Felices por desgracia
Como si de un mal genético se tratara, el cainismo está en nuestro ADN, mal que bien disimulamos que la desgracia ajena del rival nos hace felices. De igual forma, el éxito genera suspicacias y aguardamos el traspié o la caída definitiva para criticar con ahínco, incluso, al que encumbramos y alentamos.
Nuestra manía es trasladable a cualquier ámbito, da igual cercano o lejano, deportivo o político. Nos pone ejercer de francotiradores, aunque no en todos los ámbitos este perverso vicio tiene las mismas consecuencias. En tiempo de Mundial, si algún ejemplo nos da el deporte es el del trabajo en equipo, la suma de individualidades en beneficio común. Pero fuera del terreno de juego, se acabó la complicidad.
Sí, aunque resulte doloroso, nuestros políticos reflejan también lo que somos. Esta crisis sonroja doblemente porque demuestra nuestra incapacidad para ponernos de acuerdo. Ni tan siquiera ahora que Zapatero se difumina por errores propios y contextos ajenos, cuando la oposición ya ha hecho su lógico trabajo de derribo, es posible un apoyo común para defender al país ante las dentelladas ajenas, vengan estas de una interesada Alemania o de la agencia de calificación de turno. Dejamos la portería vacía. Parece que aquel país en blanco y negro que refleja Muñoz Molina en “La noche de los tiempos” aprendió muy poco y siempre aguarda feliz la desgracia ajena. Nuestra desgracia común.
Mientras no haya billete de vuelta, siempre está la opción de "perdernos" por Marte. En esta ocasión, musicalmente hablando.