En un suspiro, la primavera

Al principio Dios creó el tiempo, así sin más: una sucesión atropellada de segundos sin segunderos, un verdadero desatino que, a la postre, lo único que consiguió fue que cualquier bicho viviente al que le cayera encima ese borbotón de segundos se marchitase, se arrugase y se muriese. Más tarde Dios creó al hombre. También le salió mal y después de expulsarlo a él y a su compañera del Paraíso, viéndolos marchar, para aliviar un poco su mala conciencia de creador fracasado, les regaló la primavera. Así pues, acabado el invierno, Adán y Eva se desparramaron bajo el sol luminoso de la recién estrenada estación y de manera imperfecta pero intensa, concibieron a los hijos que luego fueron poblando la Tierra. El hombre evolucionó en su imperfección, se dio cuenta de su temporalidad y por eso emprendió una loca batalla contra el tiempo. Pero esa batalla estuvo perdida desde su origen porque el hombre pensó que al tiempo se le ganaba haciendo las cosas más deprisa. En ese error ha vivido el hombre desde entonces. Aún hoy, cuando los avances tecnológicos le permiten por fin no tener que dedicar horas y horas de su vida al cultivo de la tierra o al pastoreo del ganado, al simple lavado de la ropa o de la loza, cuando las distancias ya no existen y se tardan minutos escasos en ir de una ciudad a otra, el hombre se da cuenta de que lo único que realmente le falta es tiempo. Todo se hace deprisa, con una aceleración de vértigo, acumulando segundos inútiles que luego tiramos sin remilgos al estercolero de la televisión. Vivimos en una loca carrera contra el reloj que nos lleva de un lugar a otro, en un viaje sin sentido que transcurridos los años nos arrojará al apeadero de la primera cana. No sé qué remedio puede haber contra este terrible mal si hasta en las cosas más simples lo encontramos: el orgullo de un padre no es que su hijo lea bien, asimilando lo que lee, sino que lea deprisa; la eficiencia de un empleado es hacerlo todo a la mayor brevedad posible, ¿quién aguanta una cola? ¿quién un discurso? ¿quién pasea? ¿quién juega? ¿quién lee? Aceleramos nerviosamente ante un semáforo en rojo, aceleramos la cosecha con abonos extraños, aceleramos el engorde del ganado con químicas oscuras, trenes ultrarrápidos nos llevan de un sitio a otro. Esta sucesión atropellada de segundos no es sino una huida hacia delante para dejar atrás la imagen aterradora de la muerte. Pero hoy es doce de marzo y en un suspiro llegará por fin la primavera.
Luis Foronda es funcionario

    11 mar 2014 / 23:00 H.