Frústame por favor
En la enseñanza estamos acostumbrados a que cada nuevo Gobierno empiece su legislatura con una flamante y mejorada ley orgánica de educación que servirá de 'salva patrias' infalible para nuestro futuro próximo. Obviando el tremendo perjuicio que la falta de unidad hace a la sociedad en su conjunto y a la comunidad educativa en particular, hoy me gustaría destacar las sólidas bases pedagógicas en las que se sostienen tanto las actuales leyes como los modernos discursos que orbitan entorno a la noble labor docente.
Intento estar atento a los nuevos mensajes de firmas autorizadas en el ámbito formativo, no es raro encontrar multitud de programas de televisión, artículos en periódicos o sesudos debates radiofónicos. Muchos de estos gurús de la pedagogía utilizan un tono mesiánico y dan a entender que han encontrado el bálsamo de fierabrás que curará todos los males de nuestro moribundo sistema educativo. Estos renombrados psicólogos, pedagogos y estudiosos varios realizan sus tesis desde su cátedra universitaria o estupenda consulta privada y lo más cerca que han estado de una clase de adolescentes es cuando recogen a su sobrino en el IES de la esquina. La opinión de los miles de profesionales que se pasan el día en primera línea de batalla, normalmente, es ignorada o en el mejor de los casos escuchada por el método sueco. Practicando algo de ensoñación podría imaginarme que fuera yo al que desde el Ministerio preguntan —¿Qué sería lo más importante que un estudiante debería aprender? No creo que dudara, —a frustrarse por supuesto. La frustración se define como el fracaso en una esperanza o deseo. Yo añadiría que la vida es un continuo generador de frustración, pero lejos de ser un inconveniente es el motor que nos hace superarnos, nos despierta la imaginación y nos obliga a hacer las cosas un poquito mejor cada día. También nos exige aceptar la realidad aunque no nos guste y la elaboración de los duelos que tan necesarios serán a lo largo de nuestras relaciones afectivas y sentimentales. Hoy en día los niños son más deseados que nunca por su escasez y retraso en la paternidad, nacen siendo los príncipes de la casa y los papis están dispuestos a ahorrarles cualquier contradicción, y a veces, llegan al colegio sin conocer la palabra “no” sin saber elaborar los mecanismos para aceptar y superar la frustración, frustraciones del no quiero hacer los ejercicios, no quiero estudiar, no quiero ir a clase, no quiero hacer caso al profesor, no acepto el no de esa chica, no acepto que mis padres me digan nada, no acepto las órdenes del jefe, etcétera. Una persona que no supera y aprende de sus frustraciones es una persona que no está mentalmente sana, ni socialmente integrada convirtiéndose en un terreno permeable para multitud de caminos alternativos, ninguno bueno.
Javier Morallón es profesor de Biología