El temor en tiempos del ébola
Dicen que le han visto, haciendo números, frotándose las manos. Aquí, en la selva de asfalto. Las aduanas y las vallas, no han sido capaces de detener su camino.
Allá en su tierra, en la olvidada África, acostumbraba a huir de las escasas infraestructuras sanitarias que se improvisaban para combatirlo. Pero, en este carnaval continuo al que llamamos España, el sorprendido recién llegado huye de los paparazzis, que le persiguen para robar la foto más morbosa. Trata de escapar de las cámaras de los magazines de actualidad que se arremolinan a su alrededor pidiéndole que pose con su peor mueca, y eso que no necesita caretas macabras, que ya es bastante terrorífico con su uniforme de trabajo diario de infectar gente. El circo mediático ha instalado sus carpas en el microscopio. Infinitas teorías alarmistas inoculan terror en las redes sociales. Los profesionales de la salud necesitan un traje capaz de inmunizarles de los efectos del virus, de los exabruptos políticos y del pánico social. Vivimos una especie de Halloween vírico anticipado propagado por la ingesta de comida rápida informativa que nos provoca obesidad moral y nos pone por las nubes el colesterol del razonamiento. Y en la sede social de las epidemias crece la indignación de un montón de enfermedades mortales, de mayor arraigo, mejor currículum y mucho más nutrido historial de daños y de víctimas, y que de pronto se sienten ignoradas. “Es una vergüenza”, dicen, “que un recién llegado, tan lejano de nuestras costumbres, acapare toda la atención”. “Es la novedad” opinan, consolándose, unas a otras. “Conmigo pasó lo mismo, tuve mi momento de esplendor”, arguye la gripe A, enseñando su grueso álbum de recortes, “y últimamente ni una portada, ni un titular”. Su compañera la gripe aviar, asiente nostálgica. “Qué vergüenza. Qué poca memoria hay en este país. Pero no te hagas ilusiones majo, pronto tú dejarás de ser noticia y nadie se acordará de ti”. Eso, según testigos presenciales, le advertían al recién llegado los celosos virus destronados. ¿Qué podemos añadir? Que ojalá tengan razón.