Hasta siempre
Gabriel Peñafiel Cabrera fue un querido empresario linarense
El pasado 16 de enero, falleció, en el Complejo Hospitalario de Jaén, Gabriel Peñafiel Cabrera, linarense de 72 años, repentinamente y sin avisar. Gabriel Peñafiel fue un empresario de los que no quedan, ya que con 14 años, y después de quedarse huérfano de padre, empezó a labrar su futuro hasta llegar a ser uno de los empresarios más importantes y respetados de la provincia de Jaén y de toda Andalucía.

Durante más de cuarenta años compatibilizó su trabajo en Santana Motor con su sueño de no depender de nadie y tomar sus propias decisiones. Allá por el año 1967, creó Galvanizados Algama, posiblemente una de las pocas empresas de aquella época que quedan aún en pie, ya que una y otra vez no aceptó el que la crisis del sector de la automoción que vivimos en los años 70 y 80 en la provincia, pegase el cerrojazo a su empresa y dejase sin trabajo a más de 50 familias. Esta era su máxima preocupación. Por eso, siempre buscó nuevos clientes por toda España y logró crearse una reputación de caballerosidad y, sobre todo, de fidelidad con todos y cada uno de ellos, incluso con su competencia directa. Gabriel no podía estar parado, porque, para él, era sinónimo de muerto. Una vez cumplida la edad de su jubilación, se embarcó en su último gran proyecto: desmantelar la vieja fábrica, que tenía más de cuarenta años, y construir una nueva con las últimas tecnologías del sector. El camino hasta conseguirlo fue tedioso y lleno de dificultades, lo que le llevó, incluso, a tener una depresión. Sin embargo, él no podía estar parado y, al final, volvió, con 71 años, a conseguir su sueño: una nueva fábrica con las mejores instalaciones de toda Europa. Solamente se le escapó una cosa que, a veces, los esfuerzos físicos y mentales pasan factura, y en un triste viernes, en menos de 12 horas, se nos fue.
Deja mujer, seis hijos y nueve nietos, que podrán algún día contar quién fue su padre, su abuelo y lo que consiguió. En su entierro, en la iglesia de San Agustín de Linares, la plaza estaba “abarrotá”, porque, ante todo era un linarense por convicción y amaba a su pueblo y a su gente, y estos no le defraudaron y le dieron su última despedida como él se merecía: al completo, no faltó nadie.
Mi padre ha muerto, pero en el recuerdo siempre nos quedará que, al igual que “Manolete”, no se achantaba contra nada ni contra nadie; él tampoco se arrugaba ante nada y ante nadie y, por encima de cualquier convicción política, aquello que representaba una causa justa y honesta, merecía su máximo interés para llevarla a buen puerto.
Su anécdota preferida y que tanto le gustaba contar fue aquella vez que, tras hacerle una inspección de Hacienda en la fábrica, los dos inspectores, al no encontrar nada ilegal, le comentaron que una corona que la empresa había enviado al padre fallecido de uno de sus empleados no era deducible. Posteriormente, se los llevó a comer a uno de los mejores restaurantes de Linares y, después de una gran comida, sin que faltase de nada, pidió la cuenta al camarero. Cuando este se la llevó, en voz alta dijo: “Bien, pues son 50.000 pesetas, como somos tres, tocamos a 16.666 pesetas cada uno”. Los inspectores estupefactos, después de un breve paréntesis, se echaron a reír. La multa nunca le llegó. Así era Gabriel Peñafiel. José Manuel Peñafiel
Carta abierta a Pepe el herrero
Querido abuelito Pepe: cuando leas esta carta ya habrán pasado cinco años desde que nos dejaste en una fría noche del mes de enero. A pesar de ello, no pasa ni un solo día sin que te tenga en mi pensamiento y me vengan a la memoria los buenos ratos que pasé contigo cuando me contabas tus vivencias en la herrería y las de tu familia. Siempre admiré de ti que fueras un hombre muy trabajador e inteligente. Nunca te importó pasar todo el día en la fragua, hiciese calor o frío, junto al yunque y el martillo, dándole forma al hierro para después crear verdaderas obras de arte que hoy lucen en muchas fachadas e interiores de las viviendas, no sólo de Lopera, sino de otros pueblos de la comarca de Andújar. Y todo ese duro trabajo con el único fin de poder dar a tus cinco hijos la posibilidad de estudiar y que tuvieran un futuro mejor.
