Ginés Liébana, poética del silencio y del sueño
La consejera de Cultura, Rosa Aguilar, inauguró en el Centro Andaluz de las Letras de Málaga, Negociado de una carestía, una exposición comisariada por Antonio Lara Quero. La protagoniza el artista Ginés Liébana, junto a Pablo García Baena, los únicos miembros vivos del grupo poético Cántico, iniciado en Córdoba en los años 40. Es un conjunto de obras (19 óleos y 16 acuarelas), cuya contemplación nos acerca al universo de este singularísimo artista jaenés. Se trata, pues, de una colección abierta, bien dispuesta para poder contemplar el territorio pictórico de Ginés Liébana (Torredonjimeno, 1921), en cuya poética, inundada de silencio y de sueño, palpita el aliento de su formación sostenida al socaire de su devenir existencial, visionario y un tanto vitalista que, en alguna medida, se deja ver en la obra de este mágico pintor de unidades plásticas pequeñas y de mediano formato, por las que corren sosegadas vetas de un surrealismo muy particular, procedentes de la Andalucía barroca.
Tras su nacimiento en tierras jaenesas, marchó a Córdoba, a donde vivió hasta su adolescencia respirando el clima literario que alumbra “Cántico” junto a los poetas Ricardo Molina, Juan Berniér, Pablo García Baena, Julio Aumente y Mario López. Baluarte literario de la España de posguerra y contrapunto de gran parte de las manifestaciones artísticas del mismo periodo.
Por cuanto hace el artista que aquí nos ocupa, no conviene olvidar su marginación en una España que, todavía, sigue impertérrita, defendiendo una vanguardia caduca y cómplice de cuanto acaece, incluida la corrupción tras la cual, como el lector puede comprobar en textos y noticias recientes, está el llamado arte contemporáneo que hace de cualquier mancha un cheque al portador, hecho que, de algún modo, guarda relación con las siguiente estimaciones del crítico Luis Figueroa en torno al empeño de este pintor en poner en cuestión “ese otro falso mito, según el cual solo la mancha en chafarrinón o el color plano son válidos para hacer pintura actual”. Para Ginés como para Arundhati. La historia ha concluido. Se acabó, y no volverá. Lo único que podemos hacer es cambiar su curso fomentando aquello que amamos en lugar de destruir aquello que no nos gusta. A pesar de todo, hay belleza en un mundo brutal y herido como el nuestro. Una belleza oculta, inmensa, que solo nos pertenece a nosotros, una belleza que hemos recibido con buen talante de otros, reinventada a nuestra medida”.
El universo del pintor, escritor y poeta Ginés Liébana, es otro y, entre otras malignidades, está acostumbrado a beber el vino de su propia soledad. Una soledad que tiene que ver con el silencio prolongado a modo de estrategias neocapitalistas y cuantos títeres las sirven. Cierto que en fechas no lejanas viró la brújula de su rumbo pictórico mediante algunos reconocimientos. En 2010, el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía le concedió la Medalla de Andalucía y, cinco años después, en 2010, es nombrado Hijo Adoptivo de Córdoba, otorgándole la Medalla de Oro de aquella ciudad. Con todo, Ginés Liébana sigue fiel a su semiclandestinidad y maestro en la elaboración de una obra acrisolada en diferentes lugares. Tras su primera arribada a Madrid, ejerció como dibujante en las páginas de “El Español”. Vivió en Río de Janeiro, París, Suiza, Italia y Lisboa... hasta los años sesenta que, definitivamente, se instala nuevamente en Madrid, dedicándose por completo a su obra, cuyas últimas piezas, junto a nuestro común amigo Antonio Lara, contemplé en el piso estudio-vivienda del artista. Un espacio enormemente amplio, situado muy cerca del estadio Santiago Bernabéu, inundado de recuerdos entre los que prevalecen retratos ya clásicos como el de Lucia Bosé y una cabeza del pintor Antonio López quien, a la sazón y casi a modo de refugio clandestino, visitaba a Ginés.
