la consecuencia: este dolor. Este dolor profundo que discurre errático y furtivo arrastrando rastrojos y recuerdos. Este dolor de río salvaje, casi perpendicular, que saquea y derriba hasta revolver o derrumbar y desconcierta y acosa convertido en dueño... Este dolor imposible de controlar. No me asalta como desconocido, que la tragedia es cíclica e insistente, pero me invade por poderoso y desgarra las entrañas como una zarpa afanada en su labor.
    Y sólo han transcurrido tres días. No sé si me parecen tres años o tres milenios. Se paró el tiempo con la última llamada; se quedó todo el pasado con tu nombre y se extendió la gruesa alfombra de la Fortuna levantando con un resorte tu imagen en variadas estampas: profesor especial, jefe de estudios irremplazable, camarada insustituible. Caben todas, la de genial dibujante, la de leal compañero, la de divertido comensal. Algunas facetas tuyas eran conocidas, tan evidentes... Otras, intuibles apenas, como la de agudo escritor. Las más, se transmitían en el trato afable, sereno, afectivo, sin descubrirse en su dimensión o abundancia, pero se escondían en el turbulento fondo que define la vida de los artistas, la doble vida de los artistas. Hay que esconder tanta sensibilidad, hay que ocultar la carne viva, la irrigación sanguínea, el magma fermentando la impresión. Hay que hacerlo y me sumo a la obligación. Las horas se dilatan desde el beso en la frente que te prometí en el mensaje que ya no leíste y a partir de hoy todo es mañana. La buena intención demandará de mí una sonrisa; el disimulo sólo requiere un poco de práctica.
    Pero sabe, amigo mío, que la empañada alma que interseccionaba con la tuya, guarda intactas las tinieblas que enraizaban en el viento cuando conversábamos y que, aunque eche doble llave en el candado con que cierro la parte del corazón donde guardo los fragmentos que quedan cuando se rompen, no pienso desprenderme de ellos, ni recomponerlos para que representen otra cosa. Ahí estás tú y los añicos que me convierten en ti y en lo que fuiste. Y como fuiste un hombre maravilloso y admirable, algunas noches de luna vándala me asomaré a los restos guarecidos para mirarte y contemplarte. Para sentirte próximo en tus pedazos, negándome a olvidarte.
    A partir de mañana, las secuelas, fingidas, pero el latido, fuerte, mantendrá vivo tu latido. Y merecerá la pena.
    Por María Jesús Fuentes
    de Jaén

    Juan Castillo Gutiérrez de Jaén

    “Siempre serás el promitente de Jesús Nazareno”
    En la víspera de la Semana Santa de 2008 fallecía el que fuera hermano mayor de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores, Juan Castillo Gutiérrez. Un año después, su recuerdo permanecerá unido a esta hermandad. Juan Castillo pasó la mayor parte de su vida cofrade como promitente. Portó, durante años, sobre sus hombros la bendita imagen de Jesús. Sin embargo, a mediados de los años noventa, debido a los momentos críticos por los que atravesaba la cofradía, se produjo su mayor acercamiento a la puestos de responsabilidad. En aquellos meses, junto con otros hermanos que hoy continúan como miembros de la Junta de Gobierno, trabajó en la organización de los cultos, la medición de promitentes y la procesión. En el año 1996 se celebraron elecciones y Juan llegó al cargo de hermano mayor. Ocupó este puesto hasta tres años después (1996). Tres años en los pudimos ser testigos y partícipes de intentas e irrepetibles vivencias que llenaron siempre de serena paz nuestra alma y, en multitud de ocasiones, de lágrimas nuestros ojos. Todas ellas eran fiel reflejo de la devoción e infinito amor que Nuestro Padre Jesús suscita en los hijos de esta tierra, que marca sus corazones con seña inequívoca de identidad y que llevan a gala donde quiera que se encuentren y que, con toda seguridad, habrá sido la primera de las credenciales que habrás llevado en el equipaje de tu eterno viaje. Anida en mí el consuelo de saber que, ante su Divino Rostro, habrás tenido como valedor al Hijo, cuya devota imagen, tantos años llevaste sobre tus hombros. Vela, amigo Juan, por lo que te recordamos. José Luis Pérez Cruz

