Hasta siempre
CARMEN LINARES ESCALONA de Jaén
"Aún no nos hacemos a la idea de que se haya ido"
Carmen era natural de Jaén, pero el amor la trajo hasta Marmolejo. Conoció a su esposo, Emilio, cuando era un guarda de una finca privada de Marmolejo. El padre de Carmen era el encargado. Allí cimentaron una historia de amor de las más bonitas que se recuerdan en Marmolejo. Tuvieron dos hijas y tres hijos, y juntos han superado los problemas que les mandaba la vida, como la muerte de dos de sus hijos varones. También llegaron alegrías, como sacar adelante a su descendencia.

"Aún no nos hacemos a la idea de que se haya ido"
Carmen era natural de Jaén, pero el amor la trajo hasta Marmolejo. Conoció a su esposo, Emilio, cuando era un guarda de una finca privada de Marmolejo. El padre de Carmen era el encargado. Allí cimentaron una historia de amor de las más bonitas que se recuerdan en Marmolejo. Tuvieron dos hijas y tres hijos, y juntos han superado los problemas que les mandaba la vida, como la muerte de dos de sus hijos varones. También llegaron alegrías, como sacar adelante a su descendencia.
Marmolejo recuerda a Carmen como la mujer del Guardia de San Julián, muy conocido en el municipio. Se caracterizó por el respeto y el amor hacia la familia. Eso se lo inculcó a sus hijos, a los que protegió toda su vida sin esperar nada a cambio. Así era ella. Tenía un corazón grande y las personas que la conocían sabían que tenían una amiga, ya que siempre estaba dispuesta a todo.
La edad y sus problemas de artrosis se la llevaron. Dejó a sus hijos y sus nietos solos, sin guía. Se negó a que la ayudasen y esto lo pagó día a día hasta que se fue. Su huella sigue en su familia porque no se creen que la madre y, a la vez abuela, se haya marchado. Aún esperan oír su voz y poder contarle sus problemas para que ella le escuche y le ayude, pero ya no está.
Sus familiares saben que, donde esté, vela por todos nosotros. Sigue siendo la guía de todos, ya que en el corazón de cada hijo y nieto está presente la abuela Carmen, sobre todo, en su nieto Emilio, que aún espera oír su voz y enseñarle todo lo que ha sucedido ante su ausencia. Sin embargo, en esta vida no es posible alcanzar esto y eso nos entristece a todos los que la queríamos.
Por Emilio Jesús Lozano.CARMEN GARRIDO VERDUGO de Jaén
“Te pido que nos protejas”
Con un caminar sin prisa, pero sin pausa, el tiempo transcurre inexorablemente y atrás van quedando recuerdos donde la nostalgia se entremezcla con la tristeza y la esperanza y, en ocasiones, con una pizca de alegría que hace retoñar pequeñas ramas de fe en poder conseguir algún día un galardón que nos haga poder disfrutar de esa paz que bendecimos diariamente. Ya han pasado trece meses desde que mi esposa Menchu se fue de entre nosotros, dejándonos a todos sin su presencia y, sobre todo, ella sin poder disfrutar de su nieto Adrián, que, por cierto, tan preocupada estaba de no poder volverlo a ver, pues parece que tenía el presentimiento de que estaba cerca lo que nadie se suponía.
También vivía en el deseo de poder ver nacer a su nieta Alicia, deseo este que no pudo cumplir, ya que falleció algo más de dos meses antes de su nacimiento. Ahora, tal vez, ella nos esté viendo desde ese acantilado de espumosas nubes blancas situadas muy cerca del cielo. Pero, de todas formas, quiero aprovechar este obituario que hago en su memoria para decirle que todos te recordamos y que tu nieta Alicia es un preciosidad, rubia con ojos azules, y Adrián se va haciendo un hombrecito poco a poco. Hasta ya sabe decir palabras en inglés. También deseo que sepas que, aun siendo tan pequeño, todavía se acuerda del arroz que hacía su yaya Menchu los sábados y que tan buen aroma dejaba en la vivienda.
Por lo que respecta a Begoña, Susana, Gema y Jorge, están todos bien, aunque, como he dicho antes, tú estarás al corriente de todo, ya que las inquietas legiones de ángeles os van informando a diario de lo que pasa por aquí, pero vosotros que estáis cerca de Dios no os queréis separar nunca de Él.
En lo que se refiere a mí, sólo puedo decirte que voy tirando —como así se dice—, remando entre un sereno mar de tristeza y alegría y, como de seguro estarás informada por algún legionario angelical, verás que, cuando se entremezclan ambos sentimientos, se produce un hecho extraño que hace que el tiempo transcurra con otro aire. Sí quiero que sepas, por si acaso se le ha escapado a ese angelote, que, en muchas ocasiones, he recibido el apoyo de los amigos, pues ellos superan en mucho a otros lazos más estrechos, lo que hace que la balanza se vuelque del lado menos lógico, pero así es la vida. Concretamente, en mi caso, lo vengo comprobando día tras día, habiendo sentido el valor de una amistad verdadera con sentir sublime y no como en otros casos que hemos creído tener y que, después, la decepción ha sido para tambalearse.