Ahora te puedo decir que se ha cumplido con creces tu objetivo, pues tanto mi padre como mis tíos se han labrado un gran futuro, en el que tienen como principal punto de referencia el esfuerzo, entusiasmo y la entrega de su padre. Con el paso del tiempo, ya no me gusta ir a la herrería, pues aún me viene a la memoria cuando, en los últimos años, pasabas las mañanas sentado en la puerta y te hacían visitas tus amigos, como Leonardo Romero o tu hermano Vicente, al que le encantaba estar contigo mientras hacía alguna que otra chapuza y, después, os ibais a tomar una copa. Ahora la herrería está triste y las paredes que tantos y tantos recuerdos guardaban se están cayendo poco a poco. A veces veo que el tío Antonio enciende la fragua y abre la herrería. Entonces parece como si el viejo corazón de la herrería volviera a tomar fuerza y la luz y el martilleo en el yunque le devolvieran la vida. Abuelo Pepe, ahora, con el paso del tiempo, comprendo que siempre tosieras más de lo normal y es que el humo de la fragua, día tras día, te fue pasando factura a tus pulmones. Nunca olvidaré cuando todos los domingos por la mañana te arreglabas y dabas una vuelta por el Paseo de Colón esperando la hora de la misa. Allí nos juntábamos en alguna ocasión y tu tos se sentía en el silencio de la misa y con un caramelillo, que siempre llevabas en el bolsillo, te la apaciguabas. Después de misa, a veces, venías hasta mi casa para hacernos una visita y eso nos encantaba a todos. Mi madre Lola siempre te ofrecía una copita de licor o un vino que te encantaba. Tu sencillez y ser un hombre de gran corazón fueron dos de las virtudes que siempre recordaré. Además, como eras muy cariñoso, te encantaba que te diéramos besos mi hermana Nerea Dolores y yo. Abuelo, te echo de menos, ya que, a pesar de estar malito, siempre tenías buen humor y nunca te quejabas. Aunque tenías tu genio, luego esos enfados se quedaban en nada. Todos te echamos mucho de menos, mi padre José Luis, los titos Antonio, Beni, Petri y Marga y, sobre todo, la abuela Margarita pues fue tu compañera durante toda tu vida.
En esta última Nochebuena nos juntamos todos en tu casa, como a ti y a la abuela os gustaba y, a pesar de que físicamente no estabas, estoy segura de que el espíritu de la Navidad nos unió, si cabe, más contigo. Abuelo, me dice mi padre José Luis que te diga que fuiste un gran padre y que siempre admiró de ti tu gran corazón y que ahora está trabajando para conformar el árbol genealógico de los Pantoja Lozano y para lograrlo está recibiendo ayuda de tus familiares de Marmolejo: tus primas Ana Mari y Paquita, a las cuales visitabas los domingos cuando ibas a por agua. Bueno, he de dejarte, pues como sé que estás en el cielo y a diario nos ves, aprovecho las páginas de tu Diario JAEN, que todos los días leías, para decirte todo esto y que siempre te llevaré en lo más profundo de mi corazón. Y lo más importante es que todos estamos orgullosos de mi abuelito Pepe, que fue un buen hombre y un buen padre y estuvo apoyando a toda la familia hasta que llegó el momento de ir al cielo y estar con Dios, Nuestro Padre Señor. Te felicito mucho por todo lo que has hecho por tu familia y también te felicito por tu trabajo de herrero que todos llevamos a gala. Al despedirme me gustaría hacerlo con esta pequeña poesía que te dedico: Mi abuelo fue herrero/ y de su vieja fragua salió/ ventanas, balcones y cancelas/que moldeaba con gran amor./ Hoy Lopera presume/ en cualquier fachada o rincón/de la forja del maestro Pantoja/ orgullo de nuestra población./ Siempre estarás presente/ allá donde quiera que estés/en nuestra memoria/ y en el fondo de nuestro ser. Tu nieta Verónica Pantoja Gallego.
José luis martín berrocal de Madrid
Un alma ilusionada y aventurera Unos días después de su fallecimiento, en la página taurina de Diario JAEN del 4 de enero, recogíamos una frase que entraba más en la nostalgia que en la anécdota y con la que quisimos reflejar el sentido humanista de quien, a lo largo de su vida, ha sido un anarquista integral en el mundo de los negocios. Nos referimos a la pronunciada, el 13 de febrero de 1993, por José Luis Martín Berrocal, en una tertulia celebrada en la linarense peña “Tercio de Varas” que, como una genialidad propia de su genialidad, dejó caer en mitad mismo del acto taurino: “Yo me quedaría en Linares, aunque fuese de minero en paro”.
Esa era el sentir humano y cercano de quien ha pasado por este mundo “tocando todos los palos”. Su gran pasión no fue nunca una sola. La repartió en infinidad de emociones, sensaciones y experiencias. Fue promotor de boxeo, presidente de clubes de fútbol, titular de una importante línea de transporte público de ámbito nacional, ganadero, terrateniente que en su diversidad se quiso afianzar al de olivarero, empresario taurino y ganadero. Seguro que nos dejamos alguna otra actividad en la que también se implicó el cercano y amable José Luis.
Su relación con nuestra provincia la centró en asentar en el campo ganadero jiennense —la finca “La Marquesa”, entre Linares y Vilches, fue la elegida— las reses que lucían el hierro de “Cernuño”. Esa espléndida dehesa se hizo lugar de encuentros entre las más diversas castas de personajes del mundo del arte. Lo mismo saludábamos a Máximo Valverde que a Palomo Linares —allí preparó el diestro linarense su última reaparición en los ruedos—, Enrique Ponce, Manuel Díaz “El Cordobés”, que terminó convirtiéndose en su yerno, lo mismo que también lo era ya el extremeño Juan Mora, además de una larga lista de toreros, empresarios, ganaderos y distinguidos aficionados a los toros y al mundo de las letras.
