Enseñar ortografía

Manuel Montilla Molina desde Porcuna. Sin voluntad de aprender ortografía están de más los mejores procedimientos de enseñarla. Es preciso que el alumno quiera escribir bien. Cuestión nada fácil. Ni tiene el atractivo heroico de la historia, ni el regusto imaginativo de las ciencias naturales, ni el juego intelectual de las matemáticas, ni el goce estético del dibujo y de la literatura.

    25 feb 2013 / 15:54 H.

    La aversión se agudiza cuando la actitud del profesor cae en el mismo desaliento, cuando habla a cada instante de exigir reformas académicas que simplifiquen su tarea. Lo más triste es que tardaría poco en divorciarse otra vez la lengua hablada de la escrita, por ser más conservadora esta que aquella. Nuestra ortografía es, a juicio de Menéndez Pidal, “la más perfecta entre las ortografías de las grandes lenguas literarias, por su exactitud, por su precisión y por su sencillez”. Sea el primer enamorado de la lengua que enseña y no el más resignado paciente. Nadie puede contagiar un amor que no posee. Otro pivote didáctico se ha dicho que es la emulación, el placer de escribir mejor que los demás y de hacerlo mejor cada día. Evitar el error es mejor procedimiento que enmendarlo. El empleo del dictado como instrumento de enseñanza ortográfica es, según esto, deplorable. Deja que la falta se produzca para comenzar entonces el verdadero aprendizaje, que se reduce a la enmienda magistral y copia reiterada del vocablo debidamente escrito. De poco sirve. Hay que tratar de evitar a toda costa la fotografía en su imaginación de la forma incorrecta. Aunque la corrección profesoral elimine totalmente el error infantil, siempre conservará el alumno frente a frente dos imágenes del vocablo, una es suya, la otra regalada. De las dos imágenes en lucha vence la que es de cosecha propia, la que es personalmente activa y no meramente pasiva. Utilícese el vocabulario usual de escritura dudosa como programa. Se tendrá así el vocabulario usual. De estas, suprímanse las de escritura fonética, las que el alumno conoce desde que domina elementalmente la lectura y escritura (mesa, tinta, cama, etc.). Este vocabulario usual de escritura dudosa es el fundamental para las clases de ortografía. Al programa general apuntado añadir el de uso especial de los niños. Se obtendrá el vocabulario ortográfico más funcional que puede desearse: el usual de adultos y niños (uso general), el de la escuela o clase (uso local) y el de cada alumno (uso individual). Aprendizaje por el uso: De las numerosas investigaciones experimentales realizadas se infiere que el procedimiento de aprender a escribir una palabra de expresión dudosa consiste en ver la palabra escrita, decirla el profesor, pronunciarla el alumno, construir con ella frases, imaginársela a ojos cerrados, escribirla correctamente y usarla hasta su dominio. La copia, pedagógicamente orientada, es la forma que concreta tales requisitos, relegando el dictado a su verdadera función, la de comprobación del saber adquirido. El silabeo ligado de la palabra es, en último análisis, la máxima ayuda que cabe prestar a la pronunciación. Imaginar: La palabra que ha sido vista, oída, pronunciada y bien comprendida debe borrarse para que los alumnos la escriban. Escribir: Es llegado el momento de escribir los alumnos la palabra en sus cuadernos. Para adquirir el hábito psicomotriz deseable basta con repetirla unas pocas veces, con media docena sobra. Hay que distinguir en nuestra lengua, de una vez y para siempre, entre reglas ortográficas pedagógicamente de uso y reglas ortográficas de formulación gramatical. Deséchese el memorizar reglas como si se tratara de fórmulas verbales. Pocas reglas y pedagógicamente presentadas. Las que afecten a muchas palabras y que tengan pocas excepciones.