Ahora, como ya por segundo año estamos conmemorando las Navidades sin ti, sólo te pido que, desde donde tú estás, ese lugar donde pululan los dulces sonidos celestiales de las panderetas y zambombas, nosotros vivimos también en la esperanza de que sea nuestra futura vivienda en la eternidad, nos protejas siempre, que pidas por tu familia y, también, por esos amigos que están apoyando continuamente, a los cuales no sabré nunca cómo recompensar, pues cualquier regalo material sería insuficiente y, sin embargo, tú si puedes ayudarles con tus rogativas, ya que son especiales por estar al lado de Dios.
Como estamos en Navidad, tiempo de adviento y jolgorio por la venida del Niño Jesús, voy a despedirme de ti con esta frase alusiva: “Si quieres realmente a alguien y deseas su felicidad, valora también la generosidad y el amor. Serán motivos suficientes del verdadero significado de la Navidad”. ¡Hasta siempre!
Por tu esposo, Joaquín Sánchez Estrella.DOLORES CONSUEGRA LECHUGA de La Carolina
Una mujer luchadora
La vida y el compromiso de María Dolores Consuegra Lechuga siempre estuvieron volcados hacia su familia. Se fue de esta vida a los 97 años, de repente, cuando ella esperaba llegar a la meta de los cien. Dolores, como era conocida en casi toda la población de La Carolina, supo ganarse el pan desde pequeña y ayudó a sus padres en multitud de faenas. Durante su juventud, mientras vivía en un cortijo en las afueras de la capital de las Nuevas Poblaciones, cuidaba de sus cuatro hijos y preparaba la comida para su marido, que, por aquel entonces, trabajaba como minero en un paraje natural denominado La Inmediata, distante unos cinco kilómetros del casco urbano carolinense. Trabajadora incansable, aprendió a leer y escribir en una escuela nocturna de las de antes porque las ocupaciones diarias no le dejaban tiempo para tal fin durante las horas de sol. Y es que mi abuela no dejaba pasar una jornada en la que no aprendiese algo. Siempre prestaba mucha atención a los informativos de la televisión y, también, leía con asiduidad todo tipo de periódicos y revistas que caían en sus manos. Siempre me preguntaba que si había visto tal o cual programa que hablaba de salud en la tele. Precisamente, una de las anécdotas de sus últimos años de vida, ya metida en los noventa, era elaborar cualquier comida o dieta sana con la receta que leía en las revistas para permanecer lo más longeva posible. E, incluso, me daba consejos de comidas favorables para no coger kilos y guardar esa línea que casi todos nos saltamos a la torera, especialmente, en los meses de verano. Además, era muy amante de los animales. Al respecto, su frase “siempre hemos tenido animales en casa” viene como anillo al dedo”. Sintió especial devoción por los canarios y los gatos, aunque cualquier animal era bienvenido a su casa. Como es lógico, Dolores Consuegra sigue estando presente en la mente de sus más allegados y más en estas fechas navideñas, en las que se añoran a los seres queridos ausentes. Fue una persona querida por todos y una apasionada de amor con su familia. Era muy familiar y, por ello, siempre estuvo pendiente de sus hijos, nietos y biznietos, ya que enviudó en 1971 y, aunque pasó una mala racha sentimental, supo reponerse con su gran fuerza de voluntad a este momento amargo especialmente para ella. Además, me enseñó a elaborar suculentos platos gastronómicos y, a pesar de su avanzada edad, remendaba los bajos de mis pantalones o hacía arreglos de todo tipo de ropa con total profesionalidad. Esta ama de casa no tenía enemigos de ningún tipo. Todo era bondad y alegría. Se fue de esta vida sin darle tiempo a decir ni siquiera adiós. Ahora estoy seguro de que descansa en paz en el reino de los cielos porque amaba a Dios y a su Virgen Milagrosa por encima de todas las cosas. Por eso, aunque estés ausente, siempre estarás junto a nosotros. Por tu nieto, Silverio Fernández.Manuel agudo Gimena de Iznatoraf
Un ejemplo de santidad
Durante casi dos años he colaborado en la revista “Galduria”, en la sección “Ejemplos de Santidad”. Mes a mes, he hecho pasar por ella hombres y mujeres, clérigos, religiosos y seglares; jóvenes, madres de familia, esposos, etcétera porque a la santidad todos estamos llamados. Más aún, nuestra participación en el misterio de Cristo, por medio del sacramento del Bautismo, nos sitúa en ese camino y nos hace ser verdaderamente santos. De nosotros depende la respuesta. Fue don Manuel Agudo Gimena quien me invitó a ello. Y, hoy, quisiera decir sencillamente que don Manuel es también un buen ejemplo de santidad, es decir, don Manuel ha sido un hombre-sacerdote que buscó intensamente seguir a Jesucristo con toda fidelidad, sirviendo a nuestro mundo y ofreciendo su vida como humilde sacrificio a Dios por los demás, por sus feligreses y sus hermanos sacerdotes, a los que quería y servía con presteza y de modo desinteresado. Mi trato con él comenzó al entrar en el Cabildo Catedralicio. No había coincidido en el trabajo pastoral en la Diócesis y, ahora, nos uníamos en la Catedral, no por muchos años. Siempre recordaré el ejemplo de su vida.
