Hasta siempre

José Illana Cobo de Jaén
“Para mi querido hermano José”
No sé cómo expresarte lo mucho que te quiero, lo mucho que te extraño, lo mucho que deseo verte de nuevo. Desde el fondo de mi alma saco tu imagen y me hace frágil, pues no estás conmigo, pero llevo atado junto a mi corazón todo lo tuyo, tu sonrisa. Y me duele no verte, pero no dejo de quererte.

    20 mar 2011 / 10:21 H.

    Espero que escuches lo que quiero decirte. Espero verte algún día, abrazarte nuevamente. Aunque sé que estás presente, extraño tus abrazos y, desde el horizonte más hermoso que nuestro creador ha hecho, espero la hora de nuestro encuentro. Mientras tanto, solo puedo decírtelo a la voz del viento. Mi amor por ti es eterno y duradero. Más que mi carne y mis huesos deseo verte de nuevo, deseo repetirte en persona lo mucho que te quiero, te extraño mucho y nunca te olvidaré porque nuestro cariño va mas allá de la muerte.
    Porque, ahora, tú podrías tener 36 años, porque nos dejaste con 31 años y que sepas que en estos cinco años que no has estado con nosotros no nos hemos olvidado de ti. Te extrañamos mucho y te queremos.

    Por tu hermana Chari y tu sobrina Nuria.





    MANUEL RASERO MARTÍN de Herrera la Real, Badajoz
    En recuerdo de nuestro amigo

    La verdad es que no sé muy bien cómo empezar este relato. Ahora mismo estamos con un dolor inmenso por tu marcha. Hay una canción que explica nuestros sentimientos en este momento: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va....[...]. Ese vacío que deja el amigo que se va, es como un pozo sin fondo, que no se vuelve a llenar”. Pero como tú siempre fuiste un hombre muy positivo, queremos recordarte tal y como te conocimos, Manuel, alegre, simpático pero, sobre todo y ante todo, como una de las mejores personas que se han cruzado en nuestra vida. Manuel Bueno, en el más amplio sentido de la palabra.
    Te conocimos un puente de diciembre de 2005. En el aeropuerto de Barajas estábamos un grupo parroquial de Madrid que viajábamos a Tierra Santa. Tú estabas con tu hijo Manuel. Nos enteramos, cuando subimos al avión, de que veníais con nosotros y que érais de Jaén. Desde el primer día, hicimos muy buenas migas, porque mi marido y yo éramos los más jóvenes de dicho viaje y tu hijo era más o menos de nuestra edad y congeniamos. Fue uno de los mejores viajes que hemos hecho. Disfrutamos muchísimo y, lo más importante, os conocimos a ti y a tu hijo y, desde ese momento, os quisimos como si fuérais de nuestra familia.
    Durante todos estos años, hemos tenido contacto telefónico y postal. Un verano, nos acercamos a verte a ti y a tu familia a Jaén, pasamos un día maravilloso porque nos acogísteis como si fuéramos familia. Nos enseñaste tu Catedral, donde trabajabas en la tienda y en el museo. No supiste qué hacer con nosotros, tanto tú como toda tu familia.
    Cómo no te íbamos a querer, Manuel, siempre atento. Todavía recuerdo cuando perdí a mi hijo embarazada de 6 meses. Tus palabras fueron como un bálsamo: “No te preocupes, Rosita, que solo Dios sabe por qué hace las cosas y seguro que te recompensa. Yo voy a rezar mucho a la Virgen para que te recuperes y tengas un hijo”. Y la Virgen te escuchó, claro, y un año y tres meses después, nació mi hija Miriam, que es lo más grande que nos ha podido dar el cielo, y no podía llevar otro nombre: Miriam, el nombre hebreo de la Virgen.
    Siempre has sido una persona buena, y te nos has ido muy pronto, pero, si hay un cielo (yo creo que sí), tú tienes que tener un lugar de honor en él. Ahora, desde arriba, tienes que ayudar mucho a los que dejas aquí abajo, a tu maravillosa familia, a tu mujer, Menchu, y a todos tus hijos, nueras, yerno y nietos que, como a ti, también queremos mucho. Ellos saben que en Madrid tienen una pequeña familia, que estará ahí para lo que necesiten. Gracias, Manuel, por todos los momentos vividos junto a ti. Gracias por haber sido una persona que nunca podremos olvidar. Hasta siempre, amigo. Te quisimos, te queremos y te querremos siempre.
    Por Rosa, Eduardo y Miriam.

