Hasta siempre

Antonio Segura Cruz de Jaén
Mi abuelo, un jiennense en Barcelona

Según cuenta la leyenda, fue una lluviosa tarde de noviembre del 1928 cuando nació un niño en Jaén al que llamaron Antonio Segura Cruz. Él nació y creció en una época muy delicada y llena de dificultades. Pero nada de esto pudo enturbiar su infancia, ya que él fue un niño feliz y lleno de alegría junto con su familia.

    29 abr 2012 / 10:21 H.

    Pasaron los años y el niño creció para convertirse en un adolescente, lleno de salud, energía y con un gran corazón, siendo estas sus principales herramientas para llegar a ser el gran trabajador que fue. Un adolescente aficionado al cante. De hecho, en varias ocasiones, fue de su garganta de donde salieron hermosas saetas en honor de+ Nuestro Padre Jesús Nazareno, El Abuelo, del cual era un fiel devoto.
    Dejó atrás su adolescencia y dio paso al hombre. Un hombre que, con su bondad, honradez y humanidad, dejaba huella allá donde iba y no dejaba indiferente a ninguna persona que lo conociese. Como fue el caso de Josefa, el amor de su vida. No solo se convirtió en su mujer y madre de sus hijos, sino que también fue su compañera de viaje, un viaje muy importante, un viaje que cambiaría sus vidas para siempre. Con ella partió a vivir a Barcelona, dejando atrás su Jaén natal, en busca de una mejor vida. Y allí fue donde vivió y dedicó con gran devoción toda su vida a su mujer, sus hijos y su trabajo.
    Y, aunque en Barcelona él encontró esa mejora que buscaba, la vida no le llegó jamás a sonreír del todo, ya que su día a día era un continuo sacrificio. Aun por encima de todo esto, él disfrutaba de ver las caras de sus hijos y de su mujer al verlo llegar todos los días con dinero en sus manos. Ese era el momento en el que, para él, todo el esfuerzo había merecido la pena.
    Abuelo, nunca olvidaremos todo lo que nos diste, tanto económico como afectivo, porque, aunque de una manera especial, tú demostrabas tu amor a toda tu gente. Sobre todo, la gran satisfacción que sentías cuando tenías cerca a tus nietos. Yo, al menos, siempre te estaré agradecido por dejar cerca de mí a esa replica de ti hecha mujer: mi madre. Ella es la persona que se ha encargado de que siempre estés en nuestro pensamiento y en nuestro corazón, ya que, en mi caso, no pude llegar a conocerte.
    El destino te jugó una mala pasada y te fuiste sin dejar tiempo para despedidas y lejos de varias de esas personas que formaban tu gran familia. Personas que, gracias a un yerno dispuesto a hacer, sin duda, el peor viaje de su vida, y a un coche prestado pudieron despedirte como te merecías, rodeado de la gente que más te quería.
    Para nosotros, sigues cerca, tanto como vivo está tu recuerdo. Te queremos.

    Por tu hija, Ángeles Segura Liébanas, y tu nieto Miguel Ángel Anguita Segura.

