Hasta siempre

Vicente de la Chica fue un gran padre y un hombre respetuoso
Vicente de la Chica Martínez nació el 18 de septiembre de 1930 en Jaén. Hijo de Vicente y Luisa, fue el mayor de cuatro hermanos. Se casó con Purificación Delgado Villar, el 12 de agosto de 1956, en la iglesia de Santa Isabel. Fruto de este matrimonio nacieron sus tres hijos, Manuel, Ángeles y María Purificación, mi esposa.

    26 abr 2009 / 10:13 H.

    Su oficio fue albañil. En aquellos años, siendo de familia humilde, la vida no era fácil. Emigró a Alemania a trabajar para poder construir la casa para su mujer y tres hijos en el terreno que le otorgó el Ayuntamiento, en la calle Virgen del Pilar, cerca de la iglesia en la que se casaron, lugar en el que actualmente vive su viuda.
    Vicente de la Chica era un hombre de carácter serio con los mayores, pero con sus nietas era como un peluche o más bien como la cabeza de manicura de la “señorita pepis”, ya que pasaban horas peinándole el poco pelo que le quedaba, mientras él se reía y veía la televisión. Le gustaba la puntualidad, motivo por el que al llegar unos minutos tarde, se molestaba con sus hijas, aunque nunca nos decía nada a los yernos. Una de sus aficiones fue pasear por la montaña para buscar collejas, setas y caracoles de campo, con los que su esposa cocinaba un gran arroz y nos reunía a toda la familia el domingo para comérnoslo.
    Recuerdo otra de sus aficiones, que compartíamos todas las noches de invierno su yerno Antonio y yo, Cristóbal: jugábamos a las cartas durante un par de horas mientras tomábamos una cerveza, uno de sus juegos favoritos era el tute subastado, al que jugamos a veces durante toda una lluviosa tarde de invierno hasta la hora de cenar.
    Tal y como se hacía antaño, cuando yo tenía 15 años, fui a su casa para informarle de que estaba saliendo con su hija, que iba en serio con ella y que quería formalizar relaciones. Entonces, levantó la vista y me dijo “no” (no me habló nada mas). Le dije que yo iba a seguir con ella y aquí estamos, casados y con tres hijas, fui mas cabezón que él.
    Vicente de la Chica Martínez, cuando tenía 62 años, fue diagnosticado de cáncer de esófago y pasó un calvario durante los tres últimos años de su vida, en los que en multitud de ocasiones lo llevé a urgencias, ya que no quería que lo llevara nadie, sólo yo. Sin embargo, no recuerdo oírlo quejarse nunca a pesar de lo mucho que debía de dolerle. El día más doloroso para él fue el de la Primera Comunión de mi hija Almudena, su nieta, a la que no pudo asistir debido a su estado por la enfermedad que le impedía incluso comer. Cuando fuimos a verlo, ni abuelo ni nieta podían hablar, tenían un nudo en la garganta, y no paraba de mirarla, como si nunca más fuera a verla. Seis meses después de la Comunión de Almudena, y un día antes del santo de su nieta, murió Vicente.
    Como siempre, los recuerdos cada cual los vive de forma diferente, y estos son los míos que no tienen por qué coincidir con los que tengan otros miembros de la familia. A mí siempre me trató con respeto a pesar de mi corta edad desde que entré  en su casa, más que con respeto, como a un hijo querido.
    Por Cristóbal Mingorance y tu familia
    Jaén


    Ángel Castillo Delgado de Jaén
    “No sé qué decirte, amor, espérame en el cielo”
    Querido Ángel, nos has dejado solos. Estabas preparado para el último viaje. Querido esposo, padre, abuelo y gran amigo de tus amigos. Qué difícil es seguir el camino sin ti. Los recuerdos, las vivencias, los momentos compartidos en familia permanecerán siempre. Estás dentro de nuestro corazón. Tu nieto Álvaro, al que adorabas, ya sabe que estás en el cielo. Azahara es pequeñita y, ahora, el mismo día que te fuiste, hemos sabido que viene otro nieto en camino. Le hablaremos de su abu Ángel.
    Cuántos años hemos pasado trabajando juntos en el Mesón Alameda, luchando por salir adelante, con nuestros gemelos Eduardo y Ángel, con tu niña Montse. Cuántos momentos buenos con los amigos y clientes, intentado crear un ambiente donde todo el mundo estuviera como en su casa. Ahora que te has ido, me has dejado el alma helada. Tengo que aprender a caminar sin ti. Qué difícil.
    Te has ido después de ver a Nuestro Padre Jesús pasar por tu casa. Se lo pediste al médico y te dijo: “Bueno, pero tranquilo”. Estabas ya muy malito. Quiero dar gracias a tanta gente buena que en la enfermedad nos ha ayudado, a Oncología del Hospital Ciudad de Jaén, a la Unidad del Dolor del Neveral, a amigos y amigas que con sus muestras de cariño nos han ayudado, a nuestra amiga Sofía, querida... Ahora Ángel, desde el cielo, ayúdame y guíame a mí y también a  tus hijos y nietos que tanto querías. Tendremos que aprender a vivir sin ti. Qué difícil va a ser. Gracias a Dios tenemos unos hijos maravillosos. Son lo que sembraste, generosos, trabajadores, honrados… Te querían con locura. No sé que más decirte, amor. Espérame en el cielo. Rosa Ruiz García.

