Hasta siempre
Juan Antonio Segarra Román de Villanueva del Arzobispo
Un hombre que dedicó su vida a los libros
El domingo día 18 de enero fue enterrado, en el cementerio municipal de Villanueva del Arzobispo, Juan Antonio Segarra Román. Este villanovense tenía 88 años y era muy conocido en la localidad, ya que estuvo prácticamente toda su vida, hasta su jubilación, de librero, con la conocida y céntrica “Librería Segarra” que desde su jubilación regentó su hijo Joaquín.

Un hombre que dedicó su vida a los libros
El domingo día 18 de enero fue enterrado, en el cementerio municipal de Villanueva del Arzobispo, Juan Antonio Segarra Román. Este villanovense tenía 88 años y era muy conocido en la localidad, ya que estuvo prácticamente toda su vida, hasta su jubilación, de librero, con la conocida y céntrica “Librería Segarra” que desde su jubilación regentó su hijo Joaquín.
Juan Antonio Segarra junto a su hermano Miguel, gestionaron una librería desde el año 1932, fecha en la que su padre accedió a comprarles un quiosco. Por aquel entonces fue instalado en la Plaza de la República, ahora conocida por Plaza Mayor. Tras su paso por el Kiosco, después trasladaron la librería a otro emplazamiento de la misma plaza, lugar en el que permaneció durante veintitrés años. Ya en la década de los años sesenta, Juan Antonio se hizo con la totalidad de la librería, previo traspaso de la parte a su hermano Miguel.
Después llegó el último y definitivo cambio de emplazamiento de Librería Segarra. Justamente se ubicó en frente y donde actualmente permanece. En los años setenta, cuando terminó la escolaridad su hijo Joaquín, se incorporó al negocio para seguir los pasos de su padre y tío. Padre e hijo estuvieron varios años juntos hasta que llegó la jubilación de Juan Antonio. Por eso, fue su hijo quien, al final, se quedó con el negocio. Juan Antonio Segarra era muy conocido. Sus principales aficiones eran la lectura y los programas de televisión, pero, sobre todo, los divulgativos. El fallecido deja a tres hijos, Joaquín, Miguel y Dolores, además de cuatro nietos. El próximo 20 de febrero se oficiará la misa de funeral en la parroquia de San Andrés Apóstol. Juan José Fernández.
Andrés Orellana, un empresario capaz de defender los intereses de sus trabajadores
El miércoles pasado, un hondo pesar recorrió a los vecinos de La Carolina. De un día para otro, la vida de Andrés Orellana se apagó. Aunque llevaba enfermo dos meses, nadie se esperaba que su fin estuviese tan cercano. La noticia del fallecimiento se extendió rápidamente entre los carolinenses. Muchos de ellos fueron al tanatorio a presentar sus condolencias a la familia del fallecido. Representantes de la política, del mundo taurino y de las instituciones, entre otros, quisieron decirle adiós.
Y es que Andrés Orellana fue un hombre muy conocido en La Carolina, tanto por su labor empresarial como por su calidad humana. Nacido del amor entre Vicente y María, nunca tuvo un hermano con el que compartir sus juegos y esperanzas. Quizá este hecho fue el motivo que explicase el gran valor que le daba a la amistad. Si inquietud emprendedora y la valentía de sus padres lograron que, en 1948, pusiesen en marcha una pequeña venta en la antigua Nacional IV. Trabajaron mucho para poderla sacar adelante y los frutos no tardaron en dejarse ver. Su negocio fue pionero en la zona, por lo que su fama se extendió como la pólvora en otros municipios cercanos.
No en vano, ya se ha cumplido el sesenta aniversario de la fundación del complejo Orellana Perdiz. Su mente no descansaba, y dedicaba horas y horas a pensar cómo podría expandir su negocio, en cómo hacerlo más grande. Los que lo conocieron bien no pestañean al decir que Andrés tenía un gran temperamento y que no le temblaba la voz a la hora de defender sus intereses y los de las cerca de setenta personas que trabajaban para él. “Nunca tuvo miedo de enfrentarse a las administraciones públicas o a distintas instituciones para luchar por lo que él creía que era justo”, asegura uno de sus trabajadores en el complejo hostelero.
Gracias al esfuerzo, el tesón y la dedicación absoluta a su trabajo, el complejo Orellana Perdiz es hoy un grupo empresarial que alberga un hotel, un restaurante y una gasolinera. La gran calidad de su gastronomía le consiguió el Premio al Mérito Hostelero, en categoría oro.
Para Andrés Orellana su negocio, junto a su otra gran afición, los toros bravos, era su gran prioridad. Todos los días, de lunes a domingo, recorría sus instalaciones y también veía a sus reses, su mayor orgullo. De hecho, los que le conocen decían que sus animales le daban la vida.
Hasta sus últimos días, Andrés no dejó de interesarse por sus empresas. No quería perderse detalle alguno de lo que allí ocurría y quedarse al margen, aunque recientemente hubiese decidido jubilarse. Los que lo conocen aseguran que vivió por y para el negocio. Sólo la muerte, que se lo llevó a sus 69 años, fue capaz de impedir que hiciera realidad todos sus planes.