También extendió su aguda mirada en el plateado Jaén, por haberse enamorado de los extensos olivares de nuestra tierra. Aquella iniciativa tuvo sus luces y sus sombras, pero él nunca abandonó la idea de estar, de alguna manera, ligado a nuestra tierra. Como profesional del mundo de los toros, no olvidó su faceta de empresario taurino y, por lo tanto, se hizo con alguna que otra plaza de toros de la provincia, como por ejemplo la de Úbeda, donde montó la feria de 1995. Apoderó a toreros como a sus repetidos yernos Juan Mora y Manuel Díaz “El Cordobés”, Dámaso González… pero sus ídolos fueron dos: primero José Fuentes y después Enrique Ponce. Siempre con Jaén entre ceja y ceja. Así era José Luis Martín Berrocal y así había que aceptarlo.
Él tenía amor para dar y repartir, pero su “ojito derecho”, como él mismo decía, fue su hija Vicky, por la que sentía admiración al mismo tiempo que celos del aire que la pudiese rodear.
Ya no está con nosotros, pero conociendo la filosofía que tenía de la vida, seguro que estará diciendo con una media sonrisa… “¡A ver cómo os arregláis ahora sin mí, con lo difícil que está nuestro mundo!”. Y es verdad, con todos los matices que ofreció su vida, la verdad es que más de muchos lo echamos de menos.
Alfredo Margarito.
Laura Granada Martín de Granada y jiennense de adopción
Una mujer fuerte y con una alegría desbordante Laura Aguayo Martín se marchó el pasado 31 de octubre. Desde entonces, su familia lucha por superar su pérdida. Han pasado varios meses, pero su recuerdo sigue vivo. Se fue con 55 años. Aquí dejó a siete hijos y cinco nietos, entre otros seres queridos. Nacida en Granada, llegó a Jaén siendo todavía una niña. Su historia fue como la de muchas familias que emigran para buscar un futuro mejor.
La alegría de Laura Aguayo era contagiosa. Su eterna sonrisa era admirable. Pero su buen carácter no le restaba fuerza a su firmeza a la hora de enfrentar la vida. Siempre tenía la palabra correcta o la decisión necesaria. Por eso, su familia le rinde homenaje con este poema:
Qué te digo de las niñas de tus ojos/, que hubieran marchado contigo sin dudarlo/ pero tú sola iniciaste un camino/ que habría de ser, al final, el más amargo. De ellas te mando la complicidad/ las charlas, las confidencias y secretos/ las risas por cualquier detalle tonto/ y mi lágrimas convertidas en te quieros. Tus niños te mandan sus batallas/ ganadas sólo en tu memoria/ las que mantienen con la vida/ por ser tu orgullo, su victoria.
Envueltas en pétalos de rosa/ en este baúl han guardado/ besos con sabor de un te amo/ y abrazos que quedaron endeudados.
De aquellos que tú y yo sabemos/ te envío sus perdones/ también el agradecimiento/ por tu entrega sin rencores/ con gran privilegio me otorgo/ enviarte los retales de tu vida/ las huellas quedaron en nosotros/ pero la esencia te la llevaste ese día./
Ya has salido de tu jaula/ como aquella gorriona del cante/ vuela libre gran mujer/ que ya sufriste bastante. Tu familia.
José Martínez Solano de La Puerta de Segura
“Fuiste una persona muy buena y honrada” Quiero decirte lo mucho que te echo de menos. Además de ser mi padre, eras mi amigo, el puntal más grande que tenía para poder apoyarme. Ahora no tengo dónde ir. Mi madre y esposa tuya está muy triste. Padre, todos decimos que el tiempo va curando las heridas que nos deja la muerte de los que queremos y se van para siempre, pero creo que esto no es cierto. Vamos asimilando y aceptando la pérdida, pero no la ausencia que siempre queda ahí, día a día.
Quiero decirte que, cuando te vas haciendo mayor, comprendes más a tus padres, los desvelos, las preocupaciones que les has causado y piensas cómo te han colmado de todo lo necesario para hacer de ti una personas plena en todos los sentidos, siempre gracias, sobre todo, al amor y al apoyo que siempre se encuentra en ellos, cosa que en su momento no comprendía. Ahora la entiendo. Estas letras te las escribo a los pocos días de no tenerte. Sufro mucho, no tengo con quién desahogar mi dolor. Para mí, es el golpe más fuerte que me ha dado la vida.
Ahora me dicen tus amigos que me llamabas “mi grande”. No había cosa que tuviera en mi casa que tú no probaras, pero tú hacías lo mismo conmigo.
Tenías un gran corazón. Cuando iba un pobre a tu puerta, si tenías un trozo de pan se lo dabas, aunque tú no lo probaras. Estoy muy agradecida al pueblo. Te acompañó mucha gente porque eras un persona muy buena y honrada. A tus cinco hijos los criaste con mucha ternura. Estoy muy orgullosa de haberte tenido como padre. Mándame consuelo si puedes desde el cielo, sobre todo, a mi madre y a tu esposa que está desmoronada.
Tu hija, Sagrario Martínez