    José ángel Tortosa Granados de Villacarrillo

    “Un voluntario que dedicó su vida a los demás”
    Gracias y hasta siempre a una persona que ha dedicado su tiempo a estar cerca de las personas que más lo han necesitado, a trasmitir valores humanos con entusiasmo, bien desde su posición como profesor de Historia en el Instituto de Enseñanza Secundaria Sierra de las Villas, en Villacarrillo, bien como máximo representante de Cruz Roja en este mismo municipio.
    Gracias, José Ángel por fomentar, con tu capacidad de ilusionarte e ilusionar, la participación de tantas y tantas personas en ayudar a dar respuesta a los problemas sociales de tu ciudad y de tu provincia, a promover y practicar hábitos y estilos de vida saludables en la población.
    Tan solo con sesenta años, este voluntario de los demás, se fue pero dejó, como el decía, un equipo de personas que seguirá fomentando la solidaridad, los valores, la humanidad, el carácter voluntario,  necesarios para continuar ayudando a las personas más necesitadas.
    Gracias a su esposa Agustina, a sus hijos Pedro, Mónica, María y José Ángel por apoyar y participar con José Ángel en todas sus acciones y por continuar cerca de las personas que más lo necesitan. Cruz Roja y la gran familia de jiennenses que, en la provincia, la formamos, con estas breves palabras, pretendemos reconocer la importante trayectoria personal y profesional de este gran hombre y, sobre todo, de esta gran persona con mayúsculas. Un amigo de todos que, sin duda, dejará un huella imborrable en cada uno de aquellos compañeros que tuvimos la suerte de conocerle y compartir con él años de trabajos y de fructíferos proyectos. Desde Cruz Roja Española gracias y hasta siempre amigo José Ángel. Francisco Dueñas.

    Ramón Romera Vera de Jaén

    “Mantuvo hasta el final su espíritu de servicio”
    Ramón Romera Vera se marchó, el pasado 29 enero, de la misma manera que había vivido sus fecundos 80 años: con total disponibilidad al Señor y manteniendo el espíritu de servicio que marcó su sacerdocio, que vivió de manera gozosa sirviendo a la Iglesia de Jaén en las múltiples tareas que se le encomendaron. Nacido en Jaén, el 29 de septiembre de 1928, tres días antes que San José María Escrivá de Balaguer decidiese fundar el Opus Dei, Ramón Romera fue ordenado sacerdote el 14 de junio de 1953, junto con un nutrido grupo de compañeros. Tres años como coadjutor en Porcuna lo adiestraron para regir durante otros tres la parroquia de Castellar. De allí, en 1959, pasó a Jaén, donde realizó diversos ministerios hasta el año 2006. Además de las parroquias, fueron testigos de su buen hacer sacerdotal el colegio Divino Maestro, los Cursillos de Cristiandad, Acción Católica y la parroquia del Sagrario. En la Catedral, primero como beneficiado y posteriormente como canónigo, pasó innumerables horas atendiendo el confesionario, donde ejerció el ministerio de la misericordia con los penitentes que se acercaban a él. Por su formación académica en Derecho Canónico, disciplina en la que alcanzó el doctorado, fue juez del Tribunal Eclesiástico y provisor o vicario judicial. Acogía con paternal benevolencia a las parejas que en situaciones difíciles acudían. En todas las tareas que la Iglesia le encomendó, Ramón, como San Pablo, se hizo “todo para todos para salvar a toda costa a algunos” (1Cor 9,22). Rememorando su figura, el obispo, en la homilía exequial, subrayó su entrega al Evangelio y pidió a Dios para la Iglesia sacerdotes sabios y santos fue Ramón Romera Vera. Francisco Juan Martínez Rojas, deán de la Catedral.