1.- Gozo por ser sacerdote. Desde que nació, situado en las alturas de Iznatoraf, pudo otear el horizonte y, así, se acostumbró a mirar siempre hacia arriba, teniendo bien pegados los pies en el suelo. Sabía de la debilidad y de la gracia, del fallo y del heroísmo, de renuncias y sacrificios para responder a la llamada. Pero lo que más me admiró fue la alegría, el entusiasmo y la decisión con que era sacerdote. No basta el ser sacerdote, sino que es muy importante el modo, el estilo, la gallardía y la elegancia con que uno lleva ese ser sacerdote y don Manuel gozaba con ser sacerdote. Su sonrisa inmediata y discreta, sus ojos brillantes y cargados de vida, así lo mostraban. Sacerdote del año 1954, pasó por los pueblos de Jimena y de Jódar, en la jiennense Sierra Mágina. Largas estancias en ambos pueblos, el corazón echa raíces, pero él supo despegarse, tal vez, sangrando a chorreones. Se arrancó de allí para terminar en la Catedral de Jaén. Se puede pensar en un premio, pero se dejaba atrás toda una vida. Y en la Catedral entró aire nuevo, disponibilidad, estilo amable, siempre dispuesto. 2.- Un sacerdote fiel. Interesado desde el principio en ser fiel a su sacerdocio. Buscó medios de formación en cursos, retiros, ejercicios, estudios; fiel a la oración, a la celebración eucarística, a la confesión. Él trató de vivir unido a Cristo y, así, sentía aquello de “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Y con sus feligresías, predicador incansable, animador de los fieles en una piedad popular y adaptada, siempre dispuesto a escuchar y alentar en el seguimiento del Evangelio. Y un buen hijo con sus padres, a los que atendió hasta el último momento de sus vidas. Jódar, un pueblo grande, con una sola parroquia, necesitaba la ayuda de sacerdotes jóvenes. ¡Cuántos de ellos aprendieron de don Manuel a llevar y trabajar en sus parroquias, después de pasar meses o años como coadjutores en aquella de la Asunción! Y a él se debió la creación de la parroquia de Fátima, un buen logro. Era un buen sacerdote y, así, le recuerdan cuantos le tratamos. 3.- Innovador en la misión. Efectivamente, no fue don Manuel el sacerdote que sigue el camino trillado sin más. Él ciertamente estaba formado en la pastoral tradicional, pero se presentó, desde el principio, innovando, utilizando medios no usuales para los que tenía especial carisma. Por ejemplo, realizaba el apostolado a través de los medios de comunicación social. Algunas asomadas en la radio, las revistas “Cánava”, en Jimena, y “Galduria”, en Jódar, medios indispensables, hoy día, para conocer la vida de esos pueblos durante el tiempo de su publicación; edición de libros religiosos y espirituales, algunos de amplia divulgación hasta en las tierras americanas. En ambos pueblos, don Manuel hace de “empresario de cine” para el bien de la gente, para el apostolado. Y tantas necesidades y ayudando a tantas personas. 4.- Amor a Dios en Jesucristo, sacerdote eterno. Gozaba tanto con ser sacerdote porque admiraba el don tan maravilloso de participar en el sacerdocio único y eterno de Jesucristo. Así pudo hablarme del primer sacerdote que recordaba, don Manuel Checa Martínez, párroco de Iznatoraf y mártir en la persecución religiosa, en 1936. Hablaba de él con verdadero entusiasmo y valoraba aquella vida sencilla de un párroco rural, entregado a su parroquia y a sus feligreses. En otra ocasión, tuvo que hablarme de don Ramón Romera Vera, compañero de estudios y de sacerdocio, y resaltaba aquella manera de ser sacerdote, su entrega al ministerio, su vida espiritual, “su ser sacerdote a carta cabal”. Y es que don Manuel trataba también de serlo y con la gracia de Dios. Seguro que lo consiguió. 5.- Amor a la sociedad de la que formaba parte y a la Iglesia a la que pertenecía. Porque su trabajo era a favor de esta sociedad, ayudando a hombres y mujeres, jóvenes y niños, a encontrarse consigo mismo, a entrar en relación con Dios, fundamentar sus vidas en principios verdaderamente humanos, a relacionarse con espíritu fraternal. Don Manuel fue un servidor de la sociedad. Y esto lo hacía desde su pertenencia a la Iglesia, a la que amaba como madre. Él creyó siempre que al ofrecer a la sociedad los medios y auxilios que le proporcionaba la Iglesia, aquella encontraría un camino de realización humana. Por ello trabajaba incansablemente, para que llegara a todos. En fin, para don Manuel, desde aquí, este homenaje. Así, él será el último dentro de la galería de “Ejemplos de Santidad”, que se publicaba en su revista “Galduria”, y no sólo por cumplir, sino porque realmente su vida puede ser modelo y ejemplo para muchos sacerdotes y para muchos hombres y mujeres, porque, a fin de cuentas, lo que interesa es ser uno fiel a sí mismo en la llamada que haya recibido desde lo alto, desde Dios. Y bienaventurado él, porque esta fidelidad le hizo feliz. ¿Qué más se puede pedir de una vida? Demos siempre gracias a Dios.