Ligado a una tradición europea también, el quehacer de Ginés Liébana no es ajeno a universos como el de Gerónimo Bosco y, claro es, también a otras percepciones tan lejanas como brasileñas. Sin embargo, de todo ello domina algo que el pintor no oculta: “Yo recomiendo a muchos artistas que aprendan en Brasil y Andalucía. Toda la literatura y el arte de América del Sur y América Central vienen de lo que se ha creado en España. Hay tradición. Porque donde no hay tradición, no hay nada”. Efectivamente, el código perceptivo de Ginés Liébana guarda relación en el de Eugenio d´Ors (lo que no es tradición es plagio). Un código pluralidad, donde se superpone lo lírico y lo onírico hasta configurar ese territorio legítimo que por derecho de sangre le corresponde a este estupendo pintor; cuyos dibujos han sido utilizados para ilustrar las páginas de la revista “Paraíso” editada por la Diputación de Jaén; único organismo oficial que, en alguna medida, ha tenido en cuenta al artista que nos ocupa. Sin embargo, ¿dónde una pieza que pueda testimoniar su verdadera condición de pintor? Desde luego no en los fondos de nuestra Universidad, cuyo posible mecenazgo bien merecería una revisión.
Escribimos, claro que sí, de un artista resistente en una España que, para adquirir vitola de modernidad, andaba empeñada en que “cada rincón de la Península tuviese su Francis Bacon particular. Obviamente, Jaén tuvo el suyo y, no hace demasiado tiempo, desde Facebook, se destacaba el olvido de otra de estas eminencias de la plástica, cuyo nombre no voy a dar; sin embargo, quienes deseen percatarse de su nombre pueden verlo en la página 2.859, tomo VII, de Pueblos y Ciudades, editada por Diario JAÉN en 1997.
De cualquier modo, considérense estas puntualizaciones mías como una muy sucinta síntesis del quehacer de este pintor jaenés, instalado desde la memoria y en la memoria del siglo XX, especialmente dentro de la sociedad madrileña. Apartado de las exposiciones públicas, la obra de Ginés Liébana inició una segunda andadura con la exposición celebrada en la Fundación María Zambrano, de Vélez Málaga entre los días 17 y 30 de abril de 1998. La que está celebrando estos días en Málaga, no es otra cosa que afirmación de su memoria y evocación de todo un universo tendido entre el pasado y la sensibilidad actual.
Tras su nacimiento en tierras jaenesas, marchó a Córdoba, a donde vivió hasta su adolescencia respirando el clima literario que alumbra “Cántico” junto a los poetas Ricardo Molina, Juan Berniér, Pablo García Baena, Julio Aumente y Mario López. Baluarte literario de la España de posguerra y contrapunto de gran parte de las manifestaciones artísticas del mismo periodo.
Por cuanto hace el artista que aquí nos ocupa, no conviene olvidar su marginación en una España que, todavía, sigue impertérrita, defendiendo una vanguardia caduca y cómplice de cuanto acaece, incluida la corrupción tras la cual, como el lector puede comprobar en textos y noticias recientes, está el llamado arte contemporáneo que hace de cualquier mancha un cheque al portador, hecho que, de algún modo, guarda relación con las siguiente estimaciones del crítico Luis Figueroa en torno al empeño de este pintor en poner en cuestión “ese otro falso mito, según el cual solo la mancha en chafarrinón o el color plano son válidos para hacer pintura actual”. Para Ginés como para Arundhati. La historia ha concluido. Se acabó, y no volverá. Lo único que podemos hacer es cambiar su curso fomentando aquello que amamos en lugar de destruir aquello que no nos gusta. A pesar de todo, hay belleza en un mundo brutal y herido como el nuestro. Una belleza oculta, inmensa, que solo nos pertenece a nosotros, una belleza que hemos recibido con buen talante de otros, reinventada a nuestra medida”.
