Eunice
Todas las mañanas su mirada me ilumina. Aunque me levante con el pie izquierdo o esté lloviendo en mis tripas, cuando detengo el coche en el semáforo donde ella reparte pañuelos y risas, empieza mi día. Siempre me lanza un beso al aire y me pregunta: ¿Estás bien? Yo le respondo levantando el pulgar y luego, unos labios perfectos me dicen ‘Dios te bendiga’. Se llama Eunice y no saltó la valla, llegó en patera. Una travesía que, por cierto, realizó embarazada de su hijo que este mes ha cumplido un año. Sin embargo, estoy convencida de que si hubiera tenido una mínima esperanza de futuro en su país, no hubiera hecho ese amargo viaje hasta llegar a la particular Itaca que es su semáforo. Pero es imposible que nadie tenga futuro allí, donde quiera que estén sus raíces, mientras haya países como España que, en un posicionamiento ideológico cercano a la idiocia política, decide disminuir un 70% desde 2008 los programas de desarrollo a naciones pobres, liderando el puesto de miembro más insolidario de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Por cierto, ¿Alguien sabe lo que gasta el Gobierno en sujetar la marea de inmigrantes? Pero no se trata ya de ahorro, ni de humanidad, ni de control estricto de las fronteras, ni siquiera estamos hablando de justicia social. Es pura lógica. En un mundo global, conectado persona a persona, los países y sus fronteras son conceptos que están heridos de muerte. Cuando la riqueza no entiende de barreras ni de Estados, es un despropósito creer que se pueden detener las mareas de la pobreza, disparando pelotas de goma a personas que nadan agotadas, o por muchas vallas antitrepa que pongamos al campo, aunque éstas estén atiborradas de concertinas homicidas con cuchillas de seis centímetros ¿No ven que más cornadas da el hambre? Por mi parte, cuando el semáforo se pone en verde, a pesar de haber ganado una sonrisa para mis arterias, me olvido de ella. Solo en algunas ocasiones, cuando las cosas tan importantes que hago en la vida me dejan pensar en los demás, recuerdo su imagen y me pregunto cómo se puede tener esa constante felicidad que explota a todas las personas con las que se cruza, si no eres un ser lleno de felicidad.
Sofía Casado es licenciada en derecho
Sofía Casado es licenciada en derecho