Esa gente que lo permite
Resulta curiosa esta crisis, una paradoja de números catastróficos y datos récord capaz de mezclar los millones de euros que se embolsan los banqueros, como Rodrigo Rato, con los millones de parados, que van en aumento. La gente mira impasible estos atropellos, la injusticia de lo que no tiene nombre porque nos han quitado hasta el vocabulario:
ya no hay solidaridad, ni libertad, ya no hay lucha obrera, ni sindicatos, y lo han sustituido por caridad, sálvese el que pueda, subsidio de desempleo y acomodamiento. El capitalismo, desde que es más capitalismo que nunca, nos ha dejado sin lenguaje, y he ahí por qué cualquier idea de izquierdas se pone en entredicho, por muy clásica que sea. He ahí por qué se acaba asintiendo claudicando. Pero el progresivo deterioro social de las clases más desfavorecidas está derivando escandalosamente en subproletarización, ese estrato ya final en el que campa a sus anchas la miseria —en todas sus acepciones— y la marginalidad. Además, con la pérdida del poder adquisitivo de las clases medias volvemos al siglo XIX, aunque nuestra desestructuración social es inversamente proporcional a la conciencia de clase que despertaba a finales de aquel siglo. Mientras tanto la gente sigue hacia adelante con lo que le dejan, con las sobras de la riqueza, entre la ignorancia, la pasividad, la inacción y el consumismo de cuatro chucherías, baratijas que distraen la atención. Está claro que quien tiene la culpa de este disparate de mundo es esa gente que lo permite.
Es poeta