Ese gran tesoro

Al coincidir la publicación de mi artículo con esta fecha tan especial, 23 de abril, Día del Libro y siendo yo escritora, no puedo sino dedicarlo a esos objetos de papel que me acompañan desde mi infancia y que tantas emociones me han proporcionado. Desde que aprendí a juntar letras y entender su significado, nada me ha atraído más que la lectura. Se habla de la importancia de inculcar este hábito entre los niños, de meterles los libros hasta en la cuna, pero es difícil persuadir sin el ejemplo. Tienes que leer hijo, dices mientras te pones al día de los últimos cotilleos viendo el Sálvame. O, a ver si abres de una vez un puñetero libro, mientras te apuras una cerveza frente al televisor que emite el consabido clásico, aunque ya sea el cuarto de la temporada. Aun así, en su más tierna infancia les compramos decenas de libros, pues todo el mundo alaba los beneficios de la lectura. Sin embargo, conforme crecen nos parece menos necesario dedicar tiempo y recursos a estos menesteres. Recuerdo el comentario de un compañero cuando yo le comentaba que, cuando mis hijos eran más pequeños, todas las noches me metía en su habitación a contarles un cuento, él me decía que cómo iba a perder ese precioso tiempo, que prefería estar viendo la tele. Cuando mis hijos aún no sabían leer, yo ya les regalaba libros. Siempre se los llevaba envueltos y organizaba una gran parafernalia para entregárselos, como si lo que estaba depositando en sus manos fuera el más especial de los regalos. Tenemos que mostrarles a nuestros hijos que los libros son objetos preciosos, fuentes de conocimiento y diversión. Estoy en contra de que se obligue a leer a los niños, y mucho más a que, después de leído un libro, tengan que hacer un engorroso comentario de texto. Se debe abrir un libro por placer, solo así disfrutaremos de la lectura. ¿O acaso los videojuegos son obligatorios? A veces me pregunto qué pasaría si prohibiéramos ciertos libros a un adolescente. Sin duda, trataría de leerlos por todos los medios. Sé que es una idea disparatada, pero al menos podríamos plantearnos qué pasaría si no fuera obligatorio leer libros en la escuela, si la actividad fuera voluntaria y placentera, si fuéramos capaces de motivar tanto a nuestros niños que no necesitáramos utilizar el chantaje de las notas para animarlos a descubrir la lectura. Sería fantástico demostrarles que el libro no es un enemigo, sino un gran tesoro por descubrir.
Felisa Moreno es escritora

    22 abr 2014 / 22:00 H.