Hasta siempre

Baltasar Fernández del Moral “El Gallo” de Huelma
Un hombre que destacó por su buen hacer

Baltasar Fernández del Moral nació en Huelma un 13 de enero de 1907. Hijo de Antonio, apodado “El Tejero”, y Ana. Su infancia la pasó en la calle Almodóvar en compañía de sus tres hermanos, Juan, Cayetana y María. Contrajo matrimonio con Luisa Río Valenzuela, natural de Cabra del Santo Cristo. Tuvieron cuatro hijos: Antonio, Anita, María y Luisa. Baltasar se ganó a pulso el apodo de “El Gallo”.

    17 mar 2013 / 10:33 H.

    Regentaba el Bar Ideal de Huelma, situado en la Plaza de España, junto con su familia y numerosos empleados a los que los consideraba como de la casa. Durante los primeros años de su negocio, tuvo que sostener una dura lucha comercial ante la competencia, pero supo colocarse entre los primeros y, por ello, llegó a ser “El Gallo”. Tenía muchos amigos y conocidos en el pueblo y, también, en toda la provincia, a los que se ganó con su buen hacer y laboriosidad. No había acontecimiento importante en Huelma en el que no estuviera “El Gallo”.
    Su negocio familiar brilló por su calidad y buen servicio. El Bar Ideal fue centro de reunión del pueblo, de bodas y banquetes, con restaurante a la carta e, incluso, servicios a ministros. Era referencia en toda la comarca de Mágina. Había un dicho que decía: “Lo mejor de Huelma es la iglesia y el bar de Baltasar”. Durante muchos años, regentó la Caseta Municipal en la Plaza de la Calesera durante la feria de agosto, en la que ofrecía las famosas “cenas americanas” recordadas aún por mucha gente.
    Falleció en su pueblo un triste 5 de enero de 1969. Su muerte fue muy sentida como quedó demostrado en el funeral de entierro al que concurrieron personas de todos los estamentos sociales. Al fallecer, su hijo Antonio se trasladó a Málaga, donde regentó, durante unos 30 años, un bar al que también llamó Ideal en la céntrica calle Mármoles.
    Por Teresa Guzmán.

    Pedro Ruiz Girona de Beas de Segura
    Fundador de la peña sanmarquera “El Bobi”

    Pedro Ruiz Girona, “Periquillo Rebanás” o “Pedro el de los Pedros”, falleció, en Beas de Segura, el pasado día 21 de enero de 2013, a los 68 años, después de una larga y penosa enfermedad. Pedro nació en Beas, el día 7 de julio de 1944, en el seno de una familia humilde. Quedó huérfano de padre a una temprana edad y, como segundo hijo de una familia numerosa, tuvo que abandonar la escuela y empezar a trabajar con su tío Ángel “Rebanás” para el que desempeñó tareas distintas, como cuidar animales, almacenar y vender paja y transportar mercancías diversas a la vez que, bajo la tutela de Pedro José Hoyo, aprendía el oficio de camionero. Tras el servicio militar, formó con este la empresa de transportes “Los Pedros” y contrajo matrimonio con Salvadora Gómez, con la que ha tenido cinco hijos: Gregorio, Mari, Alfonso, Josefina y “Pedrete”.
    Pedro fue siempre un enamorado de su pueblo. Siempre estuvo dispuesto para colaborar en todo aquello que pudiera engrandecerlo y, especialmente, en las fiestas de San Marcos. Su casa siempre estuvo abierta, su mano tendida a quien lo necesitó y sus camiones realizaron muchos portes de forma gratuita para traer y llevar vacas de las peñas para las fiestas de San Marcos y materiales para la construcción del centro parroquial o la sede de la hermandad.
    Su popularidad le llevó a ser elegido presidente de la Hermandad de San Marcos en 1982 y permaneció en el cargo hasta 1985. Durante su mandato, las fiestas de San Marcos vivieron una importante transformación: verbenas a puerta abierta durante las fiestas, casetas de feria y verbenas de verano, pasacalles por todos los barrios, San Marcos Chico con becerras para los más jóvenes, en la tarde del 23 y mañana del 24 de abril, y la legalización de la Hermandad de San Marcos como asociación cultural y recreativa, a la que dotó de estatutos e hizo los primeros socios de los 2.500 que la conforman en la actualidad.
        Periquillo fue el socio número 1 de la hermandad con carnet de afiliado, pero, también, podríamos decir que, si no fue el sanmarquero número uno —porque eso es difícil de calibrar—, sí fue uno de los más grandes que ha tenido Beas de Segura y, así, se le reconoció en la asamblea general de 2010, cuando se le nombró “sanmarquero de honor”. Pedro ha colaborado con todas las juntas directivas de la hermandad, ha criado vacas para San Marcos —las del Jesuso, la “Morita”, la “Churrera”, etcétera—. Él y Garrancho procesionaron durante muchos años a San Marcos con su yunta de vacas y ha sido fundador y presidente vitalicio de la Peña “El Bobi”.
    Periquillo forma ya parte imborrable de la memoria colectiva de Beas de Segura y de San Marcos. Su dedicación y buen hacer deben ser un modelo a imitar por las nuevas generaciones sanmarqueras. Descanse en paz. 

