El tren de los tatuajes
El tren en el que regreso a Sevilla acaba de llegar a Jaén con un número de pasajeros similar al que se desplaza a la capital de Andalucía, unos diez. El criterio para mantenerlo supongo que es el de servicio público, un concepto en desgraciada decadente, porque su paulatina desaparición afecta más a quienes menos tienen. Tampoco tengo suerte. Dos tipos con la treintena de años ocupan el mismo coche y alborotan todo lo que pueden silbando y bebiendo litronas. Los brazos y las partes que se ven de sus espaldas están copadas de tatuajes con aguiluchos hitlerianos que asustarían si uno no sospechase que son presidiaros o mitómanos del fútbol. Para evitarlos procuro entregarme a la lectura de una obra en la que Bertrand Russell reconoce el genio de Wittgenstein y su interés biográfico: “una de las aventuras intelectuales más excitantes”. Se dice que fue el niño que provocó el odio a los judíos de Hitler, cuando coincidieron en un internado de enseñanza primaria de Linz. La incomprensible convivencia del gran filósofo con quien encarna lo peor de la historia. La procedencia social era distinta. El padre de Wittgenstein producía más del sesenta por ciento del hierro y el acero del Imperio austro-húngaro y, asociado con los Rothschild, controlaba las industrias ferroviarias y de llantas. Él podría haber sido uno de los hombres más ricos de la posguerra, pero regaló su riqueza y se fue a trabajar de maestro en una escuela rural. Los dos viajeros que me acompañan silban melodías que desconozco, igual que los dos personajes que compartieron en Linz el entusiasmo por Wagner, aunque con actitudes diferentes. Una tarde, durante la guerra, Hitler silbaba una melodía clásica y un secretario tuvo la temeridad de sugerir que había cometido un error.
El historiador dice que se enfureció y gritó: “No he cometido ningún error, es el compositor quien se equivocó”. La pareja silbadora se baja en Córdoba sin saber que los Rothschild anduvieron en Linares creando la estación de Baeza, pero tampoco les interesará saberlo, el perfil de Jaén con los trenes es la indiferencia.
El historiador dice que se enfureció y gritó: “No he cometido ningún error, es el compositor quien se equivocó”. La pareja silbadora se baja en Córdoba sin saber que los Rothschild anduvieron en Linares creando la estación de Baeza, pero tampoco les interesará saberlo, el perfil de Jaén con los trenes es la indiferencia.