Hagámonos malas personas

David Edwards se pregunta en su libro “Free to be human” ¿por qué ser una buena persona?, ¿por qué no ser una mala persona?, una pregunta que acecha a occidente tras siglos de estar a favor del amor contra el odio, de la bondad contra la crueldad, de la generosidad contra el egoísmo.

    16 may 2014 / 22:00 H.

    Para contestarla, la mayoría recurrimos a lugares comunes muy manidos como “tener la conciencia tranquila”, “poder dormir bien” o ser capaces de “mirarnos al espejo”, pero el contraargumento más a mano que se podría proponer es que perdiendo la conciencia podremos mirarnos tranquilamente en el espejo? Y aún más: si la conciencia es el producto de un sentimiento codificado en un cerebro lavado para que el propietario se sienta culpable durante toda su vida; culpable, sobre todo, de no obedecer las leyes que dictan los grandes poderes celestiales y terrenales, ¿qué ha ocurrido en las mentes de los que dictan tales leyes, de los dictadores de leyes, decretos y normativas? ¿Por qué nos inculcan la bondad mientras ellos cultivan el odio para volcarlo sobre nosotros en forma de leyes, decretos y normativas? Respuesta: para que seamos productivos. Nos instruyen en la generosidad mientras ellos cultivan el egoísmo y la usura, y predican el amor desde el terror más sofisticado. El hecho de estar legitimados por Dios y el Estado para imponer sus leyes, los exonera de cumplirlas y les mantiene la conciencia limpia para que puedan dormir, mirarse al espejo con satisfacción y esforzarse en perfeccionar las leyes, y el código que nos impide desbloquear el componente, añadido, de la culpa, más importante que la propia ley o el miedo a las consecuencias por no cumplirla. El que dictamina la ley está eximido de cumplirla y absuelto de toda culpa. Lo que lava la conciencia del asesino es el convencimiento de que lo que hace lo hace dirigido por la ineludible voluntad de un ser superior, que torna la culpa en gozo. Si ellos —me refiero a  inversores financieros y asesores, a políticos, técnicos y funcionarios lameculos— han sido capaces de descodificar la culpa y trasgredir la moral que imponen al pueblo, y cada vez les va mejor, o sea, acumulan más riquezas y obtienen mayores privilegios sociales, ¿por qué no seguimos su ejemplo y nos volvemos ponzoñosos como todos esos productos  que comercializan compañías tan éticas como, BP, Chevron, Goldman Sachs, Nestlé o la todopoderosa Monsanto, adorada, entre otros, por el presidente Obama, Bill Gates (accionista) o la diplomacia española? Empresas que se dedican a modificar el ADN humano porque quizá piensen que el actual está obsoleto. O como este gobierno del PP que, sin patria ni moral, pone nuestras vidas a disposición de aquellas empresas y entrega nuestros despojos a fondos buitres de inversión como si fuéramos carne de muladar. El director de este periódico lo decía suavemente a propósito de la venta desalmada del 30 % de la mayor aceitera del mundo al fondo de inversión británico CVC: “Se nos queda cara de tontos”, mirando pasmados cómo gobierno y banca, sin un atisbo de remordimiento, nos empobrecen y nos culpan por ello. Pensar que de buenos somos tontos, no nos salva, sino todo lo contrario. Es evidente. Así es que, ¿por qué no nos volvemos malas personas? Seguro que nos va mejor.