Es preciso un programa mundial global contra las desigualdades
Ángel Plaza Chillón/Desde La Iruela. El estudio más reciente de las Naciones Unidas sobre la riqueza de los hogares indica con toda claridad que el 1% más rico de los hogares de la Tierra (37 millones de personas) posee el 40% de los activos mundiales, y que un 10% de los hogares más ricos tienen a su disposición el 85% de la riqueza global. Mientras tanto, el 50% más pobre sólo dispone del 1% de la riqueza de todos los hogares de la Tierra.
La pobreza es fruto de la desigualdad y no se la puede vencer luchando directamente contra sus manifestaciones, sino interrumpiendo en los factores desigualitarios que la producen. La Cooperación para el Desarrollo sigue siendo precisa, pero no es el mejor instrumento, ni el más prioritario, para luchar contra la pobreza y desigualdad mundiales. Necesitamos un programa integral de justicia global para el mundo entero. Es preciso instaurar un conjunto internacional de políticas públicas que tengan como prioridad disminuir de manera sustancial las desigualdades entre países y en el interior de cada país. Debemos conectar una nueva política de globalización con una política de civilización. Una nueva interacción entre culturas y economías es uno de los principales desafíos para la humanidad en el siglo XXI, especialmente si queremos una regulación ecológica de la producción y del consumo. Un comercio internacional con justicia exige suprimir las subvenciones a las exportaciones de productos de los países ricos, que equivalen a cerca de 1.000 millones de dólares, porque estos productos subvencionados hunden las economías productivas de los países del Sur. Actualmente por cada dólar que los países de la OCDE conceden a la Ayuda al Desarrollo, destinan tres dólares a subsidiar las exportaciones. Simultáneamente hay que mejorar el acceso a las exportaciones de los países del Sur a los marcados del Norte. ¿Qué hacer con la deuda externa? Gestionarla de otro modo. A los países menos adelantados había que condonarles el total de la deuda externa pública de carácter bilateral y multilateral. Con el resto de países en desarrollo convendría instaurar políticas de reinversión del servicio anual de la deuda en programas nacionales de lucha contra la pobreza de acuerdo con los países acreedores. Habría que decretar una moratoria de los pagos de la deuda hasta finales del año 2015, para poder destinar su importe para el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Y tendría que establecerse un acuerdo para que, cada año, el motivo de la Ayuda al Desarrollo recibida por los países empobrecidos fuera siempre superior al pago del servicio de la deuda. También habría que reconocer y restituir la deuda ecológica debida al expolio de los bienes naturales del Sur, a impactos ambientales y a la libre utilización del espacio global para depositar residuos. ¿Y el gasto militar en el mundo? Es la gran contradicción de una comunidad internacional incapaz de financiar políticas contra la pobreza. Por cada dólar que se invierte en Ayuda al Desarrollo se gastan diez en presupuestos militares. El actual gasto mundial anual en atención del SIDA equivale a tres días de gasto militar. El PNUD propuso en los años noventa crear un “Dividendo de Paz”, basado en la reducción anual de un 3% del gasto militar para dedicar el fruto de ese desarme a desarrollo. ¿Cómo entender el desarrollo ahora? Una política de justicia global requiere universalizar proyectos sociales, económicos y culturales que refuerzan la dignidad de las personas. Pero la búsqueda de bienestar material no debe provocar destrucción medioambiental y deshumanización. Desde el paradigma del ecodesarrollo se considera que el mundo rico está formado por países “mal desarrollados” que han provocado la actual catástrofe ecológica y han generado un alienante reducción del tiempo de la vida a nada más que consumir y producir dentro de sistemas de trabajo creciente precarizados. Además los actuales niveles de bienestar y consumo de estos países no son universalizables, porque destruyen el medio ambiente y acumulan injustamente bienes públicos globales. Para responder a la crisis mundial y lograr una justicia global en el siglo XXI es precisa la concurrencia de las tradiciones de sabiduría presentes en las culturas del Sur, o crear una nueva sabiduría planetaria metaeconómica. Deben ayudar en este empeño las religiones de liberación y las filosofías morales emancicipatorias. Tenemos mucho que aprender del altermundismo, el ecofeminismo y la economías del decrecimiento.