El teatro nos salva
El teatro sobrevivirá porque nos salva. A mí me sigue salvando”. Frase tan hermosa no es mía, me la pisó mi adorada Blanca Portillo. Creo que podré perdonárselo: al cabo, su rostro me sonríe cada mañana, sin falta, revestida de Marlene Dietricht. El teatro, pese a haber tocado fondo, sigue salvándome. Como el arte, el cine o un poema de Rimbaud. El teatro salvó anteanoche del tedio y la rutina a cientos de espectadores en el pealeño Teatro Rafael Alberti.
Encarnado en dos seres maravillosos: la carismática María Galiana, el leonardesco Juan Echanove, hombre de cine, de radio, de fogones y de compromiso ideológico. Debiera cundir el ejemplo de Peal en Jaén, con el “Infanta Leonor” semiabandonado. El teatro salva a quienes asisten al Festival de Edimburgo, casi 300 escenarios, 2.800 espectáculos, marea humana de espectadores. O a las 26.000 personas asistentes en Mérida a la deslumbrante “Hécuba” del trío Juan Mayorga-José Carlos Plaza-Concha Velasco, reviviendo a Eurípides. Si el estreno entusiasmó, la gira no pudo hallar mejor escenario que el Niemeyer, con las llameantes chimeneas avilesinas suscitando el paralelismo con el incendio de Troya. A la misma hora, el Brujo espeta en el teatro emeritense: “La corrupción es una cadena de complicidades y permisividad hasta que alguien dice: “Tolerancia cero”. Clásico, inmortal, oportuno. El teatro nos salva, con frecuencia, del escapismo. Otorga sentido al mundo, denuncia la injusticia, reivindica ser considerado Cultura con mayúsculas. Dos ejemplos: el cómico Pepe Viyuela, arrea de lo lindo al paisano Montoro, perteneciente a “un partido en el que la corrupción es ya un clamor”. Los artistas están enfadados, cabreados, enojados, airados, hartos… Como nuestra Rosario Pardo, enfrascada en loable campaña contra el “fracking”, esa práctica extractiva capaz de provocar seísmos a miles de kilómetros de distancia, según un estudio de la Universidad de Columbia. Un terremoto en Chile generó actividad sísmica en Oklahoma. Otro en Japón afectó a Texas. Clama, con toda razón, Rosario: ¿De dónde coño vendrán los seísmos de Sabiote, Torreperogil, etcétera? Ya ven, lectores de agosto. El teatro no deja de salvarnos.
Francisco Zaragoza es escritor