En tierra de nadie
Quizá no se fue, pero ahora ha vuelto en su grado extremo, el terror. Aparece aquí y allá, tanto de manera individual como colectiva. El miedo mina las relaciones humanas, destroza lazos, aniquila esperanzas. Así la ansiedad que provoca la incertidumbre ha creado un vacío de poder y un estado de transición que se llama río revuelto. Y la ganancia es para los mismos, vencedores del hoy. Nadie duda de que hay especialistas en manejar situaciones de conflicto, kamikazes de la desilusión, tiranos que habitan zonas oscuras, administradores de caridad, como para hacernos sentir vivos, y con eso debería bastarnos. Qué generosidad.
De hecho a quién le importa tantas horas de trabajo por tan poco dinero, dejando de lado nuestra vocación y necesidad. Qué bien vendría, sin embargo, un revulsivo o lucha interna. Siempre se dijo que cualquier compromiso iba del yo al nosotros, pero ahí seguimos evitando la responsabilidad del yo para dejarlo todo a un nosotros flojo, sin vínculos. El lenguaje no manipula sino que se trata de averiguar quién se aprovecha de esta tierra de nadie de las ideologías. Conclusión: nos preocupamos por ganar dinero, y con eso ya basta, la inflexible flexibilidad de la bolsa. Las guerras son un negocio y los individuos desarticulados de herramientas de protesta claman sin fuerza frente a una democracia gobernada por los mercados. Ya podríamos darnos por satisfechos, porque ante el resto, ante las injusticias sociales y la explotación laboral, la opresión de las mujeres y la corrupción política, poco hay que hacer. No obstante la muerte tal y como sucedió en París, esa indiscriminada ráfaga de disparos que asesinó a una anónima muchedumbre, gente indefensa que cenaba en la terraza de un restaurante o asistía a un concierto, no hay quien lo comprenda. En un país ejemplar. Nunca justificaré la historia de Oriente Medio o el colonialismo, pero esas vidas inocentes nos hablan de lo absurdo de este tiempo que nos ha tocado vivir. Es cierto que el nosotros se ha desprovisto de sentido. Pero si el nosotros no tiene sentido, tampoco lo tiene el yo.
Juan Carlos Abril