Enemigos eternos
A muerte. No hay perdón posible. No vale la compasión. La llama del odio eterno que se juraron “Pikikis” y “Mallarines” hace ya casi una década está más encendida que nunca.

La reconciliación es una quimera. Una legendaria rivalidad entre dos clanes enfrentados que han derramado mucha sangre por el camino. La Justicia ajustó ayer las cuentas por uno de esos episodios de violencia extrema: el mayor tiroteo que se recuerda en la provincia y que acabó con varios heridos por arma de fuego y por caída.
Fue un juicio celebrado entre extraordinarias medidas de seguridad, con un despliegue de policías y guardias civiles sin precedentes en la Audiencia Provincial. Dieciocho personas —diez “pikikis” y ocho “mallarines”— compartieron banquillo en una sala en la que casi había dos agentes por cada acusado. La vista, presidida por el magistrado Pío Aguirre Zamorano, se desarrolló con normalidad. Los procesados se ajustaron al guion previsto y reconocieron los hechos.
Aceptaron condenas que oscilan entre uno y cuatro años de cárcel por delitos de riña tumultuaria, tenencia ilícita de armas, lesiones y atentado a agentes de la autoridad.
Las horas previas a que el juicio quedara visto para sentencia fueron muy intensas. La tensión podía cortarse en los alrededores del Palacio de Justicia y en las zonas adyacentes. La Policía llevó a los “pikikis” y sus familiares a la calle Rey Alhamar. A los miembros del clan rival los arrinconó a unos cincuenta metros de distancia, en la calle Cronista González López —frente al Registro Civil—. Los agentes identificaron y cachearon a todos los miembros de ambos clanes que se desplazaron hasta la capital. Después, escoltaron a los acusados por separado para que accedieran a la sala de vistas de la Audiencia. Algunos llegaron directamente desde prisión, donde están cumpliendo condena por otros motivos.Una vez dentro, el presidente del tribunal repitió la fórmula e interrogó, uno a uno, a los 18 acusados. Solo había una pregunta: “¿Reconoce los hechos que le imputa la Fiscalía?”. Y todos los procesados respondieron afirmativamente a la cuestión.
En la sala, la rivalidad entre ambos clanes quedó patente en las retadoras miradas que se clavaron algunos de los procesados.
Hay afrentas de sangre que todavía no se han limpiado, como el asesinato a tiros, en el año 2006, de Antonio M. M., el patriarca de los “Mallarines”, a manos de dos “pikikis”. O la desaparición, poco después, de Antonio “El Tostao”, un pikiki que se esfumó sin dejar rastro alguno. Esas deudas que solo se pagan con la “ley del Talión” provocaron el gran tiroteo del 29 de marzo de 2008. Tras el crimen, los “pikikis” pusieron tierra de por medio. Se marcharon de Linares por miedo a una posible venganza que siempre está latente. No obstante, uno de los jefes del clan enfermó y expresó su deseo de morir en su casa del Camino del Madroñal. Así que el clan al completo regresó a Linares.Allí los esperaban los “mallarines” armados hasta los dientes. El “recibimiento” se hizo a balazos. A tiro limpio. Una ensalada de disparos que acabó con cuatro heridos, uno de ellos con un proyectil en el cuerpo. Los otros, con diversos politraumatismos producidos al caerse de los tejados.
Varios agentes se personaron en el Madroñal avisados por los vecinos. Literalmente, se jugaron el tipo. De hecho, Sebastián M. H. disparó contra dos agentes que subían por las escaleras. Las balas pasaron zumbando cerca de la cabeza de un policía nacional. Con cuatro años de cárcel, este “pikiki” se llevó el mayor castigo de los 18 procesados. El resto de los acusados acumuló condenas inferiores por delitos de participación en riña tumultuaria, lesiones y tenencia ilícita de armas.
De este modo, los dos clanes saldaron sus cuentas con la Justicia, pero siguen manteniendo una deuda que va camino de convertirse en eterna.
En la misma sala y apenas separados por un par de metros
Nunca “pikikis” y “mallarines” habían estado tan juntos unos de otros sin que saltaran algo más que chispas. Los dieciocho acusados —entre ellos una única mujer— por el gran tiroteo de marzo de 2008 estuvieron sentados en el banquillo. La Policía los dispuso en dos grupos, pero separados únicamente por un par de metros. Más de una veintena de agentes en el interior de la propia sala veló por que no pasara nada.