El truco del almendruco

Los resultado del 20-N han dejado un par de cosas muy claras. La primera, el PP no tiene la confianza de todos los españoles, sólo la del 30 % del censo electoral. O sea, el 70%, la mayoría (entre abstenciones, votos en blanco, nulos y votos a otros partidos) no lo quiere.

    30 nov 2011 / 09:42 H.

    La segunda se desprende de la primera: que si un partido votado por un 30% va a gobernar en mayoría absoluta, la ley electoral que rige esta democracia, y por lo tanto la democracia misma, es para hartarse de reír. Que no se queje Cayo Lara de que su partido ha necesitado 152.851 votos para conseguir un escaño, mientras el PP lo conseguía con sólo 52.830. Aquí todo el mundo sabía a qué jugaba, y si no le parecían justas las reglas del juego, que hubiera intentando cambiarlas antes o no hubiera participado. Pero es que resulta que esta crisis era inmejorable para obtener sustanciosos pedazos de la tarta que la torpeza del PSOE ha dejado en la puerta de los colegios electorales. A río revuelto, ya se sabe. Así que a darse con un canto en los dientes y a callar, y a disfrutar de otros cuatro añitos por cuenta de un electorado que ha firmado los ajustes, reajustes, desajustes y desbarajustes que recaerán sobre sus vidas, mientras que las de los individuos de cada uno de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial las tendrán bien saneadas y con perspectivas business. Y es así porque todos los elementos que constituyen este sistema político están a años luz de ser una democracia real. Entre todos forman un entramado de minoría absolutista. Primero, el pueblo no elige a sus representantes (diputados y senadores), ya que le vienen dados en listas compactas elaboradas por los jefes, que son los que van a detentar el poder ejecutivo; por lo tanto, aquéllos representan, apoyan y aprueban las decisiones de sus jefes, un ejecutivo al que tendríamos que elegir separadamente para evitar la connivencia y poder deponer al primer desliz. Segundo, si son los supuestos representantes los que eligen al poder judicial, quienes quedan ligados directamente a la célula decisoria del partido, díganme a qué jugamos nosotros. Pues teníamos que saberlo, pero no lo sabemos porque a ninguno de los que ganan algo en el juego del reparto electoral le interesa que los que perdemos nos enteremos de las reglas, porque nuestras pérdidas representan sus ganancias, aunque intenten que parezca lo contrario. Si hubieran sido fieles a la Democracia, esa palabra con la que se les llena la boca hasta ponerse morados, habrían tenido la vergüenza de romper la baraja. Claro, se quedaban sin beneficios. El truco del almendruco a pleno rendimiento.
    Guillermo Fernández Rojano es escritor