    El ciprés que nunca murió
    Siento desde siempre, desde que era pequeño, una especial atracción por los cipreses. Ese árbol que ejerce de vigilante, de silencioso vigía en los cementerios cristianos. Cada día más, a medida que me voy haciendo mayor —ya me he hecho—, sigo sintiendo esa especial sensación que, sobre todo, me da infinita seguridad y sosiego. Quiero y deseo creer que su esbelta y alargada sombra tranquiliza nuestra espera hasta el día del juicio final. En esa tranquilidad y en ese sosiego contemplé, hace muy pocos días, el Miércoles de Ceniza, cómo tu cuerpo era sepultado ante tu familia y tus amigos, a los que quisiste tanto.
    He asistido en innumerables ocasiones a estos postreros actos. En ellos, siempre me sentí mal, angustiado, con tristeza y con dolor. Por extraño que parezca, en el momento que introdujeron tu féretro en el angosto nicho, sentí el efecto contrario al que me habían producido los vividos anteriormente. Sentí, en ese momento, que allí ya solo queda quedaba un cuerpo inerte y sin vida. Tras tapiar la sepultura, fuera de ella, en el aire y la lluvia que todavía persistía, sentí, vi y palpé un sentimiento que me rodeaba y flotaba en el ambiente del desapacible día.
    El aire que se respiraba nos bañaba de quietud y, sobre todo, de amor, de ese amor que irradiabas solo con tus palabras y tu mirada. Jamás vi a lo largo de mi vida, y es mucha, a un sacerdote con basta y larga experiencia emocionarse de esa forma en su homilía. Dice mucho de él como ser humano y, por consiguiente, de ti. ¡Qué grandeza!
    Llovía aún cuando acabó el último acto de tu vida. Me despojé del gorro que cubría mi cabeza. Necesitaba que el agua empapara mi cara para fundirla con las lagrimas que ya, hacía rato, corrían por mis mejillas. Levanto la cabeza, y no muy lejos, avisto borrosos los primeros cipreses que alcanzan mis ojos. El aire los mueve plácidamente. Siento el impulso de recrearme en esa última estampa. Una última ráfaga de viento conmueve la copa del ciprés y te alza a los cielos. Aquello que soñaste y por lo que viviste.
    Por tus amigos del alma, Ángel y Mavi.