El universo del pintor, escritor y poeta Ginés Liébana, es otro y, entre otras malignidades, está acostumbrado a beber el vino de su propia soledad. Una soledad que tiene que ver con el silencio prolongado a modo de estrategias neocapitalistas y cuantos títeres las sirven. Cierto que en fechas no lejanas viró la brújula de su rumbo pictórico mediante algunos reconocimientos. En 2010, el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía le concedió la Medalla de Andalucía y, cinco años después, en 2010, es nombrado Hijo Adoptivo de Córdoba, otorgándole la Medalla de Oro de aquella ciudad. Con todo, Ginés Liébana sigue fiel a su semiclandestinidad y maestro en la elaboración de una obra acrisolada en diferentes lugares. Tras su primera arribada a Madrid, ejerció como dibujante en las páginas de “El Español”. Vivió en Río de Janeiro, París, Suiza, Italia y Lisboa... hasta los años sesenta que, definitivamente, se instala nuevamente en Madrid, dedicándose por completo a su obra, cuyas últimas piezas, junto a nuestro común amigo Antonio Lara, contemplé en el piso estudio-vivienda del artista. Un espacio enormemente amplio, situado muy cerca del estadio Santiago Bernabéu, inundado de recuerdos entre los que prevalecen retratos ya clásicos como el de Lucia Bosé y una cabeza del pintor Antonio López quien, a la sazón y casi a modo de refugio clandestino, visitaba a Ginés.
Ligado a una tradición europea también, el quehacer de Ginés Liébana no es ajeno a universos como el de Gerónimo Bosco y, claro es, también a otras percepciones tan lejanas como brasileñas. Sin embargo, de todo ello domina algo que el pintor no oculta: “Yo recomiendo a muchos artistas que aprendan en Brasil y Andalucía. Toda la literatura y el arte de América del Sur y América Central vienen de lo que se ha creado en España. Hay tradición. Porque donde no hay tradición, no hay nada”. Efectivamente, el código perceptivo de Ginés Liébana guarda relación en el de Eugenio d´Ors (lo que no es tradición es plagio). Un código pluralidad, donde se superpone lo lírico y lo onírico hasta configurar ese territorio legítimo que por derecho de sangre le corresponde a este estupendo pintor; cuyos dibujos han sido utilizados para ilustrar las páginas de la revista “Paraíso” editada por la Diputación de Jaén; único organismo oficial que, en alguna medida, ha tenido en cuenta al artista que nos ocupa. Sin embargo, ¿dónde una pieza que pueda testimoniar su verdadera condición de pintor? Desde luego no en los fondos de nuestra Universidad, cuyo posible mecenazgo bien merecería una revisión.
Escribimos, claro que sí, de un artista resistente en una España que, para adquirir vitola de modernidad, andaba empeñada en que “cada rincón de la Península tuviese su Francis Bacon particular. Obviamente, Jaén tuvo el suyo y, no hace demasiado tiempo, desde Facebook, se destacaba el olvido de otra de estas eminencias de la plástica, cuyo nombre no voy a dar; sin embargo, quienes deseen percatarse de su nombre pueden verlo en la página 2.859, tomo VII, de Pueblos y Ciudades, editada por Diario JAÉN en 1997.
De cualquier modo, considérense estas puntualizaciones mías como una muy sucinta síntesis del quehacer de este pintor jaenés, instalado desde la memoria y en la memoria del siglo XX, especialmente dentro de la sociedad madrileña. Apartado de las exposiciones públicas, la obra de Ginés Liébana inició una segunda andadura con la exposición celebrada en la Fundación María Zambrano, de Vélez Málaga entre los días 17 y 30 de abril de 1998. La que está celebrando estos días en Málaga, no es otra cosa que afirmación de su memoria y evocación de todo un universo tendido entre el pasado y la sensibilidad actual.