    Esteban López Fuentes de Alcalá la Real
    Apoyó la causa de la libertad

    Conocí por primera vez a Esteban López Fuentes allá por los años setenta del siglo pasado. Fue en aquellos momentos en los que España entonaba las primeras canciones de libertad mezcladas con las de los himnos renovados de la restauración de la democracia. Como si salieran de un escondrijo o de una cueva, muchos veteranos de la militancia política, rota en los años de la noche oscura, salían de sus casas, mostrando la alegría en sus rostros por la libertad recuperada.
    La Hortichuela era una aldea, dispersa, recoleta y una de las más alejadas de la ciudad de Alcalá la Real. Cuando entré en contacto con Esteban, me descubrió una tierra de hombres recios y una fuerte carga de intrahistoria comprometida por la mejora de la sociedad. Me llamaba la atención, al visitar su aldea con su ofrecimiento de cicerone, para que me fijara en aquella casona de grandes ventanales, que se convertía en una madre edilicia en medio del resto de las viviendas de su derredor: era la fábrica de harina de Rosendo. Le preguntaba cómo podía haberse ubicado aquella industria en un paraje tan lejano y me resolvía mis dudas aclarándome dónde comenzaba el núcleo de la Pilas de la Fuente el Soto. Esteban, con la sencillez que le caracterizaba y su altiplanada voz, también me explicaba, junto con su amigo Urbano, todo tipo de cuestiones históricas y costumbristas a las que le acosaba con mi afán de impaciencia investigadora. Por primera vez, con él, reconocí que aquella aldea rezumaba las vivencias de los años de la República Española. Me descubría la vida del centro, que era la de la Sociedad Obrera. Se entusiasmaba cuando me contaba la unión obrera que tuvieron los trabajadores y jornaleros de la aldea en torno a aquella asociación por la que los vecinos reclamaban al Ayuntamiento alcalaíno desde el arreglo del camino vecinal hasta las medidas urgentes para paliar el paro obrero. Me ilustraba con las lecciones de los convenios agrícolas entre los patronos de la aldea y los obreros con la mediación del alcalde pedáneo. Me exponía, con palabras sencillas, las medidas de aquellos tiempos contra las crisis agrarias, como la ley de término o el alojamiento en casa de los patronos. Ensalzaba la labor del alcalde del primer bienio republicano socialista, un antepasado suyo que sufrió las consecuencias de haber apostado por un gobierno legalmente constituido. No sé las veces que me aclaró y me detalló todas las víctimas de aquella aldea con un rigor que había quedado por la penumbra de la manipulación de los años anteriores. También, me ayudó a recoger las leyenda de aquellos parajes, que todavía resonaban por las concavidades de aquellas tierras, transmitiéndome las historietas de tesoros similares a los de Alí Babá. Me puso en contacto con antiguos demócratas amantes de la libertad que nos abrían horizontes de bienestar. Se llenaba de orgullo, cuando nos manifestaba su talante conciliador, recordando los tiempos del Frente Popular y aquellos mítines que empezaban con las palabras de un orador provinciano socialista. “Compañeros, compañeras, amigos, amigas y enemigos, que no nuestros, si los hubiera en aquel lugar”.
    Cuando se le ofreció la ocasión, se presentó, en marzo de 1979, como concejal de la candidatura socialista y salió elegido en las primeras elecciones democráticas de Alcalá la Real. Se mantuvo en el cargo hasta 1987 y, a veces, ejerció de alcalde pedáneo de su aldea. Estalló de alegría cuando se inauguró la carretera asfaltada que unía las Pilas con el Puente Suárez, o se arreglaba la antigua carretera tras las tormentas del año 1979. Fue un excelente compañero que creaba ese ambiente de compañerismo y dedicación a la tarea municipal sin aspavientos ni orgullo personal. Representaba honrosamente los intereses de su aldea y su partido de campo. Luego se vino a Alcalá. Mantuvo los lazos de solidaridad y de apoyo a la causa de la libertad. No renunció nunca de sus ideales. Se recuperó, ya jubilado, de un accidente que le marcó una fuerte huella. Y, siempre, se nos presentaba como hombre muy familiar y cariñoso con sus seres queridos. Siempre mantuvo la sonrisa en sus labios y la amabilidad cono insignia. Si le reclamaba para cualquier investigación oral, siempre se manifestaba dispuesto y lúcido para aclararme cualquier duda sobre aquella parte de la comarca alcalaína. Llevaba mucho sin verlo y este domingo último recibí la noticia de su muerte, lejos de tierras alcalaínas. Que en paz descanse. Por Francisco Martín Rosales.

    Juan Pérez de Albanchez de Mágina
    Hasta el último momento fue un señor

    A la memoria de mi padre, el señor don Juan Pérez, también conocido en Albanchez como Juan Cuete. Y digo señor porque hasta el último momento fue un señor. 
    Me es difícil poner todo lo que fue mi padre porque creo que el que lo conocía, supongo, tendrá palabras buenas y eso me hace sentirme orgulloso de él. 
    Sé que en el momento de su partida se sintió tranquilo y, sobre todo, muy orgulloso de esa persona que estuvo a su lado hasta el final y que no es otra que mi madre, es decir, su mujer, la señora María Lucía.
    A ella le quiero decir que sea fuerte en estos momentos y que sepa que sus hijos y, sobre todo, sus nietos estarán con ella hasta el final. A ti, padre, te agradezco todo lo que hiciste por mí y por mis hermanos, gracias por todo.
    Supongo que te habrás encontrado con tu madre, Trinidad, con tu Paquito, como solías llamar a tu hermano, con tu Alejo y tu Isabel, pero, sobre todo, con tu amigo de jaranas, el señor Francisco Colón, que fue otro gran señor hasta los últimos días y, cómo no, con su mujer, Isabel. Sé que habrá algunos más arropándole en esta otra vida, a todos ellos, por medio de esta carta, les doy mi agradecimiento.  Bueno, padre, podría estar mil años escribiéndote cosas buenos, pero no. Tan solo quiero decir gracias y mil gracias.
    Por  tu hijo Juan.