    Francisco Jiménez-Casquet Sánchez de Granada
    Amigo Paco

    Amigo Paco, ayer (por el otro día) fuimos a despedirte, pero cuando entré en la sala número 9 del Cementerio de Granada no te vi. Miré fijamente, pero no te reconocí en la persona que yacía detrás del cristal. Tú no eras ese cuerpo inerte. Mi mente te rechazaba insistentemente a pesar de haberme acercado hasta pegar mi rostro al cristal que nos separaba. Finalmente, comprendí que tú eres el que vive en nuestros corazones.
    De tus éxitos profesionales habla tu expediente personal y el reconocimiento de los gobernadores y subdelegados del Gobierno a cuyas órdenes has trabajado. En el ámbito familiar, quién como tu esposa Inocencia, hijos, nieto… Por eso, solo me atrevo a confesarte lo que te robé o, mejor, a agradecerte lo que me regalaste como compañero y amigo.
    Expectantes y preocupados por el funcionario del Gobierno Civil de Málaga, don Francisco Jiménez-Casquet Sánchez, que iba a ocupar la vacante de secretario general del Gobierno Civil de Jaén, recabamos referencias donde pudimos, que, afortunadamente, nos tranquilizaron respecto a la actitud del que iba a convertirse en nuestro nuevo jefe. Tomaste posesión con Ángel Martín-Lagos como gobernador civil, pero, al poco tiempo, rompiste nuestros esquemas. Nos “obligaste” a que te tratáramos como a un compañero más y, no mucho después, a convertirte en nuestro amigo Paco.
    Desde entonces, has sido nuestra referencia como empleado público al servicio de los demás. Jamás hiciste acepción de personas. A cuantos acudían a ti, cargos políticos, sindicales, funcionarios o ciudadanos en general, los atendías con el respeto que se merecían. Nunca te interesó su ideología, confesión religiosa, raza, nacionalidad, ni ninguna otra circunstancia que no fuera la de poder resolver el asunto que te planteaban y, además, con ese cariño que dabas a todos por igual.
    ¡Cuántas situaciones de crisis a lo largo de los años! El problema de Santana en Linares, el de los gitanos de Mancha Real, las tormentas de agosto de 1996 y tantas otras. Nunca te dejaste llevar por la preocupación y la ansiedad que, en esos momentos, nos afligía a los demás, porque siempre encontrabas alguna salida positiva.
    Todos los días, sin faltar uno solo, a las 8 de la mañana, en el despacho. El final de tu jornada nunca llegamos a averiguarlo. El secreto lo guardan las cuatro paredes de esa habitación iluminada que podíamos ver en cualquier anochecer si paseábamos cerca del Gobierno Civil. Luego, tus clases en la Universidad como profesor asociado, transmitiendo a los hijos de Jaén los conocimientos de Derecho y las experiencias de tu anterior etapa en el despacho de abogados en Málaga. Con tu ejemplo de servicio a la comunidad, ¿quién podía quejarse o quedarse atrás?
    Pero luego llegaba el viernes, nuestro “San Viernes”, y lo dejabas todo, hasta lo más querido, para tomarte unas cañas con tus amigos compañeros. ¡Cuánto bien nos hacías! Porque, ya fuera de nuestras obligaciones profesionales, te dedicabas a darnos tus sabios consejos y, sobre todo, tu cariño sincero e incondicional. No, Paco, tú no eres el que estaba detrás del cristal. La muerte traicionera no puede llevarte. Tú eres el que llegaste a nuestros corazones y en ellos permanecerás para siempre.
    Por el jefe de Personal de la Subdelegación del Gobierno en Jaén, Enrique Rodríguez García.

    Alfonso Cantero Molina de Villanueva de la Reina
    “Ante todo fue un buen hombre”

