'Esclusa en venta'

Francisco Barranco Cobo desde Jaén. A veces la suerte te atrae como péndulo caótico hacia lo inesperado sin que uno sepa qué es lo que se podría esconder en el interior del espejo al que vas a intentar entrar. En este caso lo imprevisible estaba en el interior de una librería bruselense, conocida como 'Filigranes' en la Avenida de las Artes, 39 de la misma capital belga.

    30 jul 2012 / 12:09 H.

    Allí tuve la ocasión de obtener un apreciado volumen de la edición francesa de 1995, impreso en Bélgica, donde Paul Baudiquey dedicara este libro al maestro Van Rijn: “Rembrandt, le retour du Prodige” (St Petersbourg, Museo de l´Hermitage), y donde resalta la inmensa ternura del viejo padre judío que posa sobre el otro, su hijo, frágil, inmóvil y silencioso, expectante a la voz soberana del progenitor que ya no juzga a su vástago; juntura de uno y otro, perdón y respeto, después de tanto exilio. Rembrandt lo hizo magistralmente bello, incluso si observamos las ambivalentes manos del padre que rezuman la equidad masculina y femenina al mismo tiempo. A esta obra se podrían adjuntar los magníficos autorretratos del pintor realizados con la idéntica maestría a la de aquel poeta que reescribe sus versos y los pinta con ritmo y efusión misteriosa, tejiendo albayaldes, bermellones o malaquitas, dando tanto vigor al empaste que quisiera invitar a uno a tocar la grumosa afectación ténebre o lúcida del óleo. En la misma librería la aleatoriedad de aquel primer movimiento se suspendió hacia un segundo volumen de 2005 impreso en China y adaptación francesa de la Editorial Sirrocco.
    En este caso, la impronta de John Constable aparecía sobre el lomo de un volumen de tapa dura con la impresión de su obra “The White Horse” (1819). ¿Quién no ha visto alguna vez un caballo blanco en una gabarra con tres arduos remeros picando el lodo del río para llegar a la otra orilla? Este ejemplar del artista Suffolk contenía, a mi parecer, las mejores imágenes de paisajes de la campiña de Stratford, pasando por el valle de Dedham y describiendo diferentes escenas bucólicas del río Stour con una sinopsis natural que me llevaba a fijar la mirada en Cézanne, J. Reynolds o W. Turner; sin menospreciar que en su trazo y técnica naturalistas, amenazadas de melancolía popular y campestre, se despejaba un gran sentido subjetivo del paisaje vivido y humanizado, dando finalmente cierta confluencia con el Impresionismo que ya se estaba gestando. Otras enmarcaciones hacían reflexión sobre el color y estudios sobre la profundidad y sugerencia que pudiera propiciar el desagüe de una esclusa o el llenado de ésta para que las barcazas pudieran deslizarse por los canales de la campiña. “El Carro del Heno” (1821) se acercaba al molino de Willy Lott con lentitud por entre las aguas del río, mientras un remero se acercaba a la esclusa con la intención de despejar el nivel de agua de la almenara.
    Después de aquel verano de 2006, he tenido la ocasión de disfrutar de estos dos volúmenes con sosiego cual aguas del Stour. Al volver la vista a aquel cuadro de tan marcada simbiosis naturista, me refiero a “La Esclusa”- 1824- (“The Sluice Gate”, de John Constable), y al oír la noticia en los medios de comunicación de su próxima subasta, me ha producido una especie de estupor interior que me ha hecho retroceder a la misma librería y al mismo tiempo en que he disfrutado de la pintura de aquellos paisajes sobre molinos y riberas del Stour, y hasta tal punto —pienso si existiera nuevo adjudicatario— no tendrían ya el sabor bucólico que otros con los que Constable iniciara sus albores pictóricos. ¿Sería un sueño pensar que Francesca y la Baronesa se bajaran del “carro de heno” y pusieran las aguas a un nivel para que la “Esclusa” siga abriéndose y cerrándose a los ojos de quienes la quieren ver en el Thyssen antes de que saliera de Christie´s?
    Profesor de inglés del IES Auringis de Jaén.