25 may 2015 / 14:46 H.
Los últimos meses hemos vivido novedades en lo político y social en nuestro país. La crisis que venimos sufriendo desde hace unos años no es sólo económica, lo es también política, social y cultural. Cuando un pueblo se ve sometido a los cambios de una situación de pérdidas y carencias, las consecuencias no pueden pasar desapercibidas. Oímos hablar con mucha frecuencia de empoderamiento, que va convirtiéndose en el término clave de una postmodernidad que en España tardaba bastante en manifestarse plenamente. Empoderamiento es un anglicismo, viene de “emponderar”, inglés “empower”, y tal como nos recuerda la Real Academia Española de la Lengua (que la incluirá en la próxima edición de su Diccionario) es “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. Estamos en un momento en el que todos los desfavorecidos están tomando conciencia de que pueden hacerse fuertes y/o tomar el poder, que el poder ya no es una cuestión de élites y oligarquías que puedan hacer uso indiscriminado de él. Frente al abuso de poder, frente a la impotencia, la gente de a pie ha decidido, en la medida de lo posible, ser dueña de su propio destino. En la política institucional los profesionales no han pasado por alto el hecho y han intentado, en las elecciones que acabamos de vivir, como nunca, oír la voz de los que hasta ahora eran anónimos votantes. Incluso algunos programas electorales fueron hechos de forma colectiva, preguntando y recogiendo propuestas a través de los medios que nos ofrecen las tecnologías. Ni que decir tiene que esto supone un gran avance en una sociedad que siempre debe apostar por una democratización más profunda. El empoderamiento ciudadano conlleva una participación activa y directa en todos los procesos de gestión de lo público, y por ello queremos formar parte de la toma de decisiones. Tal vez el origen más inmediato de todo este proceso esté en el 15 M, confluencia de manifestaciones de mareas de ciudadanos que en 2011 salieron a la calle para pedir cambios. Llegar a levantar un país sin que partidos o sindicatos organizaran nada fue, sin duda, la muestra clara de que los españoles nos habíamos emponderado definitivamente.