    Fernando Ramírez Martínez de Jaén
    Amor incondicional

    Como dijo Pablo Neruda: “Hoy podría escribir los versos más tristes…”.
    Fernando, espíritu libre, competente, trabajador, guapetón, con un humor tan característico y don de gentes, corriendo con su grúa por la ciudad. De apariencia fuerte, no reconocía su fragilidad, nosotras la percibíamos, junto con su inocencia infantil que rebelaban sus ojos verdes, con tanta luz, que iluminaba todo a su alrededor. Hermano, te damos gracias infinitas por haber compartido juntos la infancia, por los maravillosos recuerdos que nos dejas y por habernos permitido disfrutar del cariño de tus hijos, el mejor regalo que nos has hecho. Como seguidor reconocido de Sabina, utilizaremos varias estrofas de tus canciones favoritas para que los que te conozcan sepan identificarte:
    “Nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos, la primavera llegó y me llevó al final de tu concierto. Y me puse a buscar tu cara entre la gente y no hallé quien de ti me dijera, ni media palabra. Parecía como si quisiera gastar el destino una broma macabra.”
    “Puedo ponerme cursi y decir… Que me basta con ser tu amiga, tu todo, tu esclava, tu fiebre, tu dueña, y si quieres también, puedo ser tu estación y tu tren, tu mal y tu bien, tu pan y tu vino. O tal vez esa sombra que se tumba a tu lado en la alfombra a la orilla de la chimenea a esperar que suba la marea. Puedo ponerme humilde y decir que no soy la mejor y que me falta valor... Y si quieres también puedo ser tu trapecio y tu red tu adiós y tu ven tu manta y tu frío; tu resaca, tu lunes, tu hastío. Si quieres también  puedo ser tu abogado y tu juez, tu miedo y tu fe, tu noche y tu guía tu rencor, tu porqué, tu agonía…”.
    “Tantas veces te besé, otras muchas me detuve pensaba, para el después ahora que te me has ido se hallan sin resolver los besos en el olvido”.
    Se nos ha ido Fernando al cielo. ¡Aviso a damas cuarentonas y/o menores en edad de merecer, de allí y alrededores, que esos ojos verdes no pasarán desapercibidos!
    Deseamos que tu nueva vida sea plena y auténtica, que es la que te mereces.
    Aquí, lo has hecho lo mejor que has podido y por eso nuestro amor hacia ti es incondicional.

    Por tus hermanas  María Encarna y María José Ramírez Martínez.

    Salvador Domínguez García de Jaén
    “Compartimos amistad, trabajos y vida”

