Estado de sitio

Hace unos días un cura amigo, muy comprometido socialmente, me comentaba el horror que se está viviendo en gran cantidad de familias jiennenses castigadas de forma brutal por la crisis. A muchas de ellas les pagan el recibo de la luz, del agua, les compran las zapatillas para los hijos y les llevan lo básico para comer a sus casas. Digo les llevan a sus casas porque lo hacen así, para evitar el doble castigo que supone la humillación de las colas para ellos.

    01 jun 2012 / 11:11 H.

    Mi amigo, contra lo que podría pensarse, es el cura de una parroquia céntrica de Jaén, no del extrarradio, y los que reciben la solidaridad, feligreses o no, eran hasta hace poco clase media o media-alta, ambas en serio riesgo de extinción. En algunos casos parejas de profesionales liberales o empresarios, en otros funcionarios o trabajadores de empresas “de toda la vida” cuyos sueldos y la aparente estabilidad laboral de hace unos años les permitieron hipotecas, créditos para coches, estudios en el extranjero para sus hijos. Han vivido como la mayoría de nosotros y, aunque algunos puedan haberse excedido, lo han hecho dentro de un esquema de vida en el que no se esperaba, ni nadie advirtió, la que se nos venía encima. Y sobre todo que se podían perder no uno, sino los dos empleos de la pareja. Siempre se compró a plazos: el pisito de los años 60, el seiscientos, los muebles y siempre han existido los prestamistas, seguramente otro de los oficios más antiguo del mundo. ¿Por qué entonces se demoniza ahora el endeudamiento cuando hace cuatro días se nos espoleaba en sentido contrario? ¿Por qué se nos ha grabado a fuego que los responsables de la crisis somos los ciudadanos de a pié? ¿Por qué nos han acogotado con el miedo, no ya a un futuro incierto, sino también a un presente de angustia sin solución? Uno tiene la sensación de estar inmerso en una guerra en la que, de manera incruenta —suicidios aparte—, un bando está expoliando descarnada e inmisericordemente al otro, como parte de un botín de batallas virtuales. Quiero decir producidas de forma no convencional. Porque los perros hace tiempo que dejaron de mordisquear los tobillos y van a la yugular. ¿Cuántos desahucios se pueden evitar con las indemnizaciones millonarias que se han asignado los que han arruinado buena parte del sector financiero? ¿Qué quedará del estado del bienestar cuando acabe todo esto? Y mientras tanto nos echan, para distraernos, la cantinela del himno, los abucheos y otras historias igual de peregrinas, vengan de Esperanza o vengan de donde vengan. Mi desasosiego radica sobre todo en la falta de altura, de talla política, de visión de Estado de muchos de los que nos representan. Que no le echen la culpa al pueblo llano de lo que está pasando, porque como en el Cantar del Mío Cid: “Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor”.
    Paco Zamora es empresario