En cuanto su carácter, Andrés Orellana era un hombre honesto y leal. A sus trabajadores les trataba como si fuesen amigos y no era raro encontrarlo bromeando con uno o con otro. También era habitual sorprenderlo cantando. Tenía una alegría que se contagiaba, a pesar del fuerte temperamento que demostró a la hora de defender lo que pensaba que era justo. Era un buen amigo, les dedicada a sus conocidos todo el tiempo que necesitasen. Para él, eran como su segunda familia.
Andrés Orellana se casó con Agustina Pérez, una mujer a la que dio lo mejor de sí mismo. La quería con locura y fruto de su amor nacieron sus cuatro hijos: María Pilar, Francisca, María Elena y Vicente. Ellos son los encargados de perpetuar la estela que su padre y sus abuelos crearon con demasiado sudor y esfuerzo.
Su gran pasión fue el toro bravo. Su afición a este mundo le llevó a crear la ganadería Orellana Perdiz. Incluso, llegó a apadrinar al matadero linarense Sebastián Córdoba. Así, nada más conocerse la noticia de su pérdida, las condolencias procedentes del ambiente taurino no se hicieron esperar. No fueron pocas las llamadas que recibieron los familiares de Andrés.
Las anécdotas de su vida son demasiadas, por lo que es muy complicado resumir, en sólo unas líneas, la vida y la obra de un hombre que lo dio todo por su pueblo y por su gente. Por eso, La Carolina lo llorará durante muchos años.
Juan Hidalgo Jiménez de Jaén
Rechazó la cómoda senda del conformismo
El mecanismo de la amistad es misterioso y, en ocasiones, activa un secreto resorte, un relámpago mudo que alumbra cariños inverosímiles, desnudos de edades y vírgenes de prejuicios.
¿Son los amigos un espejo de nosotros mismos?, ¿o acaso buscamos en ello las virtudes que no tenemos? Prefiero pensar que la más exacta definición de un hombre se revela conociendo sus afectos. Si una persona es la suma de sus virtudes, Juan Hidalgo era un gigante. La fiereza de su integridad, el compañerismo desinteresado y lo inabarcable de su corazón dibujaban una geografía humana excepcional. A menudo, y muchas veces en perjuicio propio, Juan transitó el pedregoso camino de los que se alzan contra la humillación y rechazó la cómoda senda del conformismo y la resignación.
Quien no supo ver detrás de la impostadas seriedad, el Juan Hidalgo de voz pétrea y perfil de ogro, sólo conoció al personaje. Quien supo mirar debajo de la máscara, pudo aquilatar la valía de la persona. Su esposa, Encarni, ángel desolado y guardián de sus latidos, acunará siempre el hondo surco de su memoria.
Juan Hidalgo era mi amigo y, muy a mi pesar, el orgullo de proclamarlo no acalla el estruendo de su ausencia. Nuestra insospechada amistad germinó en condiciones adversas y se forjó entre injusticias y atropellos comunes. Hoy, atravesado por el recuerdo, confieso que el fruto de su lucha, aunque deslumbrante a la vista, siempre me parecerá amargo. Tu amigo. Antonio Rus Gutiérrez.
Rafael Jiménez Moreno de Jaén
Bondadoso, cariñoso y muy familiar
Hace poco más de un año que se marchó, concretamente, fue el 22 de abril, cuando Rafael Jiménez Moreno falleció. Su mujer, Mariana Jiménez, comenta que es ahora cuando más se nota su ausencia. Pasan los meses y al corazón ya le ha dado tiempo a asimilar que Rafael Jiménez no volverá. Con él se queda su alegría y amor. Y es que fue un hombre bondadoso como pocos. De hecho, todo lo que hacía siempre iba destinado a los demás. “Se quitaba de cualquier cosa con tal de ayudar”, recuerda su mujer. Y es que Mariana fue su primer amor y, también, la mujer que lo acompañó durante todos los días de su vida.
Rafael Jiménez era muy conocido en la ciudad por su actividad hostelera. Sin embargo, la característica que más predominó en su vida fue su bondad. Hasta tal punto llegó su entrega a los demás, que, el martes pasado, la Asociación Amistad y Raíces le rindió un sencillo y emotivo homenaje para recordar sus cualidades humanas, que eran muchas.
Rafael Jiménez Moreno falleció a los 67 años, después de padecer una dura enfermedad. Pero su dolencia no le robó su carácter, en el que predominaba la alegría, el cariño y el gran amor hacia su mujer y sus dos hijos (Yolanda y Rafael). De hecho, le encantaba pasar sus ratos libres con ellos. Entre sus aficiones destacaba el trabajo con la madera. Le encantaba hacer tallas, pero nunca se las quedaba. Tal y como recuerda su mujer, siempre las regalaba.
Honesto y simpático, Rafael Jiménez conoció en vida la felicidad y, también, el significado del dolor. Aun así, nunca perdió una alegría que era capaz de transmitirla a todos los que lo rodeaban. Nunca se llenará su ausencia.
