En el sistema
Reto arriesgado teclear la realidad conscientes de que no existe la línea recta, de que todos nuestros actos, pensamientos y fantasías están polarizados dramáticamente, cuando la aleatoriedad demuestra el determinismo, que una de las partes es más grande que el conjunto al que pertenece, que un objeto puede estar en más de un lugar, incluso existir y no existir al mismo tiempo y, sobre todo, que los seres humanos estamos capacitados para detectar pequeñas secuencias y no la totalidad con sus infinitas y complejas interacciones.
Esto es, intentar describir un solo aspecto de la realidad nos aleja del aspecto y de la realidad, abandonándonos en el error y en el ridículo. Dice la ley de Bolsa: si no hay riesgo, no hay ganancia. El lenguaje vive en compromiso con el pensamiento, cada uno se deja engañar por el otro cuando lo exige el guión. Entre los dos buscan al asesino y a la víctima y tantas causas como necesidades siempre que urja ocultar a los verdaderos asesinos y víctimas. Un ejemplo: la berrea en las grandes lonjas del mercado político aturde nuestras percepciones. El pensamiento y la palabra no aciertan a comunicarse porque existe una interferencia continua. No son libres, no pueden ya procurarnos gozo real. Han sido manipulados por un barullo, que reproducen por conveniencia. Ambos están marcados por la sintaxis genética y por un satélite ideológico. ¿Nos alumbrará un intento de descodificación de esa estructura, que concilie el matadero de contrarios en el que habitan la historia y el porvenir? No lo creo. La luz no es un factor apreciado por los occidentales, que apartan hacia la sombra todo lo que no les gusta de sí mismos, que no desean conocer ni que se sepa de unas perversiones que, por ende, proyectan en el otro para condenarlo. Embarullada red de millones de individuos enfrentados, temerosos, ávidos de untar su imagen con un lustre que destaque y oculte el olor de sus feromonas. Fracaso estrepitoso asegurado cuando los valores gramaticales que poseemos para combatir a los poderosos son los mismos que les aseguran su objetivo: la conversión de esos valores a rentabilidad de poder. Para ello han inventado un escenario estratégico en el que lerdos oponentes representan una tregua permanente sobre un conflicto ficticio. Gérmenes y defensas (los papeles son intercambiables) utilizan el cuerpo social para arraigar y prolongarse en un estado crónico que paraliza todos los aspectos de la vida cotidiana, desgasta a los ciudadanos y los sume en el desaliento, la apatía y la resignación. Tal estancamiento es la zona del convenio entre cobardes. ¿Dignifica la lucha desde el fracaso sabiendo que la dignidad es un valor codificado?
Guillermo Fernández Rojano es escritor