    Ana Sánchez Moral de  Jaén
    ¿Cómo es el cielo?
    ¿Cómo es el cielo, mamá? ¿Es verdad que Dios siempre está sonriendo? ¿Hace buen tiempo? ¿Está papá tan guapo como de novios? ¡Me gustaría hacerte tantas preguntas…! Un día te dije que te pondría por epitafio un “al final, te saliste con la tuya”, después de que, en los últimos veinte años, decías tantas veces (con la boca chica) que “estas son mis últimas Navidades”, “el año que viene ya no estaré”, y otras cosas parecidas. Claro que, de tanto decirlo, alguna vez tenía que ser verdad. La próxima Nochebuena no te veremos entre nosotros. Tus nietos se pasarán la salsa “cóctel” sin poder mirarte y decírtelo con mucha complicidad y mucha guasa. Bueno, decirlo, lo seguiremos diciendo, porque así te hacemos presente. Y echaremos de menos esas expresiones tuyas tan de madre como “niño, échate de eso, ¿es que no te gusta?, ponte un poco más, si está muy bueno”. Gracias al tiempo que hemos tenido en el hospital mientras estabas malita, hemos podido decirte muchas cosas, hemos podido manifestarte nuestro cariño y hemos podido recibir tus últimas muestras de amor. Parecía que ya todo estaba dicho y, sin embargo, aún me quedan cosas que decirte y  ganas de hablar contigo. Porque nos quedamos huérfanos: se nos queda un espacio en el alma que no se puede reemplazar con otras cosas, porque es tu sitio. Ahora tenemos que asumirlo, dando gracias a Dios por tu amor, por la vida que nos has dedicado, por la vida nueva que ahora vives junto al Padre sin sufrimientos, sin ahogos y sin medicamentos. Ahora tienes una nueva alegría, una nueva vitalidad, mayor aún que la que tenías antes (y eso que has tenido mucha, que has luchado como una jabata hasta el último momento). Nos queda tu encargo de seguir unidos y lo haremos. Te echaremos siempre de menos. Y ahora déjame despedirme con aquel verso que desde niño te he repetido tantas veces: “Mamita preciosa, mi dulce embeleso, deja que en tu cara deposite un beso”. Te queremos, mamá. Javier Porras

    Manoli Vélez Galán profesó su amor a la Virgen de los Dolores
    El día 27 del pasado mes de marzo, falleció, en Villanueva del Arzobispo, la joven Manoli Vélez Galán. Aunque era natural de Torre de Juan Abad (en la provincia de Ciudad Real), siempre estuvo ligada a la ciudad de las cuatro villas. De hecho, gracias a su buen carácter y bondad, se ganó el aprecio y el cariño de muchos en las tierras jiennenses. Manoli permaneció en su ciudad natal hasta el año 1964. Después, se trasladó a Beas de Segura, donde vivió hasta mediados de la década de los ochenta, concretamente, hasta el verano del año 1986. Finalmente, desde esa fecha hasta su muerte residió en Villanueva del Arzobispo.
    Manoli Vélez Galán falleció como consecuencia de una grave enfermedad, una dolencia que se le complicó en sus últimos días y que, por desgracia, logró acabar con su vida. Eso, a pesar de que sólo tenía 46 año. Aquí dejó a sus amores, sus tres hijos,  Rocío, Cristina y Daniel, el más joven de todos, que perdió a su madre con 13 años.
    Era una persona muy activa y, además, de carácter sociable y abierto con todo el mundo. La gente la apreciaba mucho, sobre todo, por su forma de ser. Además, le encantaba la celebración de la fiesta de San Marcos. Manoli Vélez Galán era una mujer cariñosa. Se notaba, principalmente, en su relación con su familia y sus hijos. Entre sus aficiones destacaba su gran pasión por la música y, cómo no, salir cuando podía, siempre acompañada por sus hijos. Era una persona que le gustaba su trabajo, de hecho, no le importaba qué tipo de labor desempeñaría ni tampoco la herramienta que tendría que utilizar. Siempre estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario.
    Era una  gran devota de la Virgen de los Dolores. No en vano, formó parte de su cofradía desde que se fundó y, así, hasta sus últimos días de vida. Su labor fue muy diversa. De esta manera, colaboró como camarera de la Virgen y su gran devoción hizo que encargara y sufragara una corona de plata para la Virgen de los Dolores. Sin embargo, el destino fue cruel. Tal fue su desgracia que, aunque Manoli Vélez Galán pudo realizar su deseo, no pudo entregarla por sí misma. De hecho, coincidiendo con su misa de funeral, la corona de la Virgen llegó a Villanueva del Arzobispo. Fue bendecida por el párroco Bartolomé López. Además, durante las procesiones de la pasada Semana Santa, la sagrada imagen lució el presente en su desfile. En este sentido, destaca, también, el detalle de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, ya que hizo hermanos a los tres hijos de Manoli. 
    En cuanto a la vida laboral se refiere, Manoli tuvo una actividad diversa. Trabajó como cocinera, limpiadora, en labores de agricultura, modista, en la guardería temporera y un largo etcétera. Estos ejemplos muestran el ímpetu y el empeño de una mujer que se marchó demasiado pronto.
    Pese a su enfermedad, Manoli Vélez Galán nunca cayó en la conmiseración y ni mostró decaimiento. De la misma manera, tampoco dejaba ver a sus amistades y familiares lo que realmente tenía. 
    Manoli tenía dos hermanos, Pepe, que reside en Córdoba, y Juan Vicente, que vive en Villanueva del Arzobispo. También dejó aquí a sus padres, José y Josefina, que actualmente también residen en la ciudad villanovense. Tanto al entierro como al funeral fueron muchas las personas que se unieron con total sinceridad al dolor de la familia, a la que no quisieron dejar sola en un día tan triste, por lo que quisieron estar ahí para acompañarlos.
    Por Juan José Fernández.
    Villanueva del Arzobispo



