Fiestas en días de ruina
María Cantos suspira. Es lo que ocurre cuando se evoca el pasado, y se intensifica cuando, paradójicamente, ese pretérito perfecto solo está separado del presente por un lustro. En 2009, la crisis llevaba ya dos años llamando a las puertas. Los comercios bajaban las persianas casi al mismo ritmo con el que se presentaban expedientes de regulación en la Delegación de Empleo de la Junta y esta los aprobaba. Las protestas de trabajadores se apoderaban del Paseo de la Estación. El país estaba cambiando. Empezaba a despertar del sueño. Pero las fiestas de barrio parecían ajenas a la hecatombe.

Las verbenas trufaban la capital de mayo a septiembre, y el Ayuntamiento era su garante. Avalaba los festejos con una subvención de 3.000 euros para cada asociación de vecinos y, aparte, la federación Objetivos Comunes (OCO) recibía otra ayuda económica, que, como buena madre, repartía entre sus hijos. “Si la Administración hubiera tenido que gestionar ese dinero, habría resultado poco —señala la hoy presidenta de “OCO”—, pero los colectivos sabían cómo estirarlo”.
Las fiestas duraban tres días, de viernes a domingo, y eran jornadas intensas, “llenas de actividades”. Además del mobiliario necesario y de la barra, que no puede faltar en cualquier verbena que se precie, se dedicaban ofrendas florales al santo, se programaban torneos, se alquilaban hinchables para que los menores disfrutaran tanto como los mayores, o más, y la música en directo estaba garantizada con la contratación de orquestas. “Eran fiestas, fiestas”, subraya Cantos, satisfecha del pasado y estupefacta todavía con la rapidez con la que ha cambiado todo. En su “ruina” declarada, el Ayuntamiento ha arrastrado a las asociaciones de vecinos. Les adeuda el pago de los gastos corrientes desde el año 2010. Es lo mínimo para el mantenimiento de la actividad cotidiana, y la subvención que concedía para las fiestas hace tiempo que quedó atrás. Desapareció en el último año de mandato de la socialista Carmen Peñalver. Y, con la soga al cuello o quebradas directamente, hay asociaciones que han tenido que renunciar a sus festejos de barrio. Es el caso de las que están al amparo de Más voluntades. “No hay dinero y le dan prioridad a cuestiones más graves”, señala el presidente de la federación, Antonio Lozano. Solo la que él dirige, Arco del Consuelo, sigue aferrada a la tradición de las Chilindrinas para poner la nota de humor a la feria chica en honor de la Virgen de la Capilla.
La situación es cruda, pero que nadie crea que Jaén se quedará sin sus fiestas de barrio. Las juntas directivas de 13 asociaciones de la federación Objetivos Comunes (OCO) y 11, de la reciente Ciudadanos por Jaén han decidido echarse la manta a la cabeza y, aunque sea sin la pompa de años atrás, combatir la depresión y la desgana que se han apoderado de las humildes gentes de esta capital con las tradicionales verbenas.
“Las fiestas se van a hacer con mucho esfuerzo y sacrificio —subraya el presidente de “Ciudadanos por Jaén”, Isidro Monterroso—. Pero hay mucha ilusión y las asociaciones están buscando la forma de que tengan el menor coste posible”. Sirviéndose de su “autonomía”, señala el dirigente vecinal: “Se están valiendo de patrocinadores para que no les cueste nada, o lo mínimo”. Recurren a tiendas de alimentación, de ropa, a comercios... Y asegura la presidenta de “OCO”: “Hay colectivos que sufragan las fiestas con los libros que editan y los anuncios que aparecen en ellos”. Dos de las que lo consiguen son las asociaciones de Santa Isabel, Sagrado Corazón, y de La Alcantarilla, Cauce. Las fiestas de sus barrios tienen fama en toda la ciudad, pero advierte María Cantos: “Hay que trabajar mucho, hablar con todo Jaén y cada vez cuesta más sacarle a alguien cincuenta euros por un anuncio”.
Otros colectivos “no tienen tanta suerte” —apunta Monterroso— y tienen que conformarse con fiestas más austeras. “Se organizan entre los propios socios y los vecinos, y todo lo hacen ellos: llevan la barra, la comida...”. Es una forma de abaratar costes y, en tiempos de vacas flacas, de reunir unos pocos céntimos. Confiesa que, cuando surgió el debate sobre la organización de las fiestas, se planteó la posibilidad de suspenderlas. No hay dinero. Es una evidencia. Solo a “OCO” el Ayuntamiento le debe unos 500.000 euros en concepto de gastos corrientes que no sabe cuándo va a poder pagarle, ni de qué forma. Pero argumenta Cantos: “Para muchísimas asociaciones, lo que sacan en la barra es la única fuente de ingresos que tienen para todo el año. Sirve para ir tirando, porque no nos pagan nada”. Además, hay un fuerte componente social que ninguno de los dos dirigentes vecinales pasa por alto.
“Las fiestas refuerzan el sentimiento de barrio”, dice Monterroso. Sirven para que los vecinos se interrelacionen, aunque los “fiestones” del pasado solo sean hoy “convivencias”. Son las que celebrarán, por ejemplo, “El Tomillo”, “La Magdalena” o Peñamefécit. Curiosamente, algunos de los barrios más golpeados por el paro. En ellas, los socios aportan la comida y la bebida. Por su parte, el Ayuntamiento les garantiza a todas una mínima logística: un arco de luz, el escenario y la música en vivo de la Banda Municipal, si lo desean.