Europesadilla

Hoy, al levantarme, tuve una sensación extraña. De primeras no supe muy bien lo que me pasaba, pero después de lavarme la cara, al mirarme al espejo me di cuenta del problema, de pronto resultaba que no me veía europeo. Era algo así como una regresión, como un paso atrás en la evolución, no es que me encontrara más feo ni decrépito, pero me faltaba ese aura de modernidad, ese plus de confianza que me daba el sentirme respaldado por Berlín, París, Bruselas y el resto de las capitales de la Unión.

    04 abr 2013 / 10:50 H.

    Aquello me causó cierto desasosiego y corrí a hablarlo con mi eurodiputado, pero en Estrasburgo sus auxiliares me ponían excusas poco convincentes, y yo sin mi eurodiputado no soy nadie, porque él resuelve todas mis pequeñas molestias continentales. Así que pensé en recurrir al comisario de mi sector productivo en Bruselas, pero últimamente nuestra relación se había enfriado un poquito, desde el rescate a los bancos torcía la cabeza al cruzarse conmigo, como si se avergonzara de mí, con lo que le gustaban antes las garrafas de alcaparrones que le llevaba yo de vez en cuando, y ahora me trataba con el desdén que se trata a un vecino molesto o a un familiar incómodo procedente de la rama de una prima de riesgo. Y es una pena, porque yo, como tantos otros, estaba la mar de concienciado con la construcción de la casa común europea, y no por cuestiones económicas, que hombre, a nadie le amarga un dulce y las aportaciones de los fondos europeos nos venían estupendamente, aunque en los últimos tiempos cada negociación agraria sea un sinvivir en la que nos tienen a todos con el corazón en un puño. Pero el caso es que lo mío por Europa no es un mero pragmatismo económico, sino un sentimiento patriótico muy profundo y muy íntimo. Que el verano pasado hice un viaje a América y cuando por casualidad escuchaba el himno de Europa me entraba la llorera nostálgica. Y en Semana Santa en vez de sacar la enseña española colgaba yo siempre en el balcón la bandera azul con el circulito de estrellas, y en los toros igual, iba yo con mi bota de vino, mi paleta de jamón y mi bandera continental que era la que me ponía a mí los vellos como escarpias. Porque a mí me duele Europa, y llevo siempre en el bolsillo junto a la estampita del Señor, una foto dedicada de Angela Merkel que aunque a veces parece un poco estricta, lo hace todo por nuestro bien, y por eso espero que lo de hoy no sea más que una europesadilla fugaz y que en las próximas elecciones continentales nuestros socios comunitarios nos vuelvan a mostrar la ternura y el cariño que nos profesan y nosotros les corresponderemos alcanzando, de nuevo, altísimas cotas de participación en las urnas.

    Tomás Afán es dramaturgo