Frases que necesitan una reflexión

Manuel montilla molina desde PORCUNA (A TÍTULO PÓSTUMO). Con apreciable y tranquilizadora unanimidad sobre el significado de la palabra, los diccionarios definen como ridículo todo cuanto se muestre digno de risa y chanza, todo lo que merezca escarnio, todo lo que sea irrisorio, todo lo que se preste a lo cómico.

    21 mar 2013 / 17:05 H.

    Para los diccionarios, la circunstancia parece no existir, aunque, obligatoriamente requeridos a explicar en qué consiste, la llamen estado o particularidad que acompaña a un hecho, lo que entre paréntesis, claramente nos aconseja no separar los hechos de sus circunstancias y no juzgar unos sin ponderar otras. Hijo eres, padre serás, como tú hagas, así te harán. Es bien cierto que, de una manera u otra, por una especie de infalible tropismo, la naturaleza profunda de hijo impele a los hijos a buscar padres de sustitución siempre que, por buenos o malos motivos, por justas e injustas razones, no puedan, no quieran o no sepan reconocerse en los propios. Verdaderamente, a pesar de todos sus defectos, la vida ama el equilibrio, si mandara solo ella haría que el color oro estuviera permanentemente sobre el color azul, que todo lo cóncavo tuviera su convexo, que no sucediese ninguna despedida sin llegada, que la palabra, el gesto y la mirada se comportaran como gemelos inseparables que en todas las circunstancias dijeran lo mismo. El fuego hace mucho, eso no hay quien lo niegue, pero no puede haberlo todo, tiene serias limitaciones, incluso hasta algún grave defecto, como, por ejemplo, la insaciable bulimia que padece y que lo conduce a devorar y reducir a cenizas todo cuanto encuentra por delante. Es muy posible que la insensatez y la inconsecuencia sean para los jóvenes un deber, para los viejos son un derecho absolutamente respetable.
    Podremos y deberemos faltar el respeto a la lógica ordenadora y a la disciplina del relato, pero jamás de los jamases a eso que constituye el carácter exclusivo y esencial de una persona, es decir, a su personalidad, a su modo de ser, a su propia e inconfundible presencia. Se admiten en el personaje todas las contradicciones, pero ninguna incoherencia, y en este punto insistimos particularmente porque, al contrario de lo que suelen preceptuar los diccionarios, incoherencia y contradicción no son sinónimos. Es en el interior de su propia coherencia donde una persona o un personaje se van contradiciendo, mientras que la incoherencia, por ser, más que la contradicción, una constante del comportamiento, repele de sí a la contradicción, la elimina, no se entiende viviendo con ella. Dese este punto de vista, aunque arriesgándonos a caer en las telas paralizadoras de la paradoja, no debería ser excluida la hipótesis de que la contradicción sea, al final, y precisamente, uno de los más coherentes contarios de la incoherencia. Dicen los entendidos que viajar es importantísimo para formación del espíritu, sin embargo no es preciso ser una luminaria de intelecto para comprender que los espíritus, por muy viajeros que sean, necesitan volver de vez en cuando a casa porque solo en ella consiguen alcanzar y mantener una idea pasablemente satisfactoria acerca de sí mismos. La tercera gran guerra comenzará cuando la ciudad esté en llamas, porque todo estaba dicho aunque nadie quiso oírlo, nadie quiso escuchar los tambores roncos de la guerra y la venganza, ni las amenazas de los cainitas, ni las blasfemias de los gatos bastardos de la muerte erizados en los tejados convertidos en ataúd y precipicio, convertidos en metáfora y muerte a la hora en que el día era urgente e inoportuno como un desahucio, día fracasado y gris que busca entre sus propias ruinas las cenizas del mismísimo Euskadi.
    Los cambios irrepetibles, los profundos, los que no tienen marcha atrás, suelen ser producto del sosiego histórico, de lentas pero incesantes reformas que devienen de la serena meditación, la pétrea constancia de la mayoría de la sociedad. Cuando la historia no se siente arrebatada es cuando, si se avanza con firmeza, democráticamente, se alcanza la asunción general de valores hasta ese momento nunca establecidos, que se asientan y que no se pueden destruir sin derrotar a un tiempo la memoria colectiva ya sentada, tarea casi imposible. Meditaciones sobre el hoy que escapa un poco cada día del presente para convertirse en pasado. O recogen pensamientos y reflexiones sobre el mañana que cabe adivinar en el perfil de hoy, siempre fugitivo y a la vez promisorio y amenazante. Como amante de la soledad, alguno descubre mi cautiverio permanente en el ayer proyectado en el presente y a veces en incógnito futuro. Importa que los españoles comprendan que el ayer es siempre al cabo un mero recuerdo histórico. Cualesquiera que sean las añoranzas que suscite el pasado no dejará de ser eso: un irrepetible suceder. Nunca, nunca, nunca en la historia ha vuelto el ayer a tener realidad. No han acertado en sus juicios los torpes observadores que han creído verle reverdecer. No lo saben los hombres, pero casi siempre pierden su primera batalla con una de las fuerzas invencibles del mundo: la lógica femenina. Porque aunque los juicios de la mujer no sean un ejemplo puro de razonamiento femenino sus argumentos suelen tener elementos de razón comprensibles incluso para un hombre. Por eso los hombres acaban aprendiendo con asombro y perplejidad que las mujeres suman peras y manzanas como la cosa más natural. Porque las mujeres han nacido con el instintivo conocimiento de que la vida no es lógica; de que la historia de los días del hombre es una larga y amarga crónica de cosas ilógicas y de que el mundo y el tiempo han rechazado siempre con violenta hostilidad la loca consistencia de la inteligencia humana. Por eso, con admiración y temor, tendría que ver cómo la mujer sumaba dos y dos con el resultado de seis o tres, según su capricho, rechazando con afable bondad su terca insistencia de que el total es siempre cuatro; sabiendo en el fondo de su corazón que nada es nunca nada aunque alguna vez sea algo.