    8 de marzo de 2011. Los rayos del sol le dan los buenos días en su despertar. Se asea, se prepara para un nuevo día, para emprender un viaje inesperado, un viaje del que nunca regresará. Cuando el día va llegando a su fin, cuando se va oscureciendo todo, el sol lo despide con lágrimas en forma de lluvia, lágrimas de pena que no lo abandonarán, porque se va alguien a quien queremos mucho. No se va solo, le acompaña en su viaje un corazón cargado de ilusiones y proyectos para que, cuando llegue donde tenga que llegar, lo estén recibiendo con una guitarra para dar los acordes de alguna de las innumerables canciones que cantó, tocó o compuso en compañía de sus hermanos, familia y los muchos amigos que, seguro, lo están esperando con los brazos abiertos.
    Se nos ha ido Alfonso Cantero, “guiñicos”, “semiguiña”;  pero deja en nuestro recuerdo un dulce sabor de boca a todos los que, en un momento de su vida, hemos compartido vivencias y experiencias con él. Pero, testarudo y cabezota como es él, se empeñó en dejar una herencia inmaterial, en que esos valores que tan bien le han ido en su vida tengan continuidad en su hijos e hijas, 7, como le gusta decir a él; otro montón de nietos y algo de lo que últimamente le gustaba presumir: “Soy bisa, de bisabuelo”. Todo esto no podría haber sido así sin la colaboración de su eterna compañera, su Manuela, su mujer durante casi 60 años de matrimonio. Valiente, siempre ha sido valiente, no hay nada que se le pusiera por delante, ni siquiera, apostar para que sus hijos, pero, especialmente, sus hijas estudiaran en una época en la que las familias humildes no tenían muchas posibilidades y, menos aún, que esas oportunidades las tuvieran las mujeres. Precisamente, comienza su viaje el día internacional de la mujer.
    Villanueva de la Reina no solo pierde un paisano, se pierde una parte importante de su historia, el gran filósofo del pueblo. Autodidacta donde los hubiera, voluntarioso en todo aquello que interesaba, perfectamente adaptado a los cambios sociales, culturales y tecnológicos del siglo XXI. Como decía: “No hay que quedarse donde uno está, hay seguir avanzando, aprendiendo, evolucionando” y así lo hizo desde su época cuidando ganado, pasando por las matanzas y en su tienda de muebles, Electro-muebles Cantero, y, como gran reto para su generación, aprende a descargase de internet su música favorita, la que le daba vida, sus rancheras, su flamenco, su mejor medicina, la que ningún médico habría sabido recetarle.
    El amor a todo lo que impregnara su pueblo es evidente, pero todo seguirá su curso. “A lo lejos se oye, cerca se siente, cantando las mononas, van Los de Siempre”, no se dejará de escuchar nunca porque él seguirá cantando. No ha querido marcharse hasta que no ha escuchado las coplas de Carnaval de este año, seguro que se las lleva con él para cantarlas allá donde esté. Seguro que este domingo está celebrando el Carnaval con tantos y tantos con que cantaste, por ejemplo “Las chicas de la estación” o muchas otras más.
    “Ha llegado Judas” es tu copla de Pasión, la cantarás en tu puerta, nosotros arropándote y Manuela moviendo la cabeza diciendo ¿podrá o no podrá? Siempre puede. Seguro que nos ayudas a inspirarnos para cantar y sacar nuevas letras para Santa Potenciana, porque las que cantamos ahora, todas tienen el nombre de su autor debajo, Alfonso Cantero.
    Pero si hay que destacar un valor fundamental en Alfonso Cantero es la amistad, algo de lo que presume con orgullo y que quedó demostrado en tu partida. Una amistad intergeneracional, se vanagloriaba de tener amigos de todas las edades, incluso mis hijos decían que tenían que ir al entierro de Alfonso porque era su amigo. Nunca está solo, siempre está acompañado de alguien o, como últimamente, de su perra “la guapa”; ambos se piden mutuamente ir a dar el paseo diario. Le gusta compartir, le gusta ayudar, le gusta… Por eso, la mejor manera de terminar es con su canción, no como autor sino como protagonista:
    “Tenía fama de despistado,/ siempre anda muy mal peinado,/ alegre y muy pinturero./ Era revolucionario,/ montaba bien a caballo/ y le gusta el parrandeo.// Allá por sus años mozos/ había una pandilla,/ muy fina y bien avenida,/ mientras unos entretenían/ otros por los corrales/ asustaban a las gallinas./ Y en una noche oscura/ se llevaron las gallinas/ y allí dejaron al gallo/ solito desde las una,/ en la calle San Cristóbal/ se daban la comilona,/ tocando el acordeón/ mientras pelaban la mona.// Por fin sentó la cabeza,/ se casó con la Manuela/ y al no haber televisión,/ yo no sé lo que harían/ el caso es que “tos” los años/ Doña Justina venía.//
    Y si no han adivinado/ de quién le estamos hablando,/ nosotros se lo decimos,/ se lo decimos cantando./ Ahora te vende muebles/ antes fue un gran carnicero/ él tiene muchos amigos/ se llama Alfonso Cantero”. Gracias por ser nuestro compañero, nuestro maestro, por todo lo que nos enseñaste y especialmente por esos momentos que compartimos.
    Por Pablo, un amigo que te quiere.