Funcionarios cogen a 21 presos con 'pinchos' hechos para matar
Rafael Abolafia/Jaén
Con horas y horas de paciente y laborioso trabajo, un simple cepillo de dientes, un bolígrafo o los cordones de unos zapatos pueden convertirse en un arma letal. Son algunas de las mil formas que tienen los reclusos para fabricar un 'pincho' carcelario, un instrumento de defensa y ataque en la prisión.
Con horas y horas de paciente y laborioso trabajo, un simple cepillo de dientes, un bolígrafo o los cordones de unos zapatos pueden convertirse en un arma letal. Son algunas de las mil formas que tienen los reclusos para fabricar un 'pincho' carcelario, un instrumento de defensa y ataque en la prisión.
Solo en lo que va de año, los funcionarios del Centro Penitenciario de Jaén han cogido a 21 reclusos que llevaban estas armas fabricadas para matar. El dato lo aporta el director en funciones de la prisión, Juan Mesa. Afirma que no se trata de una cifra excesivamente alta, sobre todo si se compara con los decomisos realizados en otras cárceles españolas. Sin embargo, cualquier arma de fabricación artesanal supone un peligro tanto para los funcionarios como para los propios internos.
Los trabajadores de la prisión saben que los reclusos pueden fabricar un “pincho” con cualquier cosa y con todo tipo de materiales. Así, se han encontrado armas blancas realizadas con huesos de animales, con cepillos de dientes, con bolígrafos e, incluso, con las varillas de los carros térmicos de la comida, los anclajes de los radiadores o los vierteaguas de las ventas. Y eso que en la cárcel las camas no tienen somieres metálicos, ni son de metal los efectos que pueden utilizarse entre rejas. Su efectividad consiste en trabajarlos bien y dotarlos de un mango de trapo y celo, que permita profundizar al clavar la parte punzante.
Para detectarlos, el principal elemento con el que cuentan los funcionarios son los detectores de metales y los “cacheos” de las celdas, registros que se hacen de forma periódica y aleatoria y que tienen como objetivo buscar este tipo de armas, además de drogas, medicamentos o jeringuillas. Y aunque muchos permanecen bien escondidos en los colchones, los sanitarios e, incluso en el propio cuerpo, las aprehensiones son muchas. En concreto, en lo que va de año, ya se han decomisado 24 “pinchos”. El castigo pasa por la apertura de un expediente disciplinario que termina con una sanción. Si la falta es considerada grave, el recluso puede ser privado del paseo y de otras actividades de ocio de tres a veinte días. Si se pone en peligro la seguridad del centro, se considera una infracción más grave, castigada con el aislamiento en celda durante cinco días como máximo. Además, también se da cuenta de los hechos al juez de Vigilancia Penitenciaria, que lo valorará a la hora de conceder un permiso. Los funcionarios se juegan el tipo con estos instrumentos peligrosos. De hecho, los trabajadores de vigilancia se han visto envueltos, en más de una ocasión, en peleas entre internos en las que han salido a relucir los “pinchos”. Juan Mesa asegura que este verano está siendo muy tranquilo: “No ha habido incidentes de consideración, a pesar de que las altas temperaturas suelen alterar a la gente”, concluye.
La población reclusa se estabiliza en torno a los 685 presos
“Afortunadamente, ha bajado notablemente el número de reclusos”, afirma el director en funciones, Juan Mesa. El Centro Penitenciario alberga actualmente en sus celdas a 685 reclusos. La población reclusa se ha estabilizado en torno a esa cifra, lejos de los 800 que superó a principios de 2010, su récord absoluto.