Encaladores

Antaño la cal era artículo de primera necesidad, no solo para enjalbegar las paredes, sino por motivos sanitarios y hasta térmicos, bajaba la temperatura; la pintura una rareza; las piedras de cal se compraban a un hombre que iba por las calles con un burro al grito de 'a la cal, mujer';

    02 ago 2011 / 09:09 H.

    había que apagarla sin dejar de mover, con cuidado de no quemarse por el calor que alcanzaba; esta tarea la hacía el propio “encalaor”; los de “blanqueo” eran días de agitación, se movían los muebles cubiertos con manteos de lona de la aceituna y el maestro daba generosas capas de cal a las habitaciones; con azulete se marcaba el zócalo o rodapié pintado de color distinto; las mujeres quitaban las gotas, limpiaban puertas y muebles con aceite dejando todo como el jaspe. Recuerdo al recientemente fallecido Francisco Puche, “el rubio”, que además era esquilador y “arreglaba” mulos, burros y caballos; la mayoría, durante un tiempo, se unió en una cooperativa que cubrió su ciclo, otros siguen: Enrique Castro o Manolo Arjonilla entre otros buenos profesionales; la cal casi ha desaparecido, temples, plásticos y revestimientos de todo tipo, esmaltes y disolventes la sustituyen, ¿con ventaja? Los Armenteros, se han ocupado de producir, mostrar y enseñar nuevos productos que usan los sucesores de aquellos “encalaores” que se jugaban la vida en lo alto de largas escaleras con brocha, caña y cubeta.
    José Calabrús es abogado