    Por Juan Francisco Heredia Castaño, en nombre de la Peña “El Bobi”.

    María Dolores Valenzuela Garrido de Pegalajar
    Una vida generosa al servicio de Cáritas

    María Dolores Valenzuela Garrido era natural de Pegalajar (Jaén) y ha dedicado casi la mitad de su vida al servicio de Cáritas. Entró como voluntaria en Cáritas parroquial de San Esteban Protomártir, en el municipio de Santisteban del Puerto, donde conoció, también como voluntario, al que años después sería su director en Cáritas Diocesana, Tomás Gila.
    Transcurridos unos cinco años, la familia se trasladó a residir en Jaén capital. Pasados unos días en su nuevo domicilio, se ofreció a servir en Cáritas Diocesana, en la que ha estado veinte años, de los que dieciocho fueron ejerciendo la responsabilidad de secretaria general de esta institución de la Iglesia Diocesana. No siendo suficiente para ella el desempeño de esta tarea de enorme carga, se ofreció como catequista en su parroquia, San Ildefonso, tarea que asumió, junto con la de secretaria general de Cáritas hasta el último día de su vida.
    Su afabilidad, disponibilidad, capacidad de escucha y preocupación por todas las personas que sufrían y pasaban necesidades eran rasgos que la caracterizaban. Ni aun en el transcurso de su larga enfermedad esta actitud y valores se redujeron un ápice. Raro era el día en el que no tenía encima de su mesa de trabajo tres o cuatro casos de familias que necesitaban ayuda urgente, pese a que su responsabilidad era esencialmente burocrática.
    Y es que eran muchas las personas que sabían que, a través de ella, los casos de difícil solución se hacían viables y solubles. La responsabilidad que ejercía la llevaba, en ocasiones, a adoptar medidas no siempre comprendidas, pero jamás se produjo un cambio en su actitud de diálogo y escucha, ni aun en el transcurso de su dura enfermedad, que compartió con su trabajo como si aquella no existiese.
    Hay una frase que compendia la figura de María Dolores: “El Señor es nuestra esperanza, y su providencia nuestra heredad”. Y es que María Dolores Valenzuela estaba enamorada de Dios y de su Iglesia.

    Por Rafael López-Sidro Jiménez Director de Cáritas Diocesana de Jaén.

