Fotografía a posteriori
Siempre he pensado que las fotografías son mágicas, que tienen la capacidad de ir cambiando en los ojos de los que las miran, de revolverse sobre sí mismas y de hacer voluble su mensaje. El tiempo es el Sol que palidece la vida, el tiempo es el viento que arrastra los deseos, el tiempo es la mirada que depositamos en las cosas, la capa fina de desaliento del que quiso y no pudo. Las mañanas de junio tienen una luz adolescente que va ocupando los espacios oscuros del invierno, mientras un brío de pájaros llena las copas de los árboles y se achica la sombra en las aceras.
En las mañanas de junio hay conversaciones de ventanas abiertas y de despachos en los que los papeles hacen cabriolas burocráticas, de escolares que preparan desbandadas y de políticos que ensayan sus investiduras. Las mañanas de junio están hechas para pasear bajo el sol renovado. Hoy he salido a pasear y he visto que el Sol convierte los restos de la contienda electoral en papel descolorido. Ya han pasado varios días desde el 24 de Mayo y todavía quedan pancartas, fotos y folletos en las calles.
Es un buen momento para comprobar qué queda de esa batalla, notar cómo han cambiado los gestos de los candidatos en las fotografías, advertir que el resultado de las elecciones ha modificado misteriosamente las caras, que el tiempo, ratón que roe, ha hecho mella en sus sonrisas. Ahora hay un mohín de estupor en la cara de la candidata que tan segura estaba de ganarlo todo y que al final no ganó nada, un arrumaco de dolor en el candidato que temió el desprecio y lo obtuvo, un gesto de desconcierto en el candidato que triunfó y al que el poder inmediato le asusta, un tic de amargura en el candidato que se sabía ninguneado y que ahora se sabe definitivamente olvidado.
Es verdad: A posteriori las fotografías son un objeto fantástico lleno de confesiones al oído, de verdades impolutas, de reconocimientos de culpa y de temores de futuro. Por eso llegará un día, cuando ya no estemos, en el que alguien mire nuestra fotografía y descubra, a posteriori, el mayor secreto de nuestra vida.
En las mañanas de junio hay conversaciones de ventanas abiertas y de despachos en los que los papeles hacen cabriolas burocráticas, de escolares que preparan desbandadas y de políticos que ensayan sus investiduras. Las mañanas de junio están hechas para pasear bajo el sol renovado. Hoy he salido a pasear y he visto que el Sol convierte los restos de la contienda electoral en papel descolorido. Ya han pasado varios días desde el 24 de Mayo y todavía quedan pancartas, fotos y folletos en las calles.
Es un buen momento para comprobar qué queda de esa batalla, notar cómo han cambiado los gestos de los candidatos en las fotografías, advertir que el resultado de las elecciones ha modificado misteriosamente las caras, que el tiempo, ratón que roe, ha hecho mella en sus sonrisas. Ahora hay un mohín de estupor en la cara de la candidata que tan segura estaba de ganarlo todo y que al final no ganó nada, un arrumaco de dolor en el candidato que temió el desprecio y lo obtuvo, un gesto de desconcierto en el candidato que triunfó y al que el poder inmediato le asusta, un tic de amargura en el candidato que se sabía ninguneado y que ahora se sabe definitivamente olvidado.
Es verdad: A posteriori las fotografías son un objeto fantástico lleno de confesiones al oído, de verdades impolutas, de reconocimientos de culpa y de temores de futuro. Por eso llegará un día, cuando ya no estemos, en el que alguien mire nuestra fotografía y descubra, a posteriori, el mayor secreto de nuestra vida.