El viejo y el nuevo Jaén se llenan de clamores y silencio
La luz y la penumbra, el bullicio y la mudez coinciden, el Martes Santo, en las calles jiennenses. Desde el viejo barrio de la Magdalena, pleno de reminiscencias romanas y árabes, busca el centro de la ciudad la antigua Cofradía de la Clemencia. Su Crucificado, una maravillosa talla del siglo XVI, recibe saetas desde cualquier balcón o a pie de paso durante todo el itinerario, que, al principio, pone su paisaje de cerro y de murallas al servicio de la procesión como un telón de fondo inigualable. El vecindario “magdalenero” acompaña a sus imágenes por toda la ciudad.
De Cristo Rey, un templo con aires de basílica en una de las avenidas principales de la capital, sale Jesús de la Humildad, talla de gran valor artístico y cuatro veces centenaria a la que le da escolta una comitiva de severo silencio, con nazarenos encadenados entre sí que portan pobres faroles y sin más acompañamiento musical que el del racheo de sus zapatillas de esparto. La ciudad se hace cómplice de la rigurosidad que derrocha la hermandad y apaga sus luces por calles y comercios, lo que convierte la noche en una profunda caverna cuya oscuridad deshace tan solo la cera de los penitentes. Dos propuestas estéticas muy distintas que, sin embargo, se complementan a la perfección en una de las jornadas “pasionistas” más esperadas.