    Juan Pérez Artacho de Granada
    Tu alegría y simpatía dejaron huella

    A mi amigo Juan. Hay pocos silencios tan turbadores como aquellos que encierran nuestro pasado. Y esto es porque creo que todo recuerdo conlleva siempre un aire inequívoco de aflicción y desconsuelo. Ha muerto Juan Pérez Artacho, gran persona y amigo que, como dicen sus compañeros, estuvo siempre en la vanguardia de tu especialidad médica.
    Te caracterizabas por tu generosidad humana en el ejercicio de tu profesión. Fuiste una excelente persona, con defectos y virtudes, como todos, pero, sin duda, tu alegría y simpatía han dejado huella imborrable en todos los que tuvimos el privilegio de conocerte y de haber compartido algunos ratos de alegría.
    Pertenecías, como decía Unamuno, a “ese grupo de personas que se distinguían en el santo cumplimiento del oficio cotidiano”. Hombre sencillo que nada tiene que ver con la simplicidad, sino con la humildad del hombre que “sabe su doctrina”.
    La sonrisa era permanente en su rostro; nunca tuvo un gesto hosco o malhumorado con sus pacientes. Su alegría, nada falsa, la sabía transmitir a su entorno. Siendo de Granada, estuviste comprometido en todos los ámbitos de la vida social de Jaén.
    Puede que no te conociese a fondo, pero sí te consideré siempre mi amigo. Descubrí tu forma de ser por la cercanía que, en cierto modo, confiere mi profesión.
    Recuerdo las reuniones previas, en aquellos años en los que no existían los medios sanitarios actuales, de la Romería de la Virgen de la Cabeza. En aquel tiempo en el que, para poder decidir la ubicación de los puestos de socorro de la Cruz Roja y la red de radioaficionados, la colaboración desinteresada de aquel grupo de voluntarios profesionales y amigos era decisiva para que todo transcurriese con el menor riesgo posible para los romeros.
    Toda persona lleva consigo un enigma dentro. Tus enigmas, quizás, hayan podido sobre ti, pero, a los que te conocimos nos queda el recuerdo de tus virtudes, predisposición, alegría, solidaridad y, sobre todo, humildad. Por todo ello, hoy te dedico estas sentidas líneas, amigo Juan.
    Por José Fernández Ortega.

    FRANCISCA CUEVAS SÁEZ de Andújar
    “Un ángel de Dios que murió como vivió”