Alfonso Fernández Consuegra fue una persona discreta y apasionada por su familia
Acaba de cumplirse un año desde que nos dejaste, pero mi mente todavía no lo ha asimilado. Ahora más que nunca queda patente aquello de ¡qué rápido pasa el tiempo! Y es que, a pesar del valor que le echamos a la vida, con objeto de honrar tu memoria, es imposible no pensar en ti en el día a día cotidiano. La vida y el compromiso de Alfonso Fernández siempre han estado volcados hacia su familia. Era una persona muy querida por todos y él, por su parte, era un apasionado de su familia. Prácticamente de la nada, y con sólo algunos conocimientos básicos adquiridos en la escuela nocturna a la que fue tras finalizar la tarea laboral de cada jornada, logró hacerse maestro de Obras. Poco a poco y, a base de sacrificio constante, supo ganarse el cariño y la confianza de toda la gente que le confió algún trabajo de albañilería, en un principio, y después al adquirir alguno de los pisos edificados en varios bloques de viviendas en su Carolina natal. Servicial como nadie, legal y honrado en todos los aspectos de la vida, Alfonso fue una persona entrañable y muy querida en la capital de las Nuevas Poblaciones. Su entrega al trabajo durante más de cuarenta años de trayectoria profesional así lo avala. Y es que, en él todo era bondad y alegría, siempre dentro de un ambiente muy discreto y, a veces, lleno de ciertos temores personales que nunca exteriorizó y siempre guardó para él. Tuve el honor de compartir con él los mejores momentos de mi juventud. Se convirtió en obligado consejero de mis decisiones, y fue mucho más que “amor de hijo” lo que sentí por él. Sabedor de mi pasión y mi devoción por imágenes tan populares y jaeneras como El Abuelo o La Morenita, muy frecuentemente sacaba tiempo de donde fuese para llevarme al Santuario de Andújar o a la Catedral de Jaén y así contentarme, sintiéndose a la vez feliz de poder agradecer personalmente, tanto a Dios como a la Virgen, el haberle concedido a su matrimonio con Josefa, la suerte de poder contar en la vida con la ayuda de sus dos hijos. Y es que Alfonso siempre aplicó, a rajatabla, que de bien nacido es ser agradecido. No puedo decirte adiós, Alfonso, porque siempre se recordará tu sonrisa ante las vicisitudes, tu forma de afrontar los problemas sin un mal gesto, el esmero que tenías a la hora de organizar comidas familiares o jornadas de convivencia en el campo, junto a un par de matrimonios amigos, mientras los pequeños jugábamos al balón. Si hoy soy lo que soy es gracias a ti. Te fuiste de esta vida sin ni siquiera tener tiempo para decir adiós. Un maldito accidente de tráfico dejó roto el corazón de toda tu familia. Pero sigo sintiéndome muy orgulloso de ti porque, casi sin darte cuenta, dejaste sembrada en tu casa y en tus dos hijos la semilla necesaria para afrontar la vida con la seguridad, la felicidad y la amabilidad con la que tú la afrontaste siempre. Ahora, estoy seguro de que descansas en paz en el reino de los cielos porque Dios es justo. Por eso, aunque estés ausente, siempre estarás entre nosotros. Tu hijo Silverio Fernández.
Cristóbal Marchal “tobalín” de Jaén
Dio ejemplo de aceptación y de prudencia
Ahora, querido Cristóbal, va a hacer un mes que nos dejaste, y recién estrenada tu nueva estancia, llena de resplandor del resucitado que venció para siempre al ocaso, deseo mandarte estas letras. Bien sé que no te hacen demasiada falta. Pero, los que todavía estamos viajando en este “tren cargados de equipajes” llenos de incoherencias, seguimos sintiendo necesidad de comunicarnos contigo.
Desde tu privilegiada atalaya habrás observado de todo, y seguro que dejarás escapar esa sonrisa que tenías, que tanto te caracterizaba siempre que nos veíamos, aunque fuera de tarde en tarde. Y hablábamos mucho de lo humano, de nuestro antiguo Correos (ahora, ha variado mucho, fíjate que hasta me devuelven cartas por “desconocido” en Torredelcampo, esto es para mear y no echar gota, vamos), de nuestros hijos, de tu Real Madrid y yo de mi Real Jaén. Recordamos La Posada de la Parra y el capítulo de mi libro: “La Posada la Parra, Cuartel general de los soldados romano de caballería” y de la procesión del Corpus, que nunca has faltado. Me consta lo que ha sufrido, pero en tu enfermedad has gozado de un gran sentido de la prudencia, fuiste paciente dándonos un ejemplo de aceptación. Me figuro que Cary, tu mujer, y tus hijos, aún no han aprendido a conjugar los verbos con sus tiempos exactos, confundiendo el pasado de los recuerdos con el presente de tu increíble ausencia. En fin, querido Tobalín, cuántas y cuántas cosas deseo contarte, pero la prudencia aconseja que te dejemos tranquilo para que disfrutes de unas merecidas vacaciones después de tan largo viaje. Dale un fuerte abrazo a los compañeros que están allí. Luis Escalona Cobo (Luesco).