En su Emerita Augusta

Hay personas y personas especiales. Me contaron el otro día paseando por Roma cerca de la Piazza Venezia que hay un lugar en Hispania que es también un lugar especial, un lugar casi sagrado donde van a descansar los soldados jubilados con honor después de dedicar su vida al Imperio y a los demás pues, extrapolando la historia cual máquina del tiempo se tratase, me remonto muchos siglos después, es decir, ahora, y Emerita Augusta, nuestra querida Mérida, era el lugar apropiado para descansar por fin del sacerdote Miguel Pajares, que dedicó su vida a los demás tan lejos de su patria; él, al final del camino, quería descansar en su Mérida particular, después de tantos años lejos de ella. La vida y el destino no han querido darle esa jubilación merecidísima y augusta, le han dado un quiebro como en los toros y a porta gayola le han enseñado cara a cara y sin capote para torear la parte trágica y mortal de la fiesta, el ébola que tiene nombre de río, los ríos que llevan agua dulce.

    25 ago 2014 / 16:24 H.


    El agua de la vida en este caso no ha dado vida sino que la ha quitado de golpe con una cornada mortal de necesidad en los medios; de nada ha servido traerlo a su país con cuidado, mimo y protección exquisita, fue llegar a casa y desde el corazón de Hispania nos dejó, no le dio tiempo a llegar a su pueblo, a su Emerita Augusta, con los suyos y entre los suyos. Su ejemplo que todos hemos seguido desde la prensa y sobre todo su muerte no han sido en vano, en una sociedad sin valores y sin fe este hombre bueno ha logrado decirnos sin hablar que el hombre ayuda al hombre con generosidad y a manos llenas, aun a costa de su vida misma; pronto el Papa Francesco, como dicen por la capital del Imperio, hablará de este hombre español como un hombre en el buen sentido de la palabra Bueno, y para todos ha escrito en las páginas del verdadero Imperio, el imperio del corazón, y con letras de oro, que murió por ayudar a los demás. ¡Descanse en Paz!