    Manuel Bello de Jaén

    “Tenías magia en los ojos y en los dedos”
    Hace veinticuatro años aterricé en Diario JAEN para hacer unas prácticas de verano. Era muy joven. Si la memoria no me falla, como ocurre a partir de ciertas edades, estaba a punto de terminar tercero de Periodismo. Aquel era mi primer trabajo. No sabía qué era un periódico, cómo se escribía una información o cómo abordar una entrevista. Como ejemplo sirva una anécdota. Ocurrió en Linares. Me pidieron una crónica de una corrida de toros de feria. No pude asistir y llamé al concejal de Fiestas de entonces para que me contara cómo había ido la cosa. Me lo explicó con bastante detalle, escribí mi información y la pasé por teléfono a la Redacción, en Jaén.
    Jamás había escrito nada relativo a los toros, ni había pisado una plaza, pero desde la arrogancia propia de los más jóvenes, pensé que, para ser mi primera vez, aquello no estaba mal. Error. Pasé por alto un detalle fundamental, que me hizo notar la compañera que tomó mi crónica por teléfono. Se me había olvidado preguntar al concejal si los toreros que participaron en la dichosa corrida habían conseguido una oreja, dos, el rabo o lo que fuera, que viene a ser como olvidar el resultado en un partido de fútbol. Patético.
    Tú formabas parte de la plantilla de Diario JAEN, que soportó mi ignorancia en aquellos años. La primera vez que salí a una entrevista fui contigo y con Luis Cátedra, otro periodista enorme del que no dejé de aprender en los tres años que pasé en aquella Redacción. A mí me mandó el director para que viera cómo se hacía, me quedara callada y aprendiera, así que no abrí la boca.
    Me limité a mirar cómo trabajabais Cátedra y tú y, además, me limité a hacerme la interesante, tomando notas como si fueran a servir para algo. Aquel fue mi bautismo periodístico y nunca lo olvidaré.  Tampoco olvidaré lo que me enseñaron otros compañeros de entonces —Ana Mercedes Cano, Antonio Avendaño, Juan Espejo, Rafa Olmo, Basi Berlanga, Julián Rojas…—, pero la primera lección práctica de periodismo me la disteis vosotros. La de Cátedra fue inmediata. Vi, en directo, cómo se hace una entrevista.
    La tuya, la recibí en la Redacción, cuando me metí contigo en el cuarto de revelado y vi cómo hacías magia sacando imágenes de papeles en blanco sumergidos en líquidos extraños. Y es que tenías magia en las manos y en los ojos. Una magia que no era más que tuya aunque, a veces, la atribuías a una Leica que tratabas con un amor que encelaba.
    Sé, porque lo sé, que a más de una le hubiera gustado ser esa Leica. La cogías de una forma, acercabas tus ojos a ella de una manera que más de una se hubiera cambiado por cámara fotográfica en aquellos años de hombreras y pelos cardados, ¿te acuerdas? Los de la Movida en Madrid. Los del Alfil y La Luna, en Jaén. Años en los que todos nos bebimos la vida a tragos, no con pajita como imponen los colesteroles y los triglicéridos de la cuarentena.
    Yo dejé el periódico en 1985. Me fui a Madrid y no volví a verte, así que en mi cabeza sigues siendo como eras entonces. Basi Berlanga y yo hemos hablado muchas veces de ti, de esos años bellos en los que todos vivimos peligrosamente porque vivimos. No sé qué hará el resto de la tropa del Diario JAEN de entonces, pero yo acabo de enterarme de lo ocurrido y esta noche me voy a tomar un cubata fresquito. A la mierda los triglicéridos. Va por ti, compañero. María del Carmen Jiménez, escritora y periodista de Diario JAEN en los años ochenta.