Texto extraído de la revista “Galduria”
Por Antonio Aranda, canónigo y director espiritual de la Adoración Nocturna Diocesana.José Viñals de Argentina
Memorias de Viñals, mi amigo
El tránsito por la vida de una persona se mide por las pasiones en las que encendió su vida, la energía con la que peleó y amó, las causas que canalizaron sus ímpetus de justicia, los proyectos que emprendió, la relación con su entorno social y natural o el legado humano que trasmitió. En el caso de José Viñals, su memoria aún permanece porque fue un vitalista que emprendió muchos caminos sin más recursos que la imaginación, el deseo de encontrar y proyectar su identidad en contextos tantas veces adversos, en escenarios complejos cuando no ingratos.
Una de las muchas vidas a las que renació este hispano-argentino de vocación cosmopolita y formación autodidacta tuvo lugar en el Jaén que estrenaba y consolidaba democracia, en las décadas de 1980 y 1990. Sin renunciar a su lírico acento argentino, escudriñando la realidad entre provinciana y creativa con unos ojos que echaban fuego, riendo con carcajadas perturbantes ante una copa de Torres V, sin avergonzarse de su aspecto socrático con “estómago más prominente de lo normal”, emprendió la tarea de descubrirse a sí mismo conociendo y disfrutando de Jaén, sus gentes, sus paisajes, sus poetas o sus pinturas. Interrogaba a cuantos se le ponían a tiro, analizaba críticamente los contextos y situaciones, admiraba lo que le infundía respeto, deambulaba en las periferias del poder, pero le traicionaba su naturaleza de juglar y, como Séneca, descubrió que hay fronteras que jamás permiten a los periféricos tomar y reordenar el centro. Cuando no pudo más, renunció a su papel de intelectual orgánico e intensificó con rabia su natural vocación de poeta. Sus maneras elegantes las alternaba con la desmitificación del lenguaje galante; su romanticismo le llevaba a reconocerse como creador maldito; su sociabilidad seductora no era obstáculo para su disconformidad social; la apuesta por el buen vivir no le impedía ironizar sobre los placeres de la vida burguesa.
Como trabajador cultural en palacio fue leal a la institución que le acogía y encomendaba tareas. Innovador en el diseño; detallista y primoroso en la edición de libros; capaz de sacar el máximo partido a los artistas, ensayistas o conferenciantes o paniaguados de la Corte con los que le tocaba lidiar. Con los intelectuales mostraba talla de intelectual; con los amantes de las letras se perfilaba como un lector agudo; con los espíritus libres entraba en complicidad. Si había que honrar a Zabaleta, primero se hacía zabaletiano. Si había que editar un libro, antes reflexionaba sobre sus contenidos y silencios; si había que poetizar, tenía que, ante todo, sentirse dueño de la palabra porque antes era comunicar que estetizar. Flaco favor le hacen los amigos-discípulos que han querido y quieren convertirlo en un erudito universitario cuando nadie más lejos que él del violeta y del gris. Antítesis de la mediocridad, alejado años luz de estructuras academizantes, generoso en la aventura, de difícil clasificación formal, quiso morir poeta para diferenciarse de un entorno en donde abundaba la prosa rampante. Poeta, pero también dramaturgo, ensayista, intelectual. José Viñals fue un extraordinario conversador, un crítico sutil, un buscador de la amistad, un apologista de la felicidad, un militante del laicismo, un hombre original que desafió las leyes del destino mientras la razón y la pasión, la voluntad y la vida las tuvo de su parte.
Por Gabriel Ureña, director del instituto Auringis.