En el nombre de Alá

En el nombre de Alá, el Justo, el Clemente, el Creador, se atentó el 11 de Septiembre de 2001 en Estados Unidos, el 11 de marzo en Atocha y ahora, el pasado 13 de noviembre en París.
También en el nombre de Dios se justificaron los crímenes de las Cruzadas y se creó la Santa Inquisición para ahorcar o quemar vivo a quienes se desviaban del dogma establecido por la jerarquía eclesiástica.

    19 nov 2015 / 16:20 H.


    Qué importa cómo llamemos al Creador. Es el Dios de Abraham, de Ismael y de Isaac, padre de un pueblo más numeroso que las estrellas del cielo. Por su fe y obediencia, judíos, musulmanes y cristianos adoramos al Dios con el que estableció la alianza, basada en el amor y la misericordia. El no necesita altares para ofrecerle holocaustos, ni ayunos hipócritas, menos aún guerras y atentados en su nombre. La guerra santa no es la que mata a los que piensan o creen de distinta manera. No, es la guerra que tenemos que librar contra nosotros mismos para no dejarnos arrastrar por el mal que llama a nuestro corazón ¡Amaos los unos a los otros como yo os he amado! ¡Misericordia quiero y no sacrificios! Este es el camino de la salvación.
    La verdadera yihad del Corán pide a los creyentes su esfuerzo para extender la ley de Dios. También Jesús dijo a sus discípulos: “id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. La ley de Alá, de Yahveh, de Jehová y el Evangelio de Jesús son lo mismo, porque se fundamenta en el amor y la misericordia. Con estas armas hay que convencer a los que caminan sin rumbo.
    Es la incultura y la vida sin esperanza la que lleva a los desesperados a utilizar las bombas y los kalashnikov en nombre del Creador. Son las dictaduras de regímenes autoritarios que obligan, en lugar de convencer, que esclavizan a sus pueblos a una vida sin futuro, sin posibilidad de elección u opinión en contra del dogma impuesto por el poder, las que alumbran a los que piensan que matando a sus hermanos alcanzarán el paraíso.
    Ha llegado la hora de dejar a un lado la hipocresía de las naciones de la Tierra y es el momento de resucitar el espíritu que llevó a Franklin Roosevelt a la Declaración de las Naciones Unidas. La comunidad internacional tiene que poner todos los medios para promover el respeto de los derechos humanos, empezando por la cultura y la educación que haga libres a los que, siendo esclavos, nada tienen que perder.
    Enrique Rodríguez García / Jaén