Femme fatale entre misóginos
MILLENIUN. Los hombres que no amaban a las mujeres
Habrá quien reduzca a pura misoginia al grupúsculo que el escritor Stieg Larsson bautizó como Los hombres que no amaban a las mujeres.
Habrá quien reduzca a pura misoginia al grupúsculo que el escritor Stieg Larsson bautizó como Los hombres que no amaban a las mujeres.
Y tendrá razón. Desperdiciar tanta saliva, y de una forma tan gratuita, en una frase cuando una simple palabra basta para decir lo mismo es eufemístico, absurdo y lamentable, aunque resulte más sugerente. Habrá otros que se quedarán estancados en el legado racista de los personajes. Y también tendrán razón porque la misoginia (aversión u odio a las féminas, según la RAE) es esencialmente xenófoba. Pero, mientras el proyector de la sala número 2 de los Multicines La Loma sumergía a los espectadores en la adaptación al cine de la primera secuela de Millenium, quien escribe no dejó de ver, en ningún momento, a La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina.
Su nombre es Lisbeth Salander. De profesión, hacker. Y, aunque aparece, en la película, como una secundaria, ayudante del periodista que protagoniza la historia, ella es la verdadera encargada de hacer avanzar la trama. Es un personaje redondo, lleno de fuerza, de misterio y de una violencia que descarga contra el mundo exterior y sus actores, y que, al mismo tiempo, también la convierte en víctima. Ella es el patito feo que se torna cisne; la larva que, un día, abandonará su capullo de tinieblas y marginalidad para llegar a ser simplemente mariposa. Y el cineasta Niels Arden Oplev la premia con planos cortos, primerísimos primeros planos, que lo dicen todo cuando ella, Lisbeth, a secas, se dedica a fumar como un carretero. Los hombres que no amaban a las mujeres son misóginos, racistas y están enfermos. Se revuelven en un discurso audiovisual penosamente largo en el que deberían arder junto con el último cuarto de hora. Por Nuria López Priego