    Me piden una vez más, ahora Diario JAEN, que escriba sobre Salvador Domínguez, mi amigo Salvador. No me es difícil hacerlo. Me basta con actualizar recuerdos sobre él, calentarlos al fuego de la amistad y ya está. 
    Salvador ha sido, creo que sigue siendo, una de esas personas que, cuando entra en tu vida, la cambia sin necesidad de hacer grandes cosas ni predicar sermones elocuentes, su vida auténtica se hizo notar siempre. Por eso, su muerte, en diciembre pasado, nos dejó a quienes con él compartimos amistad, trabajos y vida, un hueco tan profundo como una fosa marina. Comprendo que Carmina, su viuda, no reencuentra el Norte al haber perdido a “su Salva”.
    Desde 1978 hasta que él murió, han sido muchos los días, muchos los cursillos, muchos los afanes compartidos por ayudar a los seglares a sentirse Iglesia y no era fácil, os lo aseguro: demasiados prejuicios unas veces, demasiadas ocupaciones o pretextos, otras, demasiados fallos en quienes teníamos que haber sido siempre ejemplares. El caso es que los seglares no nos pusieron las cosas fáciles, por lo menos a mí, que soy cura. Salvador era un seglar, un seglar “rara avis” metido en el mundo de Renfe, entregado a su familia y ocupado en su agencia y en los mil ambientes en que se desenvolvió. Esa ha sido la gran labor y el gran acierto de su vida, “gestionar los asuntos temporales según Dios”, como había dicho el Concilio. Salvador entendió y se tomó en serio su “ser-cristiano-seglar”, no como un “santo encapotoso, encogido ni apretado” (Santa Teresa). Yo no le vi nunca preocupado por el color de la casulla del cura en la misa o averiguando la hora del rosario en la parroquia. No sé siquiera si, en toda su vida, asistió a alguna procesión de Semana Santa —conste que ni él ni yo tenemos nada en contra de las procesiones—. Sus preocupaciones cristianas iban por otros caminos, desde la eucaristía diariamente celebrada, eso sí, lo hizo imprescindible, los temas laborales, sociales y familiares ocuparon su tiempo. Y los cursillos de cristiandad.
    Cursillos. Reconozco que, en ellos, Salvador fue insuperable. Públicamente afirmó que, cada vez que él intervenía, yo tenía que ir a confesarme de graves ataques de envidia. Él, un “simple seglar de Renfe”, hablando a seglares de Jesucristo. ¡Chapó, Salvador! Su forma de entender y ejercer la autoridad como responsable de un cursillo fue atípica. La primera vez que asistí con él, yo como consiliario y él como jefe de equipo, me produjo tal despiste que no tuve más remedio que preguntar: “Pero, en este cursillo, ¿quién es el responsable?”. ¡Qué poco corriente es esta forma de mandar!
    Salvador ha muerto y, como dije en su funeral, con él se ha ido el último de los grandes del Movimiento. Murió en diciembre, cuando los cristianos celebrábamos Adviento, tiempo de esperanza. Hasta en esto nos dio ejemplo. Frente a tantas calamidades, tantas crisis, tantos recortes y tantas malas noticias, su serenidad nos sigue siendo imprescindible. Murió en Adviento y yo escribo estas notas en Pascua. Considero providencial la coincidencia, su muerte, como la de Jesucristo, al que Salvador entregó su vida, nos habla de vida. Estamos en Pascua de Resurrección, es Pascua florida. Salvador Domínguez vive hoy su eternidad como fruto florecido en Cristo Resucitado.
    Por Bernardo Velasco.

    Teresa Fernández de la Hoz y Miguel Jiménez Martínez de Torres
    “Jamás te olvidaré, abuela”

    Querida abuela: Cómo cuesta estar sin ti. No puedo quitarte de mi cabeza cada vez que pienso que ya no te volveré a ver. El corazón se me parte en trozos muy pequeños. Necesito tu voz, una vez más, mis días están llenos de dolor por tu ausencia. Abuela, quiero decirte tantas cosas que tardaría años: Gracias por esta vida, gracias por haberme dado abrazos y caricias.
    Nos encantaba que nos pidieras un “chiquilín” o una tajada de “cendría”. ¡Qué buenos momentos! Abuela, cuando recibimos la llamada, me temblaban las piernas. Te estabas yendo y no nos habíamos despedido, eso es lo que más lamento. Hasta ahora he intentado ser fuerte, pero, hoy, ha llegado mi día. Por fin estoy llorando de tristeza, ahora es cuando me he dado cuenta de que ya no te tengo, que jamás te volveré a ver; solo me queda el recuerdo de aquella cama de hospital que odio. Espero que estés bien ya que estás con el abuelo Miguel, que tanta falta le hacías, que te reclamó.
    Abuela, te marchaste sin hacer lo que más deseabas, una comida familiar que todos echamos de menos. Qué gran mujer eras. Nada podía contigo. Luchabas contra todo y, al final, lo conseguías. Te gustaba que te regalasen cosas para tú, después, guardarlas. ¡Ay, que manía! Cuida de nosotros que tanto lo necesitamos y guíanos por el bien. Mientras sigamos viviendo, formarás parte de nosotros. Cada palabra que pronunciaste quedará sellada en nuestros labios. Cada gesto que hiciste quedará grabado en nuestra mente. Cada abrazo que nos diste quedará para siempre en nuestro cuerpo. Abuela, te quiero. Abuela Teresa y abuelo Miguel, cuando mi padre leyó estas palabras me dijo que os recordara que las gentes del pueblo de Torres os quieren.
    No me olvides nunca, como yo no lo haré. 
    Por tu nieto Antonio Miguel Pozo Jiménez “Nono”.