Guerras de papel

La mayoría de las guerras de la literatura se sirven con el lujoso envoltorio de la nobleza de sentimientos y tan limadas de asperezas que allí la sangre es un simple color, la muerte una frase y el sufrimiento un quejido amortiguado por la distancia. Son guerras que la mente del lector va recreando mientras pasa los ojos por el libro y las va convirtiendo en sensaciones para terminar reduciéndolas a la categoría apacible de las ideas.

    03 mar 2012 / 11:13 H.

    En los casos más extremos, se lucha por motivos tan románticos como liberar a Helena de los brazos de Paris o por reparar a Brunilda del agravio causado por Sigfrido. Incluso, un mercenario de la guerra que mata por sistema para ganarse el pan, como es el caso de Rodrigo Díaz de Vivar, toma en el Poema de Mío Cid los aires bondadosos y la dimensión sin fondo de los héroes.

    Todo lo anterior hace que la mayoría de la literatura bélica venga a ser una exaltación del militarismo y la destrucción. Aunque es verdad que, siguiendo el modelo de Guerra y Paz, una serie de libros contemporáneos muestran en primer plano la cara brutal y libre de máscaras de la guerra, como es el caso de “Viaje al fin de la noche” de Céline o “Vida y destino” de Vasili Grossman, por citar dos casos de excelente narrativa donde las páginas rezuman el rechazo a unos hombres que se animalizan con el único fin de destrozar mejor a sus semejantes.

    Si existen guerras justas es solo en su motivaciones, porque cualquier contienda en su desarrollo está hecha de una crueldad tan arbitraria que supone situarnos en el reverso de la justicia. En esta idea insiste el libro que acabo de leer y que ha motivado que hoy el artículo se me haya ido por estas amenidades de los cañonazos y las batallas de papel. Se  trata de “El maestro Juan Martínez que estaba allí”, un estupendo reportaje de Chaves Nogales que cuenta la historia real de un bailarín de flamenco que, cuando está actuando en una sala de Moscú, lo sorprende la revolución soviética: “El cabaret tenía una puerta de comunicación con el hotel Savoy, y por ella escapamos los artistas, dejándonos allí nuestras músicas y nuestros trajes. Yo me encontré en medio de la calle vestido de corto, con chaquetilla de terciopelo y alamares. Un traje a propósito para una revolución”. A partir de esta situación absurda, Juan Martínez vivirá los muchos absurdos de la guerra con la única idea de sobrevivir.

    El contraste que existe entre un bailarín de Burgos y la crueldad excluyente de zaristas y bolcheviques es lo que hace que la experiencia de Juan Martínez sea un detallado documento sobre el horror o el hambre, sobre la ternura o el ingenio de los pícaros, y que el reportaje de Chaves Nogales refleje tal grado de estupor y de vileza que, lejos de contarnos una guerra de papel, nos ofrezca un antídoto contra el papel que debe tener cualquier guerra. 

    Salvador Compán es escritor