    Adiós a Fray Luis Arbert de la Torre

    El día 10 de febrero de 2009 falleció fray Luis Albert de la Torre, a la edad de 72 años.
    Había sido ingresado la tarde anterior aquejado de dolores muy fuertes en la región del estómago. Los análisis que le practicaron apuntaban a una “pancreatitis aguda”. Según la opinión médica, este tipo de enfermedad es casi imposible de combatir y extremadamente rápida y dolorosa. Fray Luis Albert duró exactamente 24 horas desde el momento que sintió los primeros dolores. Nació el día 17 de junio de 1936 en Martos. Entre 1947 y 1953 cursó los estudios de Bachillerato en el colegio San Antonio de Padua de este pueblo. En el curso 1954-1955 tomó el hábito franciscano y realizó el noviciado en el Convento de Lebrija, en Sevilla. El 26 de agosto de 1955 celebra su oprofesión temporal de votos. Dos meses más tarde pasa al Santuario de Regla donde cursa los estudios de Filosofía y Teología. El día 4 de octubre de 1958 celebra su profesión solemne en Chipiona.
    El 18 de junio de 1961 recibe la ordenación sacerdotal en Sevilla y es destinado al colegio San Antonio de Martos, donde ejerce la docencia en las áreas de Ciencias durante unos años. A mediados de los años sesenta se traslada a la Residencia Universitaria San Antonio de Granada, abierta pocos años antes. Allí se matricula en la Facultad de Ciencias donde obtiene el título de licenciado en Ciencias, Sección de Geología. A principios de los setenta es destinado de nuevo al colegio San Antonio, de Martos, como profesor de Ciencias. Desarrolló su labor docente ininterrumpidamente hasta el día anterior a su muerte.
    Además de la enseñanza, fray Luis Albert dedicó su tiempo a gran diversidad de actividades. Así ocupó el cargo de rector del colegio (que abarca la Dirección del centro y la Guardianía de la casa), fue guardián y administrador del colegio y de la casa.
    Durante su dilatada estancia en Martos ha sido confesor extraordinario de las Clarisas de Alcaudete; confesor ordinario de las Clarisas de Jaén, durante 27 años; actualmente era confesor ordinario de los Monasterios de Clarisas de Jaén y Alcaudete y de las Trinitarias de Martos. Ha sido un buen colaborador de las cofradías a las que siempre ha sabido atender para la celebración de sus efemérides: triduos, quinarios, fiestas... Por los años 90 estuvo encargado de la parroquia de San Francisco, sin abandonar su labor docente. Desde octubre de 2006, estaba al frente de la parroquia de San Amador y Santa Ana, donde trabajaba con ilusión. Cuando comenzaba a tomarle el pulso a la parroquia (compleja por diversos motivos) le sobrevino la muerte.
    Fray Luis Albert fue siempre un “peón” casi perfecto. En su época de mayor actividad, dada su juventud, fue un “manitas”; para las necesidades, de aquellos entonces, todos solíamos recurrir a él: electricidad, persianas, aparatos, grifería… Siempre estaba disponible  y le acompañaba la habilidad. Gran parte de sus horas libres y días de vacaciones los dedicaba a su afición predilecta: el dibujo. Sus trabajos los disfrutamos todavía en el colegio. Sobre el dibujo, es digno de mención el trabajo callado (como callado era su destinatario el padre Darío Cabanelas) que realizó durante su estancia en Granada. Fue un trabajo de muchas horas y varios años, como pude presenciar. Fueron las extraordinarias pinturas sobre el techo de la Sala de Comares de La Alhambra de Granada; de todos es conocida la gran complejidad de dichas filigranas. Fray Luis Albert los realizó a total complacencia del padre Darío (profesionalmente muy exigente) que luego los publicaría en su trabajo sobre La Alhambra. Corrían finales de los sesenta. También es digno de mención su dibujo a carboncillo sobre el sarcófago paleocristiano de Martos, este trabajo está enmarcado en el Museo de Arqueología del colegio.
    Su funeral es, tal vez, el mejor exponente del recuerdo que nos deja: la noticia de su muerte corrió veloz por toda la geografía andaluza. Cuando todavía estábamos comunicando a los distintos conventos la noticia de su muerte, recibíamos numerosas llamadas de lugares distantes: eran antiguos alumnos del colegio que ya se habían enterado. Cuando quisimos entrar a dar nuestra clase, no pudimos hacerlo pues los alumnos estaban muy conmocionados. El cariño que le profesaban era evidente y sincero.
     Las visitas fueron continuas durante todo el día. La capilla, donde se instaló el féretro, se convirtió durante todo el día en un verdadero lugar de oración. Sobre las doce y media de la noche, tras una emotiva oración comunitaria presidida por el padre provincial, Severino Calderón, el templo se cerró.
    Al día siguiente, una hora antes de la misa de funeral, la iglesia ya estaba abarrotada de fieles. El recibidor de la Capilla estaba lleno de coronas (hasta veintinueve se podrían contar) e innumerables ramos de flores que habían sido enviadas por personas particulares, asociaciones, cofradías, parroquias, alumnos...
    La eucaristía fue presidida por el obispo de la Diócesis, Ramón del Hoyo, al que acompañaron el padre provincial, el vicario general de la Diócesis y cuarenta y un sacerdotes diocesanos de la zona y religiosos venidos de Linares, Madrid, Granada, Vélez Málaga, Estepa, Lebrija, Jerez, Ronda, Cádiz y Chipiona.
    Este es el recuerdo que nos deja este hermano austero, bondadoso, servicial, trabajador y enamorado de sus clases y de sus alumnos, de su parroquia y de sus parroquianos. Por eso sus alumnos, sus parroquianos y sus compañeros de estudios y trabajo le han mostrado su cariño más sincero. Tal vez él no esperaba esto; ni los que quedamos esperábamos tal partida. Que descanse en paz. 
    Por fray Fernando Colodro
    Martos