    Cuentan que una persona es recordada por los hechos que hace y comete en vida, por sus actitudes y aptitudes a la hora de saber afrontar por derecho los designios que, en el día a día de su existencia, le deparan, ganándose, con ello, el beneplácito de ser recordado para bien o mal por familiares, conocidos y allegados.
    Pues bien, hoy, en el caso que me ocupa, abro de par en par mi corazón para hablar de un ser que se nos fue hace pocos días a la vera de Nuestro Padre Jesús Nazareno y su bendita madre Nuestra Señora de la Cabeza. Hablo de mi abuela, Francisca Cuevas Sáez, un ángel de Dios que supo morir como vivió, con la dignidad y el empaque de una mujer sencilla de actos y modo de vivir y una señora de los pies a la cabeza dando lo poco que tuvo en vida a los demás como madre y abuela que fue nuestra.
    Mi abuela nació un 16 de julio de 1928, en la calle Camproneras de Andújar. Un año especial, sin duda, para ser recordado en la historia andujareña, pues acababan prácticamente de terminarse los fastos y proclamaciones del VII Centenario de la Aparición de la Virgen de la Cabeza al pastor Juan Alonso de Rivas en la ciudad, con lo que ello significó para tantas personas amantes y devotas de nuestra patrona.
    Nacida y criada en el seno humilde de una familia de arrieros, mi abuela ha formado parte de una estirpe de mujeres fuertes y luchadoras que han sabido, pese a cualquier adversidad, salir adelante con medios —os puedo asegurar— muy limitados.
    Se casó con José Expósito Mengíbar y tuvo ocho hijos, de los cuales dos murieron a temprana edad. Además de eso, la vida le deparó un duro golpe cuando, con treinta y pocos años, enviudó y se quedó sola a cargo de sus seis hijos, Tomás, Josefa, Francisca, Luisa, Juan Manuel y Antonio, a los que supo sacar adelante y luchar por y para ellos con la dignidad y la honestidad por bandera, aquella de la que he estado mamando como hijo y nieto, siendo la misma la mejor y mayor herencia, además de mi gran amor por la Virgen de la Cabeza, que ella me ha podido dejar.
    Su forma de ser era bastante peculiar. Dura de carácter, pues rara vez mostró sus sentimientos hacia los suyos porque, desgraciadamente, las vicisitudes que pasó se habían encargado de endurecerla. Charlabas con ella y siempre tenía una salida o contestación graciosa para todo. Tenía un acento marcado de Andújar, y su forma de hablar, para los que somos de aquí, era muy “de esa calle Ancha”, de donde mi gente viene, corazón mismo de esa Andújar eterna que un día se nos fue.
    A ella todo le parecía bien. Era tranquila y sabíamos, hoy más que nunca, que lo que le tuviéramos que hacer, se lo teníamos que hacer en vida, como, así, ella decía y así se le hizo para satisfacción suya y nuestra. No le gustaban las ostentaciones, ni tan siquiera destacar sobre los demás a pesar de que, por naturaleza y gracia, ella lo hacía con verdadera naturalidad. No sabría describiros lo que siento al escribir estas líneas. Con ellas, trato de haceros un breve compendio de lo que fue su vida hasta llegar a poco más de año y medio, cuando una penosa enfermedad, el alzhéimer, nos la ha terminado robando hace pocos días.
    Nunca se olvidó, a pesar de su dolencia, de lo más fundamental de todo, su familia. No sabía cómo nos llamábamos, pero sabía que “éramos algo suyo”. Y, ahora sí, nos lo demostraba con gestos, miradas y caricias con que nosotros también la mimábamos para hacer más llevadera su carga, testimonios que cada uno de los suyos llevaremos en lo más íntimo de nuestro ser, porque a ella le han pertenecido nuestro corazón y los más sinceros sentimientos de amor y ternura hacia una madre.
    La satisfacción que nos queda a la familia es haber estado viviendo este duro trance con ella y unidos. Sus hijos y nietos hemos estado ahí todos juntos velando por el bienestar de nuestra madre y abuela. Estoy seguro de que ella goza, ahora, de la tranquilidad eterna junto a nuestra Virgen de la Cabeza. Es más, seguro estoy de que, este año, a mí, particularmente, me dará la honra y la fuerza suficiente para procesionarla en su cerro santo de la Cabeza, el último domingo del mes de abril. Como homenaje a ella, que sé que estará junto con mi Morenita en mi corazón y junto con un buen amigo mío y cofrade desaparecido prematuramente este año, el presidente de mi Cofradía Matriz, don José María González Jiménez.
    Con este escrito, sus seis hijos quieren rendir tributo y especial homenaje a aquella que supo criarlos a pesar de todas las adversidades habidas y por haber. Mujeres como ella han abierto el camino a toda una generación que, con el paso de los años, afianza su condición de mujer para lograr la igualdad plena de derechos frente al hombre. Ella, que supo ejercer de padre y madre a la vez, siendo la mejor de todas. Por eso, y por mucho más, hoy te decimos:
    Fuiste manantial de agua cristalina,
    Rosa blanca,
    de la más candente pureza,
    verdad y ejemplo para los tuyos,
    cuando tu seña de identidad eran
    tus ganas de vivir y la fortaleza.

    Cada vez que uno de nosotros de ti recuerde
    momentos de alegría o tristeza,
    nuestra pena quedará saldada,
    cuando con una sonrisa tuya,
    en el pensamiento nuestro aparezcas.

    Vistes hábito de luz ya que eres radiante estrella,
    allá en los confines del firmamento donde Ella
    es la perla que reina
    junto a Nuestro Padre Jesús Nazareno,
    sobre peana de estrellas.
    Emperatriz de los cielos y la tierra,
    madre de los cofrades y anderos
    de Jaén y Andújar patrona
    morena de tus desvelos,
    la Virgen de la Cabeza.
    Luz de luna de tus eternos sueños…
    En nuestro pensamiento, sentir y, por bandera, tu ejemplo. En el recuerdo de tus hermanas, Dolores y Rosario, y de tu hermano, Alfonso; de tus seis hijos Tomás, Josefa, Francisca, Luisa, Juan Manuel y Antonio, que supieron cuidarte y honrarte en vida; nietos, biznietos y demás familia, para siempre quedas. A la memoria de Francisca Cuevas Sáez.

    Por tu nieto que te quiere y recuerda,
    Pablo Mondéjar.