    Manuel Líébanas Montero de Jaén

    “Algo muere en el alma cuando un amigo se va”
    El día 20 de enero, falleció “El Pequeño Ruiseñor”, como gustaba llamarlo a su íntimo Manolo Vallejo. Él escribió cartas de despedida a Tomás Fernández, a Diego García y a Rafael Toledano, cuando se marcharon de nuestra tertulia, y ahora me atrevo yo a decirle “agur” con “algo se muere en el alma cuando un amigo se va, y va dejando una huella que no se puede borrar”. Lo cantaba como el mejor coplero, pues tenía el arte de emitir correctamente la voz, una de las muchas y buenas cualidades que poseía; igual cantaba tangos, flamenco, boleros o baladas. Cuando yo me vinculé a la Tertulia de Inútiles Esperanzados, allá por el año 1995, recién jubilado, fue como una onda magnética, y es que Manolo ya formaba parte de ella, lo conocía hacía años, cuando era vocalista de orquesta, luego, los dos estuvimos mucho tiempo trabajando en el mundo sanitario. En esta etapa lo trataba como Manolo “Hoeshst”, y la verdad que era la leche, nunca olvidaba las fechas señaladas y siempre aparecía por mi despacho por arte de magia para dejarme algún detalle y tomar café con un rato charloteando. Era 19 días menor que yo. Yo los cumplo el día de San Román y San Olvaldo.
    Fueron muchos los momentos tanto en activo, como jubilados activos, que convivíamos juntos. Han sido innumerables y memorables los cafés, los churros, cervezas y copas, arroces caldosos y otros “condumios”, que en unión de los demás tertulianos y algunos invitados, en ocasiones hemos disfrutado. También pasamos tiempos de sinsabores, como el que hemos ido viviendo durante su larga enfermedad y, anteriormente, cuando otros se despidieron de la vida. En un “Memorandum” que nos escribió a los tertulianos, en la Navidad de 2003, decía: “Hay algo más bonito que el saber que cuentas con amigos que, sin esperar nada, te ayudan en lo que puedas necesitar”. Él era uno de esos amigos y le recordaremos con todo nuestro cariño, pues ha sido un lujo poder conocerle y compartir tantos ratos de alegrías y algunas tristezas.
    Milagros y sus hijos; Cristóbal, Manolo, José Ángel, Antonio y Jesús y sus nueras, nietos, hermanos y familia, pueden estar muy orgullosos de haberlo tenido como esposo, padre, abuelo... Él presumía con pasión de todos ellos, nunca podréis olvidarlo. Juan Martos